Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Catholic.net
Nuestro gran problema con respecto a las cruces es la entrega sin reservas. Creo que cada uno de nosotros tiene algo de lo que diría: ¡Virgen Santísima, te entrego todo, todo menos esto! Pensemos: ¿cuáles son las dificultades y penas que no queremos que Dios nos mande? Pueden ser por ejemplo: enfermedad de los hijos, deshonor, infelicidad conyugal, fracaso profesional, pérdida de un ser querido.
Es el miedo frente a estas cosas el que nos quita la libertad y la entrega, o por lo menos la hace vacilante. Tenemos que vencer ese miedo, porque es una fuerza que paraliza, que paraliza nuestra entrega de hijos, y como consecuencia de ello, nuestra creatividad de padres. El Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, fue un hombre que no sólo fue capaz de decir sí, a pesar del miedo, sino que en él fue tan grande el cobijamiento en el corazón de Dios y de la Virgen, que perdió el miedo.
El Padre Kentenich recibió esta gracia. Y las gracias del Fundador son transmitidas a los hijos. Esta gracia de vencer el miedo se la transmitió de manera ejemplar por ejemplo a la Hermana María Emilie Engel. Ella no era una persona que tenía un miedo normal, sino que era una persona sicológicamente enferma de miedo, enferma de angustia desde niña. Y el Padre Kentenich la sanó, fue capaz de transmitirle su confianza filial.
Él también puede ayudarnos a nosotros a vencer nuestro miedo y nuestros temores.
Una entrega sin miedo y sin reservas sería entonces, decirle a Dios: puedes hacer conmigo todo lo que quieras, pero especialmente esto o aquello ante lo cual mi naturaleza se estremece. Esto es amor a la cruz en el pleno sentido de la palabra.
Nuestra actitud filialNo seremos capaces de asumir y vivir este espíritu, si no estamos convencidos de que Dios es nuestro Padre, de que Él me ama con un amor eterno y que ha trazado mi plan de vida como un plan de amor.
En todo momento, también en las situaciones más difíciles y dolorosas, me siento como un hijo predilecto de Dios. Sin un amor filial profundo, sin una filialidad sencilla y confiada, es imposible vivir la entrega perfecta, sin miedo ni reservas. Porque sólo un hijo se sabe amado, seguro, cobijado. Se sabe inscripto en el corazón de Dios Padre. Para un hijo, sufrimiento y cruz se convierten así en sus mejores pañales, en la alegría y riqueza de su caminar hacia la casa del Padre.
¿Cuál debería ser el fruto supremo de nuestro esfuerzo por transformarnos en hombres nuevos, en hombres maduros e integrados? El gran fruto debería ser: crecer decisivamente en mi ser hijo, conquistar una filialidad heroica ante Dios Padre. Es una filialidad que me hace reconocer con humildad heroica mis miserias. Es una filialidad que con confianza heroica me lanza a los brazos amorosos del Padre. Y es una filialidad que con heroísmo lleva a entregarme al Dios de mi vida, al Padre de las misericordias, para siempre.
En la opinión del Padre Kentenich, la filialidad es el único camino que en medio del caos de nuestro tiempo, nos da una misteriosa lucidez y una seguridad instintiva. Es también el gran remedio que logra sanar la enfermedad del hombre de hoy: la nerviosidad con todas sus derivaciones. Porque nerviosidad es la pérdida del equilibrio del alma. El alma ha perdido su brújula, está a la deriva, no está orientada hacia Dios, ni cobijada en Él. Y la única solución para este hombre enfermo de hoy, es llevarlo de vuelta a Dios y arraigarlo en su corazón de Padre.
Preguntas para la reflexión1. ¿Me es fácil aceptar la voluntad del Padre Dios en las cruces y adversidades?
2. ¿Qué siento hoy ante la frase? : ¡Dios haz conmigo lo que quieras!
3. ¿Soy una persona nerviosa, que se angustia fácilmente?
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