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Mateo, un hombre como yo
Identidad

Mateo, un hombre como yo

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, te doy gracias de todo corazón por lo que me regalas. Creo en ti, Señor, pero dame Tú la fe que me falta. Espero en ti, pero ayúdame a realmente abandonar mi vida entera en tus manos amorosas. Te amo, Jesús, ayúdame a experimentar el infinito amor que me tienes. Quiero consolar tu corazón y adorarte con mi vida. Gracias, Jesús, por ser quien eres. Por favor, ven a reinar en mi vida y en la de mis hermanos. Cristo Rey Nuestro, ¡venga tu Reino!

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 13-17

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?”.

Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Jesús, ¿cómo habrás visto a Mateo?, ¿cómo habrá sido tu voz que con una sola palabra hiciste que un hombre lo dejara todo?

Mateo era un hombre. Un hombre y nada más. No un gran místico, no un fariseo devoto, no un rey poderoso. No, sólo un hombre… ¡Y qué hombre! Un pecador público, un avaro, ladrón y traidor de su patria… sólo un hombre como tantos hombres, un hombre entre tantos hombres…

Quizá ninguno de los que te seguían se hubiera sorprendido de que hubieras llamado a alguien bueno como al joven rico, a Nicodemo o a tu amigo Lázaro… pero ¿a Mateo?, ¿a ese pecador? Sí, Tú lo llamas a él… Como igual me llamas a mí… ¡A MÍ! que tantas veces me creo indigno de tu llamada a la vida, al amor, a la santidad… en particular, Jesús, me llamas a esta última que tantas veces me parece casi inalcanzable…

Sin embargo Tú me llamas a soltar mis seguridades, a dejar mi banco de impuestos, ese pecado que me encadena a las cosas de este mundo, que me hace encerrarme en mí mismo, en mi sacristía, en vez de seguirte con sinceridad y alegría.

San Mateo, intercede por mí para que, al igual que tú, sepa dejar todo lo que me impida seguir al Maestro en una vida cristiana coherente. Que me dé cuenta que Cristo me llama, no por mis méritos, sino porque lo necesito. Pídele a Cristo que me dé la fuerza para responder siempre afirmativamente y con presteza a su llamado a ser un verdadero apóstol de su Reino.

«Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira su pasado, la condición social, las convenciones exteriores, sino que más bien les abre un futuro nuevo. Una vez escuché un dicho bonito: «No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro». Esto es lo que hace Jesús. No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. Basta responder a la invitación con el corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana, entonces, es escuela de humildad que nos abre a la gracia.» (Homilía de S.S. Francisco, 13 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy voy a hacer un pequeño sacrificio para seguir a Cristo más de cerca.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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