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Lo que Jesús ve

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, ayúdame a ver mi realidad con tu mirada.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 11-19

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando leemos este pasaje, lo más habitual es que nos veamos como los leprosos. Después de todo, somos más o menos conscientes de la lepra del pecado que carcome nuestro interior. Si nos sentimos particularmente bendecidos, tal vez lleguemos a identificarnos con el leproso que regresó a agradecer. Sin embargo, adentrémonos en esta ocasión desde una óptica diversa. Adoptemos los ojos de Cristo.

¿Qué es lo que Él ve? Un grupo de hombres que, sabedores de su desgracia, no se atreven a acercarse demasiado a su persona. Al mismo tiempo, no obstante, esto no les impide elevar su súplica hasta sus oídos. Les han hablado de los milagros que Jesús hace, y algo muy dentro de su corazón les impulsa a confiar que quizás puede suceder también con ellos.

Jesús siente misericordia; se conmueve. Lo llaman ‘maestro’, es cierto. Todavía no lo reconocen como ‘Señor’. Pero de todos modos Él es magnánimo: desea curarles. Da una indicación sencilla, la de presentarse ante las autoridades del templo. Es una invitación a dar un paso más, aunque aún no está claro. Ellos, no sin cierto asombro, obedecen. Y de camino quedan curados.

Jesús aguarda ansioso que regresen, pero sus ojos distinguen a sólo uno de los diez. ¿Se entristece? Quizás, mas no porque no hayan actuado como esperaba, sino porque se han perdido del verdadero milagro, que es el paso de la fe. Ahora todo está claro. Por eso, al llegar este leproso curado a sus brazos, Jesús lo acogió y lo envío, asegurándole que era su fe la que le había salvado.

La caridad de Cristo brota desde su Corazón todos los días para ir a encontrarse con nuestros corazones, siempre y cuando estén rebosantes de esperanza. De ese encuentro brota la fe, que nos da la certeza, y el amor de que la persona en quien confiamos es verdaderamente nuestro Dios y Señor. ¿Qué nos toca hacer, entonces? ¡Asegurarnos que nada nos quite la esperanza!

«Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un samaritano, expresa la alegría con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos, se postra, agradece. El culmen del camino de fe es vivir dando gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima gracia o encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón, porque el corazón envejece y se malacostumbra. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de octubre de 2019).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

No dejaré que las preocupaciones de mi jornada me causen desánimo. Antes bien, cuando sienta que desfallezco, repetiré en mi corazón: ¡Jesús, en ti confío!

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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