En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, que te deje entrar en la barca de mi vida, aunque parezca que yo soy el mejor guía. Te pido que me ayudes a escuchar tu palabra atentamente para reconocer cuánto me amas y todo lo que estás dispuesto a hacer por mí. Dame la gracia de convertirme en discípulo tuyo para comunicar tu mensaje y ser testigo de tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 1-11
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la Palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En el auditorio había unas tres mil personas, todas, con gran emoción, esperaban el inicio de la charla. Llegó el sacerdote, se acercó al frente y empezó «En el nombre del Padre…» Después de algunas risas, momentos que movían el corazón y lágrimas terminó la charla y seguramente la mayoría, si no es que todos, se quedaron convencidos profundamente de esta verdad fundamental: Dios me ama. De la historia personal de un amor que no se acaba nos podemos imaginar cómo nos ama a nosotros y convencernos de que es real.
A grandes rasgos me imagino a Cristo haciendo lo mismo, y después de estas reuniones masivas ir a tocar las puertas de los corazones diciendo, ¿puedo pasar más adentro? Al inicio nos da miedo dejar que tome el timón de nuestra vida porque nosotros queremos estar en control de todo, pero si aceptamos el riesgo de dejar que Cristo tome el primer lugar, no nos arrepentiremos de esa decisión.
San Pedro y compañeros, como pescadores, tienen el gran deseo de ser los exitosos en su negocio, quieren ser los mejores y Jesús lo sabe, así como sabe cuáles son nuestros deseos e ilusiones más profundas. Nos los quiere conceder, pero con nuestra ayuda; Dios quiere que confiemos en Él y dejemos que nos guíe porque sabe a dónde llevarnos para llenar esos deseos profundos de nuestro corazón. Una de las lecciones de ser dóciles y darle a Dios el primer lugar es que nuestras imperfecciones resalen y nos damos cuenta de cuán necesitados estamos.
Pidámosle al Señor que nos ayude a experimentar su cercanía, su amor por nosotros, y su gracia que todo lo puede.
«Es una pesca milagrosa, un signo del poder de la palabra de Jesús: cuando nos ponemos con generosidad a su servicio, Él obra grandes cosas en nosotros. Así actúa con cada uno de nosotros: nos pide que lo acojamos en la barca de nuestra vida, para recomenzar con él a surcar un nuevo mar, que se revela cuajado de sorpresas. Su invitación a salir al mar abierto de la humanidad de nuestro tiempo, a ser testigos de la bondad y la misericordia, da un nuevo significado a nuestra existencia, que a menudo corre el riesgo de replegarse sobre sí misma. A veces, podemos sentirnos sorprendidos y titubeantes ante la llamada del Maestro Divino, y tentados a rechazarlo porque no nos sentimos a la altura. Incluso Pedro, después de aquella pesca increíble, le dijo a Jesús: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (v. 8). Esta humilde oración es hermosa: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pero lo dijo de rodillas ante Aquel que ahora reconoce como “Señor”. Y Jesús lo alienta diciendo: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10), porque Dios, si confiamos en Él, nos libra de nuestro pecado y nos abre un nuevo horizonte: colaborar en su misión».
(Ángelus de S.S. Francisco, 10 de febrero de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Invitar a un amigo a participar en una misa.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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