La Sagrada Familia
Lecturas:
Colosenses 3, 12-21: “La vida en familia, de acuerdo con el Señor”.
Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”.
San Mateo 2, 13-15. 19-23: “Toma al niño y a su madre y huye a Egipto”.
En estos tiempos de tanta comunicación, de tantos medios tecnológicos, de tanta imagen… parecería que es más fácil comunicarse y permanecer unidos, pero… con frecuencia nos quedamos con los medios y nos olvidamos de las personas.
¿Cuántas veces hemos visto a un grupo de jóvenes cada quien sumido en su celular e ignorando a los presentes? No, no es que la tecnología sea mala, es la forma en que la usamos.
Hoy recordamos la Sagrada Familia y podemos contemplarla con gran admiración y respeto y después contemplar como a trasluz nuestras familias. Se nos presenta en una escena difícil muy cercana a la situación de miles de familias que tienen que abandonar la seguridad de su casa y de su patria para afrontar el riesgo de una cultura distinta.
¡Cuántas veces el Papa ha señalado esta realidad de la migración y de los refugiados como una herida de nuestra sociedad! Y allí sobrevive, se realiza y plenifica la Sagrada Familia como un símbolo de amor y de responsabilidad. En familia se vive la presencia de Dios, en familia se aprende el amor a Dios, en familia se crece en amistad con Dios, aún en las circunstancias más difíciles.
Vivir a Dios en la familia con la sencillez de una madre que puede orar mientras da el pecho a su pequeño, reconocerse pequeño en manos de la providencia mientras el papá trabaja con rudeza, experimentar la ayuda y la solidaridad de los hermanos… todas esas pequeñas cosas marcan el corazón.
Es cierto que la sociedad, los medios de producción, el trabajo, los estudios y mil cosas más han deshecho la estructura que tenían las familias, pero también es cierto que en estos nuevos momentos tendremos que descubrir nuevas y mejores formas de apoyo, de comunicación y de compartir. Tendremos que hacer de los pocos momentos de coincidencia en casa, momentos fuertes de diálogo y comprensión, de sentir la presencia del otro y de no dejarnos invadir y condicionar por las cosas externas que obstaculizan la comunicación.
Si las relaciones en familia nos hacen crecer, si nos fortalecen y nos animan, si nos enseñan a distinguir los verdaderos valores para tener la sabiduría y si nos hacen percibir la presencia de Dios en nuestras vidas, entonces tendremos una verdadera familia.
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