Cada vez se generaliza más una concepción muy superficial del amor, de la sexualidad, del pudor y de la familia, sin meditar suficientemente sobre los efectos en las almas y sobre los demás miembros de la familia y la sociedad. Es necesario reconstruir la sociedad fortaleciendo a la familia de cara a Dios.
Pienso que si seguimos como vamos, cada vez habrá más desorientación y problemas en el alma de las personas, en la desunión de las familias, derivando en problemas sociales graves. Sin embargo, tengo mucha esperanza y fe en Dios y sé que Su Amor triunfará produciéndose una gran transformación y en eso nuestra querida Iglesia, tiene mucho que aportar.
El tema de la Familia es crucial para el futuro de la sociedad. En el Congreso Mundial de Familias que se reunirá en Filadelfia y la segunda parte del Sínodo de Obispos del 2015 en torno al tema de la familia son oportunidades para que la Iglesia clarifique la importancia de la familia para amar a Dios, desarrollarnos como personas, fortalecernos como sociedad.
La misión primordial de la Iglesia y de la familia de cara a Dios es la de apoyarnos unos a otros en nuestra vida terrena con la guía del evangelio como medio para nuestro tránsito al cielo.
La Iglesia debe iluminar las conciencias respecto a lo bueno y lo malo de acuerdo a la ley natural y a nuestra fe, ayudar a discernir entre el bien y el mal para que las personas podamos liberarnos de la esclavitud del pecado y podamos vivir la libertad y felicidad de los hijos de Dios. Sobre muchos temas relacionados a la familia hay mucha desorientación y nuestra tarea es llevar luces guiados por las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. La misión es universal, no está circunscrita a nuestra fe, porque Dios Padre dispuso que todo sea sometido a los pies de Jesucristo, mediante la acción de su Espíritu Santo en el mundo y en su Iglesia, el cuerpo místico del Señor. Todo debe realizarse por amor y respetando la libertad.
Pienso que el problema de la familia está fundamentado en no comprender por qué y para qué de nuestra existencia de cara a Dios y a la vida Eterna y la relativización de los valores fundamentales de nuestra fe, viendo como corrientes y naturales pecados que atentan contra la dignidad humana, la familia y la sociedad. Lo que podemos apreciar a nuestro alrededor es que la concupiscencia, la fornicación, el adulterio, el egoísmo, la soberbia, las rencillas, los resentimientos y demás pecados son las causas más frecuentes para el deterioro de nuestras almas y la división de las familias. Muchos de estos pecados a veces no los reconocemos porque se disfrazan de amor y cada vez los medios de comunicación, e incluso a veces las instituciones educativas, los muestran como más cotidianos y corrientes, confundiendo en la formación a las nuevas generaciones. Incluso a veces en la misma Iglesia, ayer me decía una joven que se había acercado a la iglesia para pedirle al sacerdote que orara por ella y su esposo, que estaban con riesgos de divorcio, y el padre le respondió que ella estaba joven que podía rehacer su vida.
Creo que es urgente de parte de la Iglesia un pronunciamiento más claro y contundente de la unidad indisoluble del vínculo de los esposos y de los pecados que atentan contra la familia, para bien de las almas y el futuro de la sociedad. Así como para una madre o un padre su hijo no deja de ser su hijo nunca, aunque su comportamiento no sea el mejor, de igual manera los esposos tienen lazos invisibles tan fuertes, que la influencia mutua es muy grande y siempre se van a afectar por el comportamiento del otro al igual que los hijos. La solidaridad empieza en la familia o si no es muy difícil llevarla a la sociedad. Todo lo que dice el evangelio es para vivirlo primero en el corazón, después en la familia y luego en la sociedad.
No es para que nos juzguemos unos a otros sino para que podamos purificar nuestras conciencias, salvar nuestras almas y la célula primordial de la familia. Pienso que profundizar en Mateo 5,17 y siguientes, en el que Nuestro Señor nos invita a cumplir la ley en todo detalle de nuestra vida y se refiere explícitamente al enojo, al adulterio, al divorcio, al juramento en vano, a la venganza, y nos invita a las buenas obras y a la oración. Todo un manual de conducta para aplicar en el corazón, en la familia y en la sociedad.
«El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. . . Ustedes han oído que se dijo: «No cometerás adulterio, pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón». Mt 5, 19. 27-28.
Jesús, que nos conoce, sabe que el enamorarse de alguien fuera del matrimonio se puede evitar si se corta de raíz, de entrada, si nuestra voluntad dice un no radical por amor fiel a la pareja. Es necesario que comprendamos que la infidelidad al esposo o esposa, lo son a Dios, y que la pureza del vínculo matrimonial hay que trabajarla desde la mente y el corazón.
El enamoramiento infiel fue explicitado por Nuestro Señor como el origen del adulterio y hoy nuestra sociedad lo tiene endiosado.
Más pedagogía sobre el Verdadero Amor
La encíclica «Dios es Amor», del Excelentísimo papa emérito Benedicto XVI, nos enseña mucho sobre el Amor y nos recuerda un mensaje central de las Sagradas Escrituras referentes a que el Amor es la propia esencia de Dios.
Lo grave en los tiempos actuales es que se le llama amor a acciones contrarias al Amor de Dios porque son fruto de pecados. El enemigo de Dios se disfraza de amor y ahí está el mayor peligro. Hoy que celebramos el nacimiento de Juan el Bautista, recordemos que murió por denunciar un adulterio, pienso que en los tiempos actuales le volverían a cortar la cabeza al hacerlo, porque nos hemos connaturalizado con esa situación y si lo denunciamos quedamos como que estuviéramos juzgando a los demás, y aunque debemos cuidarnos de no juzgar a los demás, no podemos dejar de denunciar el pecado porque es un mal que acaba con nuestro corazón, con nuestras familias y con nuestra sociedad.
También a veces en nuestra conversación diaria usamos la palabra amor, sin la connotación tan trascendente que tiene y eso puede confundirnos. Es necesario aclarar que si alguien comete adulterio a esa relación no le puede llamar amor. Si personas casadas se permiten el enamoramiento y la relación carnal con otras personas cometen fornicación, adulterio, juraron en vano, luego están poniendo en grave peligro sus almas.
«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». La Palabra es importante. Los términos relacionados con Dios necesitamos protegerlos en su legítimo significado para claridad de nuestras mentes y conciencias. Por ejemplo como Iglesia podemos estimular a los fieles a sólo utilizar la palabra amor, cuando sea coherente el término con las enseñanzas de Dios. A la palabra Amor, si la utilizamos para decir que es la naturaleza de Dios, debemos cuidarla en nuestro léxico y sólo debemos utilizada para reflejar comportamientos coherentes con sus mandamientos, con sus bienaventuranzas, con sus consejos evangélicos.
Algunas veces usamos la palabra amor a la ligera, sin darle la importancia que merece al término amor, todos lo hacemos. No podemos decir por ejemplo: «Es que muchas veces el amor fracasa en las parejas de casados…» Creo que se debería cambiar esa frase. Lo que fracasa no es el amor. Lo que fracasa es el desamor o la falta de amor. El desamor está alimentado por el egoísmo que se da al no tener a Dios presente en nuestras vidas y en medio de nuestras relaciones… El amor no fracasa nunca. Dios que es Amor, todo lo puede. «Pon amor y cosecharás amor», decía San Juan De la Cruz. «El amor es comprensivo, el amor es servicial, el amor no se engríe, ni se irrita, todo lo comprende, todo lo cree, todo lo perdona, no acaba nunca».
Los problemas en nuestro interior, las malas relaciones interpersonales, los resentimientos, la discordia, la sexualidad y la afectividad desordenadas, son la causa de la mayoría de los problemas matrimoniales, y su causa más profunda es el pecado. Hemos perdido la connotación de lo Sagrado del vínculo matrimonial y de la familia y las personas, incluso creyentes, les parece correcto meterse con personas casadas, amparados por «supuesto amor», poniendo en riesgo el alma de ellos y perjudicando en justicia al cónyuge, los hijos y a la sociedad. Se justifican fácilmente con frases como «pero si se aman», «tienen derecho a ser felices». Pero si al hacer algo se pone en peligro el alma de la persona, no se está realmente amando a esa persona, sino que la relación con esa persona tiene su base en el egoísmo ya que se trata de construir la felicidad con otra persona sin tener en cuenta el pecado y sin tener en cuenta el dolor que está causando a la legitima esposa(o) y a los hijos.
El amor es un sentimiento pero es mucho más que eso. Es una decisión de la voluntad. Es una acción que siempre es factible de aplicar, incluso hacia nuestros enemigos, si nos abrimos al amor de Dios en nuestros corazones. Luego no es justificación para romper una relación: «pero ya no se aman», como si fuera una realidad fuera de nuestra responsabilidad y posibilidad. Si el corazón se ha alimentado de rencores, rencillas, malos tratos, resentimientos, egoísmos, puede dificultarnos la capacidad de amar, pero precisamente esa es la tarea de la vida aprender cada día a amar más y la Iglesia debía concentrarse en esa tarea por medio del Espíritu Santo.
Muy hermoso como el Papa Francisco se expresa y sensibiliza frente a cómo viven la pareja y los hijos las realidades y dificultades matrimoniales como «una sola carne», de acuerdo a lo expresado por Nuestro Señor. En lo que no estoy de acuerdo, es en lo que muchos dicen: «la separación termina siendo inevitable». No, en muchos casos sí es evitable, nuestra Iglesia tiene que seguir diciendo con valentía que si hay problemas en las relaciones matrimoniales necesitamos acercarnos más a Dios para acrecentar nuestra capacidad de amar y llevar nuestro matrimonio a Dios y a su Iglesia para curar las heridas. Esos problemas que se expresan en nuestro trato cotidiano muestran que estamos honrando a Dios con los labios pero no con el corazón; que necesitamos curar heridas, que necesitamos el perdón de Dios y el perdón entre los miembros de la familia y para eso tiene que estar la Iglesia, para que con las herramientas que nos regaló Nuestro Señor, sus Sacramentos, Su Palabra, la oración, el consejo de personas que se dejen guiar por el Espíritu Santo, ayudemos a descubrir cuáles son los pasos a seguir para reparar ese matrimonio y ayudarlo a seguir en los caminos del Señor.
Fortalecer el vínculo
Pienso que podemos elaborar en la Iglesia un documento muy pedagógico en el que se explique el matrimonio, las implicaciones del compromiso matrimonial, los pecados que atentan contra éste y recordar que su meta final es la santificación de las almas y alcanzar el cielo todos los miembros de la familia. Incluso antes de hacer los votos matrimoniales, firmar que se ha comprendido y aceptado, no para que sean sancionados por leyes humanas, si no los cumplen, eso es independiente, sino como camino para la verdadera felicidad, la comunión con Dios. Todos los esfuerzos valen la pena si se hacen por amor a Dios.
Esto acompañado con un llamado a vivir la sexualidad solo en el ámbito matrimonial, abiertos a la vida, con paternidad responsable, que tiene que ver precisamente con la garantía de unión de los esposos para apoyarse mutuamente en el desarrollo de todos sus miembros.
Una familia unida en el amor, viviendo conforme a las enseñanzas de Jesucristo, sale adelante y los hijos son un aliciente, un estímulo adicional para con amor lograr una vida plena. No es solo que las parejas se mantengan unidas en matrimonio, sino que lo hagan desde el amor, el sacrificio, el compromiso, la decisión para amar a Dios a través de su vínculo y a través del amor que ofrecen a sus hijos con un hogar luminoso, alegre y unido.
Nulidad Matrimonial
Considero que el tema de las nulidades matrimoniales necesitan un ajuste importante a futuro, pero no para flexibilizarlas más, sino todo lo contrario, para dejarlas para casos verdaderamente extremos de engaños que no se pudieron evitar previamente, procurando al máximo evitarlos de antemano. Es una puerta peligrosa que se está convirtiendo en puerta ancha para evadir las responsabilidades de los contrayentes entre sí, frente a sus hijos, frente a la sociedad y frente a Dios, convirtiéndose muchas veces en un divorcio disfrazado. Vemos todos los días unas nulidades incomprensibles de parejas de muchos años, con muchos hijos y responsabilidades comunes, dejadas de lado por una nueva relación y a veces incluso causadas por esa relación.
No estoy de acuerdo que la falta de fe inicial sea causal válida para una nulidad, porque la familia es de ley natural y si la persona no tiene fe en Dios, de todas maneras tiene que ser fiel a su palabra. Nuestro Señor nos dice: Cuando digas «sí» es «sí», cuando digas «no» es «no». Tenemos que ser fieles a nuestra palabra, hablar y actuar con la verdad y la integridad, ser fieles a nuestros compromisos, a nuestros convenios con los demás.
Es necesario verificar por anticipado las condiciones de los contrayentes y de sus intenciones al contraer matrimonio, refrendando ese matrimonio como una unidad indisoluble, permanente, única, que sólo termina con la muerte de alguno de los esposos.
«Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre».
Creo que como Iglesia tenemos que fortalecer el vínculo matrimonial explicando con mayor detalle lo que implica, los deberes y derechos, los posibles pecados que atentan contra la familia y los compromisos y responsabilidades que se asumen frente a Dios y la sociedad. Si la entrega no se hace «quemando las naves» de entrada, cualquier razón se termina colocando como fuente de división para la familia.
Con mucho respeto intuyo que muchas de las demoras de los procesos de nulidad no se deben solo a los procedimientos, sino a la contradicción que terminan siendo para las conciencias de los sacerdotes que intervienen, quienes dudan si es lo más conveniente para ser coherentes con lo pedido por Nuestro Señor. Incluir ahora el tema de la certeza de la fe en el momento de hacer el voto matrimonial me parece muy peligroso porque introduce un elemento más, incuantificable y subjetivo, y que da a entender que sólo dentro de la fe es válido defender el matrimonio, cuando es algo de ley natural que Dios dispuso desde la misma creación del ser humano.
Pienso que en vez de flexibilizar más el tema de las nulidades matrimoniales, hay que trabajar más el tema de las familias con posibilidades de reparación, perdón y reiniciar nuevos caminos juntos. Ofrecer mucho más apoyo a las parejas para que puliendo su relación con la luz del Evangelio, puedan salir adelante. Les hemos pasado esa responsabilidad a psicólogos que con mente pagana ven como causal de divorcio cualquier incompatibilidad de caracteres o falta de enamoramiento, cuando tenemos nosotros la riqueza del Evangelio como medio para curar esas incompatibilidades o desamores y armonizarlas y fortalecerlas en el amor a Dios.
Hacia el futuro me parece que la Iglesia debía hacer más prevención de temas de nulidad y no exponer a familias a que sus compromisos se declaren nulos por errores de consentimiento. Verificar ese consentimiento con mayor pedagogía y proteger a la familia durante toda su vida.
El tema de la comunión para matrimonios divorciados y vueltos a casar me parece absurdo porque estaríamos quitándole la connotación de pecado al adulterio y le estaríamos negando el valor del Sacramento como presencia real de Jesucristo que requiere que nos vistamos de la gracia para recibirlo. El Señor nos dice: «por sus frutos los conoceréis». Los frutos naturales de la conversión son el arrepentimiento, la solicitud de perdón, la reparación, la reconciliación siempre que sea posible, o sino suspender la relación adúltera y ofrecer sacrificios y oraciones por su legítimo esposo o esposa.
Sé que todos estos temas son difíciles por la situación que vivimos actualmente en que todo se ha vuelto como si fuera natural pero Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre y si San Juan el Bautista estuviera en nuestros tiempos, le diría de nuevo a Herodes: «No te es lícito tener por mujer la esposa de tu hermano», eso sí, correría el mismo riesgo que asumió entonces.
Toda esta situación a todos nos duele. Todos tenemos casos cercanos, queridos, amados, nosotros mismos, que vivimos situaciones de pecado reflejadas en la vida matrimonial. Uno se encariña con los legítimos y con los que no son, no es nada fácil este tema y de ahí el gran reto que tenemos, hacerlo con mucho amor, mucha pedagogía pero llevando a las personas a Dios, quitándonos unos a otros la venda que nos pone el pecado: con la obediencia a Él es que podremos liberarnos. Cuando sabemos que una bacteria o virus es letal, tomamos todas las precauciones, el pecado es más peligroso y dañino. El pecado es la enfermedad más mortal que existe y si no nos llenamos de valentía para denunciarlo, todos moriremos lejos de Dios.
Educación Familiar
La educación para la vida de pareja y de familia debe empezar desde niños y necesita estar acompañada de educación en la fe, la afectividad, la voluntad, el entendimiento. Hoy más que nunca la tarea es difícil por no querer herir susceptibilidades de familias con problemas en su interior, viviendo en situaciones que no son las más recomendables. Sin embargo, opino que la Iglesia tiene el deber de presentar con claridad los pecados que atentan contra la familia, como bien explicados están en el Catecismo y motivar a perdonar a los progenitores por sus dificultades, pero alentar a construir hacia adelante un mundo diferente basado en la «Civilización del Amor».
Según mi experiencia como orientadora familiar y viendo lo que sucede a mi alrededor, creo que falta tener más educación en el Amor, desde la perspectiva de Dios y respecto a los pecados que atentan contra la familia como la fornicación y el adulterio. Existe mucha desorientación, muy especialmente en temas relacionados a la integridad personal, a la familia, al manejo de la sexualidad y de los afectos. Los creyentes no estamos confiando en el poder del Espíritu Santo para sanarnos a nivel personal y familiar, el poder de la Palabra de Dios, de los sacramentos para curar las heridas en el alma y potencializar positivamente las relaciones.
Necesitamos continuar predicando y defendiendo la sexualidad enmarcada dentro del matrimonio para que la familia se fortalezca y crezca la capacidad de amar de sus miembros, con mucha valentía y de manera explícita y clara. Los medios de comunicación nos están llenando las mentes de mucha basura, sin embargo, nos falta más contundencia para denunciarlo, para no consumir lo que producen si hace daño a nuestras almas y a nuestras familias. Tenemos que unirnos y producir cosas que eleven el alma, que llenen nuestros pensamientos «de lo que sea puro, verdadero, digno de loa», como decía San Pablo. Muchos de los medios, películas, videos, música, industria de la contracepción y anticoncepción, están en contravía, pero Dios es más poderoso y la búsqueda del bien y de la felicidad humana nuestros mayores aliados.
Opino que debemos rescatar la pureza de la doctrina de Jesucristo que está muy bien planteada en nuestro Catecismo pero que en la vida práctica católica no siempre se expresa de manera apropiada, por lo que es necesario reforzar primero el convencimiento que Cristo es el camino, la verdad y la vida, y luego ser más obedientes a su Palabra, con una pedagogía basada en el amor y el respeto, pero atreviéndonos a llamar a las cosas que atentan contra la persona y la familia por su nombre, para poderlas enfrentar y vencer, unidos al Espíritu Santo.
Nuestra misión es repetir y repetir que «con Dios todo lo podemos», que si no se entiende la posición de la Iglesia, se acerquen más a Dios y verán qué es lo que más conviene a sus almas, a sus familias y a la sociedad. Cuando Jesús les explicó a sus discípulos sobre el matrimonio y el no al divorcio, ellos quedaron preocupados y les parecía algo muy difícil de seguir, a lo que Él les dijo: «Para Dios todo es posible».
Todos estamos en capacidad de entender que fortalecer la familia nos ayuda a todos a ser más felices. Todos provenimos de familias. No son inventos de la Iglesia. Es Dios mismo quien nos busca y nos llama para que fortalezcamos el corazón permitiendo que inscribamos sus leyes en él y las hagamos vida en nuestra familia y comunidad. La Verdad y el Amor son más fuertes porque vienen de Dios y prevalecen.
La gran mayoría de las familias se destruyen por nuestro egoísmo, por nuestra concupiscencia, porque no sabemos construir lazos de amor, respeto y justicia entre las personas. No es cambiando de parejas que vamos a mejorar en estos aspectos, sino abriéndole el corazón a Dios para que nos transforme y nos ayude a reparar la propia alma y ayudemos al cónyuge y a los hijos también a llegar a Dios, mediante nuestra aceptación, amor, nuestra oración.
Espero que los resultados del Segundo Sínodo nos lleven a mayor claridad sobre todos los aspectos que afectan a la familia. El primero nos dejó más confundidos. Todos los problemas del mundo están relacionados con las vivencias familiares. Tenemos que apuntar con mayor énfasis no sólo al matrimonio católico sino a la constitución de todas las familias, no mediante la obligación sino con el despertar de las conciencias.
Nuestro Señor vino a invitarnos a todos al cielo y a llevarnos con Él y para eso se hizo camino con obediencia, fidelidad total al Padre, enseñándonos a cumplir la ley en toda su plenitud.
He visto muchas parejas que se casaron muy enamoradas y comprometidas pero sin comprender que el amor implica sacrificio, aceptación, búsqueda de la felicidad del cónyuge y de los hijos, y fácilmente caen en una relación adúltera que los hace sentir enamorados nuevamente y empiezan como si no tuvieran ese vínculo irrompible de «una sola carne», dejando mucho dolor en la pareja y en los hijos quienes además de las dificultades naturales de la vida, les toca vivir la ausencia de uno de los padres, las relaciones con padres sustitutos llenas de riesgos afectivos, la soledad afectiva o las tensiones por las relaciones rotas entre los cónyuges y muchos otros problemas.
Sin juzgar, con mucho amor, tenemos que hacer caer en la cuenta de que el pecado tiene poder corrosivo sobre todos los implicados, que adormece sus conciencias con el supuesto «amor» que sienten. Lo más triste es que se ven a cada rato situaciones como éstas, consiguiendo nulidades matrimoniales, con base en la desfiguración de la pareja y de los motivos que los llevó a unir sus vidas, o por inmadurez, lo que termina siendo un divorcio disfrazado, con el agravante que deja las conciencias tranquilas frente a los pecados que llevaron a esta situación.
Tememos de pronto que se alejen más de la Iglesia porque se sienten señalados, pero eso no puede impedirnos que llamemos a las cosas por su nombre, para claridad de las conciencias, con delicadeza, con amor, con caridad pero también con valentía y verdad.
Pienso que la Iglesia debe predicar para el mundo entero, no solo para sus fieles la necesidad de fidelidad al compromiso matrimonial, buscando llevar a las parejas de hecho al sacramento. Que el respeto por la familia sea total, esté el matrimonio ya confirmado ante el altar o no.
El matrimonio es de ley natural. Debemos llegar al punto en que las relaciones conyugales se vuelvan a realizar como fruto del compromiso matrimonial y como sello de la alianza de los esposos. Para mi generación eso fue posible para muchas mujeres y para algunos pocos hombres, pero nuestra meta es regresar al principio según el plan creador de Dios. «Para Dios nada es imposible». Él todo lo hace nuevo.
Nuestro Catecismo es muy claro, referente a todos estos temas. Tenemos que llevarlo al público para que se conozca y se comprenda porque todo pecado nos esclaviza y liberarnos de ellos siempre nos conduce al gozo, la alegría, la paz, la unión con Dios.
No nos cansemos de promover el amor, la decencia, la justicia, la solidaridad que vino a traernos Jesucristo para que construyamos un mundo en el que con Él como Rey, conquistaremos la felicidad eterna.
Llamémosle al mal por su nombre bajo la luz del Evangelio, cuidándonos que las costumbres tengan siempre un referente claro, en donde evaluarse para poder tender siempre hacia nuestro mejoramiento como personas en camino hacia Dios.
Muchas gracias por leer mis consideraciones, espero sean de algo útil al enorme desafío que tenemos como Cuerpo Místico de Cristo, para acercar más nuestras almas a Él.
Dios bendiga e ilumine a nuestro Santo Padre Francisco, nuestra inmensa gratitud por todo lo que nos enseña y por su vida entregada al servicio del amor de Dios y de nosotros sus ovejas, siempre en oración junto a mi familia encomendándolo y respetándolo mucho, Que la Virgen Santísima nos siga conduciendo a su Hijo para que «Hagamos todo lo que Él nos diga».
Que Jesús, María y San José, la Sagrada Familia de Nazaret, nos guíen para que trabajemos por construir familias según el plan de Dios, unidas en el amor, la verdad, la justicia y la paz que sean células sanas y dinámicas fermento de la Civilización del Amor.
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