En esta tierra el amor y el dolor van muy juntos. S. Juan de la Cruz nos decía: «quien no sabe de penas no sabe de amores». Y es por esto que Cristo en el Sermón de la Montaña nos dio como tercera bienaventuranza:
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt. 5,5,)
El dolor, si no eleva y sublima, abate y aplasta. Por eso no todo dolor y llanto es bienaventurado.
Las lágrimas que Jesús proclama bienaventuradas son las que de alguna manera se refieren al reino de Dios y se contraponen al reino del mundo. ”Vosotros llorareis y gemiréis, y el mundo se alegrará» (Jn 16,20)
¿Cuales son las lágrimas bienaventuradas?
Los que lloran las propias caídas o los pecados del mundo; los que aceptan las penas como medio de purificación de sus pecados; los que se imponen penitencias para formar su alma en el dolor; los que sufren persecución y dolores por causa del reino de Dios y de su extensión; los que pasan sequedades, tribulaciones con paz; los que gimen por el amor de Dios y por el cielo; todos estos son los que derraman lágrimas que, en sentido evangélico, pueden llamarse bienaventuradas y por lo tanto recibirán divina consolación.
Santa Catalina de Siena, en su famosa obra El Diálogo, tiene un precioso capítulo sobre las diferentes clases de lágrimas, su valor y fruto. Esta Doctora de la Iglesia distingue hasta cinco clases de lágrimas:
1 Lágrimas malas, que engendran muerte. Son las que proceden del pecado y llevan al pecado: lágrimas de odio, de envidia o desesperación, proceden de un corazón desordenado y apartado de Dios.
2 Lágrimas de temor por los propios pecados. Son las de los que se levantan del pecado por temor al castigo: el temor les hace llorar. Su motivación no es perfecta, pues no hay necesariamente arrepentimiento.
3 Lágrimas de los que, lejos del pecado, empiezan a querer servir a Dios; pero, privados de los consuelos visibles, lloran por verse con tanta incapacidad y tribulaciones.
4 Lágrimas de los que aman con perfección a Dios y al prójimo, doliéndose de las ofensas que se le hacen a Dios y compadeciéndose del daño del prójimo, en completo olvido de si mismos.
5 Lágrimas de dulzura, derramadas con gran suavidad por la unión intima del alma con Dios. Son lágrimas de puro amor que derraman los santos en las mas altas cumbres de perfección cristiana.
¿Lloró María Santísima?
La Virgen Maria sufrió muchas penas y dolores. Simeón le anuncia que ¨»una espada traspasaría su corazón» (Lc 2, 35). Y los cuatro evangelistas nos narran acontecimientos que no podían menos de causar un profundo dolor en María.
El libro del Apocalipsis, nos describe a la «Mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y coronada con una corona de doce estrellas…y nos dice que «gritaba con dolores de parto» (Ap 12,1_2). Estos dolores son los que le produjo el parto sobrenatural de la Iglesia y de los miembros del cuerpo místico de su Hijo. El parto donde María nos recibe a todos como hijos, ocurrió al pie de la cruz de su Amado Hijo Jesús. Y María, seguirá sufriendo dolores de parto hasta que su Hijo no haya nacido en todos los corazones de los hombres.
Sabemos que Cristo lloró al predecir la ruina de Jerusalén (Lc 19,41) y que también, derramó lágrimas ante el dolor de Marta y María por la muerte de Lázaro (Jn 11,35). De la Stma. Virgen María, los evangelios no nos lo dice de forma explícita, pero al narrarnos situaciones dolorosas en las que ella participó plenamente en su misión de asociada a la obra redentora, o sea, como corredentora, debemos concluir que si Ella realmente sufrió, debió entonces haber llorado, derramado muchas lágrimas de sus ojos tan puros.
Llorar no es imperfección cuando el motivo del llanto es santo. Llorar no es efecto de debilidad, sino de fina sensibilidad. Llorar a impulsos del amor divino es un don de Dios, don que solo a grandes almas se concede.
San Francisco de Asís, lloraba tanto por sus pecados, que cuando uno visita la Basílica de Santa María de los Ángeles, en donde se encuentra la Porciúncula y otros lugares cruciales para la vida del santo, encontramos una cueva que se llama “la capilla de las lágrimas”. Esta capilla es la cueva donde San Francisco muchas veces lloró al contemplarse tan pecador ante la santidad de Dios.
Las siete espadas de la Santísima Virgen
La Iglesia nos invita a meditar en los dolores de la Virgen, especialmente en siete de ellos. Siete es un numero que en lenguaje bíblico es símbolo de plenitud o totalidad.
Los siete dolores de la Virgen que meditamos especialmente en el rosario llamado así, son los siguientes:
1 la profecía de Simeón
2 la huida a Egipto
3 la pérdida de Jesús Niño en Jerusalén
4 el encuentro con Jesús camino del calvario
5 la muerte de Cristo en la Cruz
6 cuando bajan a Jesús de la Cruz y le colocan en sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo
7 cuando sepultan a Jesús
Estos representan los siete momentos culminantes de los dolores de la Virgen. Y se han representado esos siete dolores, con siete espadas que traspasan el corazón de Nuestra Madre.
Notemos, que estos siete dolores están en relación con Jesús, porque el sufrimiento de María proviene de su total comunión con el Redentor. Sus corazones eran y son uno. Es por esta unión que los sufrimientos de Cristo, son los de Su Madre, y los de María, son los del Corazón de Cristo. Hay en ellos una perfecta reciprocidad en el amor y en el dolor.
Fueron tantas las espadas de la Madre como los dolores del Hijo. Cada punzada que daban a Jesús en el cuerpo, era una lanza que traspasaba, espiritualmente, al Corazón de la Virgen; cada bofetada, cada azote, cada llaga…eran puñaladas que daban a su Corazón materno, tan tierno y noble.
San Bernardo, el gran doctor mariano, nos dice: «En verdad, Madre santa, una espada traspaso tu alma. Jamás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. Por lo tanto, te llamamos mas que mártir, ya que tu sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal».
…y las setecientas…..
Aunque siempre se han meditado los siete dolores de la Virgen, no hay que olvidar que siete no es un numero de limite o finito, sino de totalidad y plenitud. «Oh corazón virginal, pintado con siete espadas, y con setecientos deberían de pintarte. No tienen cuenta las estrellas del cielo, ni las gotas del mar, con los dolores de la Virgen María». (San Bernardo)
La vida dolorosa de la Virgen
Los dolores de Nuestra Señora, no deben reducirse a los que sufrió en el Calvario. «Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio» (Tomas Kempis). De una manera semejante podemos afirmar que toda la vida de su Madre fue vida de llanto bienaventurado.
¿Sufrió Maria?
_desde sus tiernos años al ver los pecados del mundo y el olvido a Dios.
_al ver las zozobras de S. José y al abandonar totalmente a Dios la defensa de su causa.
_al ver todas las puertas cerradas al Dios que venía a este mundo hecho hombre.
_al escuchar el anuncio profético de que su Hijo había de ser señal de contradicción y que una espada atravesaría su propio corazón.
_al salir precipitadamente a Egipto para evitar que Herodes asesinara a su Hijo.
_al vivir los tres días interminables de tinieblas al haber perdido a su Hijo en Jerusalén.
_cuando murió S. José, quien era su apoyo, ayuda y compañero. El siervo fiel y prudente.
_cuando ella queda sola pues su Hijo salió de Nazaret y empieza su vida pública.
_cuando sabe de todas las burlas, ataques y persecuciones que tiene Jesús por su enseñanza. Por la incredulidad, la aspereza, la ceguera, la obstinación, el odio, la dureza de los corazones que no aceptaban a Jesús.
_al saber a Jesús apresado, traicionado, abandonado, azotado, coronado de espinas, condenado a muerte.
_al encontrarse con su Hijo, todo destrozado, cargando una cruz y en el camino a la crucifixión.
_al ver a su hijo morir en una cruz .
_cuando lo pusieron en su regazo maternal.
_en la honda y amarga soledad del sábado santo, al quedarse sin el hijo de sus entrañas.
_al ver los primeros golpes que recibió el Cuerpo místico de su Hijo, la Iglesia. Al saber que los apóstoles eran perseguidos, azotados, lapidados, encarcelados y martirizados.
_al ver que su estancia en la tierra se prolongaba y que su ansia de estar con su Hijo no llegaba.
Una característica del amor de María es que es un amor fiel y dispuesto ha llegar hasta el mas grande dolor por ese amor. Y es que Amor que no es fiel en los momentos de dolor, es apariencia, farsa, caricatura del amor. Por el contrario, amor que permanece fiel en la tribulación, en el desamparo, en la ausencia, en el sufrimiento, no solo se demuestra como amor auténtico y real, sino que se depura y purifica como el oro en el crisol, se aumenta y agiganta como llama que prende en leña seca, se consolida y fortalece como piedra que en invierno hunde sus raíces en la tierra.
La Santísima Virgen lloró, y lloró mucho!! María lloró en su vida terrena y lo que es mas admirable todavía, que aunque está ya en el cielo gozando de la promesa de consolación, ella continúa llorando por nosotros y por las ofensas que nosotros los hombres cometemos en contra de su Hijo. En La Sallette, a mediados del siglo pasado en un período durante el cual el cristianismo en Francia afronta una creciente hostilidad. Lloró en Fátima, cuando los niños describen la tristeza de la Virgen al hablar de cuan ofendido es Dios por los pecados y muestra a los pastorcitos el horror del infierno y cuantas almas están yendo a el. En Lourdes se ha aparecido llorando, apenada y dolorosa, exhortando a la penitencia para evitar las tragedias y castigos a la humanidad. Y en Siracusa, al final de la segunda guerra mundial, quiso obrar el singular milagro de que una sencilla imagen llorara lágrimas reales que se pudieron observar y ver, y lo que es mas prodigioso, recoger y analizar, comprobándose que realmente se trataba de lágrimas de la misma composición que las lágrimas humanas.
También en ese período llora la imagen de la Virgen de Czestochowa, Polonia. En Civitavecchia, pequeña ciudad en las afueras de Roma, solo hace unos pocos años, una imagen de la Virgen de Medjugorie, lloró Sangre. Muchas imágenes de la Rosa Mística han manifestado lacrimaciones de agua y de sangre.
¿Que nos quiere decir nuestra Madre llorando a través de imágenes?
¿Por qué llora la Virgen si esta en el cielo?
Veamos lo que dice el Papa Pio XII con motivo de la celebración del año Mariano de 1954, en referencia a las lágrimas de la estatua de Siracusa:
Sin duda María es en el cielo eternamente feliz y no sufre dolor ni tristeza; pero no es insensible, antes bien alienta siempre al amor y la piedad para el desgraciado género humano, a quien fue dada por Madre, cuando dolorosa y llorando, estaba al pie de la cruz. Comprenderán los hombres el lenguaje de aquellas lágrimas de María?
Eran sobre el Gólgota lágrimas de compasión por Jesús y de tristeza por los pecados del mundo. Llora todavía por las renovadas llagas producidas en el Cuerpo Místico de Jesús? O ¿llora por tantos hijos a quienes el error y el pecado han apagado la vida de la gracia y ofenden gravemente a Dios? O ¿ son las lágrimas de espera por el retorno de los hijos suyos, un día fieles y hoy arrastrados por falsos encantos entre los enemigos de Dios?
El Santo Padre Juan Pablo II, dijo en su visita pastoral al Santuario «Nuestra Señora de las lágrimas» en Siracusa:
Las lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos: testimonian la presencia de la Madre en la Iglesia y en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico. María llora participando en el llanto de Cristo por Jerusalén, junto al sepulcro de Lázaro y por último, en el camino de la cruz. Las lágrimas de la Madre son:
Lágrimas de dolor: por cuantos rechazan el amor de Dios y por la humanidad oprimida y rota.
Lágrimas de oración: de la Madre que eleva su oración suplicante por los que no rezan, por los que están obstinados y cerrados para no escuchar a Dios.
Lágrimas de esperanza: que desean ablandar los corazones endurecidos, alcanzado arrepentimiento, llanto de conversión en todos aquellos que no han llorado por sus pecados.
Nuestro Señor dijo a la Hna. Lucía en sus apariciones en Pontevedra, «Mira el Corazón de tu Madre rodeado de espinas por todas las ofensas e injurias con que se le hiere. Al menos tú, procura consolarle.»
Escuchemos todos este llamado del Señor, convirtámonos en almas consoladoras y reparadoras del Inmaculado Corazón.
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