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Dios cree en ti
Identidad

Dios cree en ti

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, te pido que te hagas presente en mi vida, y de forma especial en este momento de oración. Ayúdame a escuchar tu palabra, a interiorizar tu mensaje y a predicar tus enseñanzas con el ejemplo de mi vida cristiana, para ser así, un fiel colaborador en la extensión de tu reino. Amén.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quien dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.

Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Puede que alguna vez en la oración nos cuestionemos quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, pero es aún más importante que eso descubrir quién soy yo para Jesucristo.

En una ocasión durante un día de misiones en la ciudad de Nueva York, uno de los misioneros, deseoso de evangelizar, se acercó a un joven que cruzaba por allí para invitarlo a detenerse por un momento y hacer una pequeña oración. El joven escuchó al misionero y respondió: No, gracias, yo… no creo en Dios. El misionero lo miró con tranquilidad y le dijo: No, pero Dios cree en ti.

Esta fue probablemente la experiencia de san Pablo en el momento de su conversión y la de san Pedro en este pasaje del evangelio. Su respuesta al Señor, no fue más que una consecuencia de la profunda experiencia de la confianza y el amor de Dios, por eso el Señor lo llama dichoso, porque había aceptado en su vida el hecho de que Él era su Salvador, Hermano y Dios.

Cuando no solo nuestros labios, sino también nuestro corazón logra decir: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios», es porque hemos comprendido la responsabilidad y misión particular que Dios nos ha dado en esta tierra, y la certeza de que los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella.

«Los santos Pedro y Pablo, que celebramos hoy, en los íconos se representan a veces sosteniendo el edificio de la Iglesia. Esto nos recuerda las palabras del Evangelio de hoy, en las que Jesús le dice a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Es la primera vez que Jesús pronuncia la palabra “Iglesia”, pero más que en el sustantivo me gustaría invitaros a pensar en el adjetivo, que es un posesivo, “mía”: mi Iglesia. Jesús no habla de la Iglesia como una realidad exterior, sino que expresa el gran amor que tiene por ella: mi Iglesia. Quiere a la Iglesia, a nosotros. San Pablo escribe: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella”, es decir, explica el apóstol: Jesús ama a la Iglesia como su esposa. Para el Señor no somos un grupo de creyentes o una organización religiosa, somos su esposa. Él mira a su Iglesia con ternura, la ama con absoluta fidelidad, a pesar de nuestros errores y traiciones. Como ese día a Pedro, hoy nos dice a todos: “mi Iglesia, vosotros mi Iglesia”. Y nosotros también podemos repetirlo: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido de pertenencia exclusiva, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos».
(Homilía SS Francisco, 29 de junio de 2019).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Señor Jesús, gracias por tu amor y presencia en mi vida; quiero ser tu testigo y demostrar con mi vida, que estoy convencido de que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Acrecienta mi fe, esperanza y amor. Pongo en tus manos las intenciones de mi corazón y mi voluntad al servicio de tu misión. Amén.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Pensar en cuál es la mayor de las preocupaciones actuales de mi vida y ponerla sinceramente en las manos del Señor, con una actitud de abandono a su providencia y voluntad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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