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Necesidad de hacer la experiencia personal de Jesucristo
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Necesidad de hacer la experiencia personal de Jesucristo

Lo que nos toca reflexionar esta mañana viene a ser continuidad de todo lo que han estado viendo en esta V Semana de Estudios para Evangelizadores. Se trata del mismo tema pero visto desde diversos ángulos, para que todos va­yamos a nuestras tareas ordinarias, no con la maleta llena de muchos cam­pos abiertos, de grandes horizontes avistados desde este foro para luego pensar ¿qué hago ahora con todo esto cómo lo voy a manejar en mi apostola­do y en mi vida diaria? Más bien, que­remos que lleves un esquema que te sea útil en tu vida personal y en tu vida apostólica.

En los grupos de reflexión ha aflorado la necesidad de vivir íntimamente unidos a Jesucristo para poder transmitir convencidamente su mensa­je de salvación. Ustedes han descu­bierto la necesidad de conocer vivencialmente a Jesucristo. Conocer su persona y conocer su doctrina para poderlo transmitir. Han tocado lo esen­cial del corazón de toda mujer y de todo hombre que ha tomado concien­cia de su lugar en el mundo y en la Iglesia: sin Él nada podemos hacer.

El hombre en busca de respuestas

Todos los que estamos aquí nos em­peñamos en hacer posible el encuen­tro del hombre con Dios. A ellos nos entregarnos día a día y constatamos el hecho de que las personas a quie­nes dirigimos nuestro mensaje, son personas que se preguntan la razón de su existencia, de su lugar en el mun­do. Preguntan también por todo lo que sin entender experimentan: el dolor, el mal en el mundo en sus diversas ex­presiones, se preguntan si verdade­ramente Dios existe y si existe ponen en tela de juicio su bondad, su omnipotencia… Todas estas interrogantes inquietan íntimamente el ser de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.

Ante los vertiginosos avances de la ciencia y de la técnica, nos quedamos asombrados. No hemos terminado de asimilar una noticia cuando ya estamos siendo informados de otros logros en estos terrenos. Y ¿para qué? ¿Hacia dónde se encamina el hombre con esta acelerada carrera? ¿Está todo enca­minado a hacer al ser humano más hu­mano cada vez? ¿No es verdad que muchos de estos avances lejos de engran­decer al hombre lo llevan a su de­gradación? Por todo esto el hom­bre se pregunta. Nosotros, hom­bres y mujeres de hoy nos inte­rrogamos e inte­rrogamos a nuestros contemporáneos.

La respuesta única que satisface todos nuestros interrogantes es Jesucristo, Verbo Encarnado.

Los destinatarios de nuestro esfuer­zo apostólico, hombres y mujeres de este mundo, inmersos en la diversidad de opciones que el ambiente les ofre­ce, esperan de nosotros la respuesta que colme sus anhelos y dirija sus pa­sos. Pero hay otro dato constatable, también, los hombres y las mujeres de hoy están hastiados de maestros, exigen testigos. Si queremos de ver­dad hacer un servicio al Evangelio, debemos aplicarnos a adquirir la cien­cia de Cristo, es decir, a vivir en Cris­to, por Cristo y para Cristo.

Vivir en Cristo

Vivir en Cristo es conocerlo íntimamente, hacer la experiencia vital de Él. Quien tiene conciencia de que no puede dar lo que no tiene, se interesa objetivamente por vivir en Cristo. El mismo nos dijo «sin mí nada podéis hacer». (Jn 15,5). Aquí se impone el hacer cada uno de nosotros un análisis sereno, profundo, objetivo para ver cómo están hasta hoy mis relaciones con Cristo, qué tanto es lo que he avanzado en el conocimiento de Él, si me ocupo positivamente por conocerlo siguiendo los caminos segu­ros para ello como son el Evangelio y la Eucaristía. Revisar mis relaciones con Él frecuentemente para no enga­ñarme.

¿Cuáles pueden ser los obstácu­los que pueden llegar a interponer­se en mis relaciones con Cristo?

Nos pueden venir tanto de fuera de nosotros mismos pero también de nuestro interior. Ante unos y otros de­bemos tener una actitud vigilante y orante (Cf. Mt 26,41). Del exterior de nosotros mismos tenemos las constan­tes tentaciones que nos ofrece el mun­do materialista y sensual; de nuestro interior todo el cúmulo de pasiones desordenadas por el pecado. Actitud vigilante y la amis­tad íntima y perso­nal con Cristo, son el baluarte contra las asechanzas de Satanás.

Quien ha res­pondido al llamado del Maestro, del Testigo del Padre a colaborar con Él en la tarea de la evan­gelización y de la catequesis, ha de vivir en Cristo para que pueda tender el puente de Dios a los hombres y de los hombres a Dios.

Quien se ha comprometido con Cristo en su misma tarea, ha de vivir la vida de Cristo para poder ser luz que ilumine el sendero por donde los hom­bres, hermanos suyos han de alcan­zar a Cristo.

Quien ha tomado conciencia de su compromiso bautismal, ha de vivir ín­timamente unido a la Vid para poder ser sarmiento que fructifica abundan­temente.

Quien es responsable de la tarea que le ha sido confiada de predicar el Evangelio, ha de alimentarse con el Pan de vida para realizar su misión con vitalidad.

En fin, el apóstol convencido, cohe­rente con su misión vive en Cristo, vive por Cristo y vive para Cristo. Es el que es capaz de ofrecer al hombre y a la mujer de hoy la respuesta a todas sus interrogantes. Esta es la expectativa que tienen sobre cada uno de noso­tros. A esto estamos llamados y no po­demos ni debemos defraudarlos. No podemos ni debemos defraudarlo a Él. Él nos ha llamado y nos ha dado su confianza. Él y sólo Él es el fin de todo nuestro ser y hacer.

En el hacer, es decir, en nuestra ta­rea apostólica, la transmisión de la doctrina de Jesucristo, hemos de ha­cerla no sólo convencidos, también ilustrados y estructurados. Es decir, debo dedicarme, al mismo tiempo que a vivir en Cristo, a conocer su mensa­je de salvación para darlo a conocer con claridad y precisión, tal como la Iglesia lo interpreta y lo transmite. No debo ofrecer mis opiniones, sino la doctrina de Él. Y cuando yo ofrezco «mis opiniones», es porque ya he he­cho mío el pensar y el querer de Jesu­cristo. Dicho de otro modo, debo ser delicadamente fiel a Dios y al hombre, destinatario de mi quehacer.

María Santísima, estrella de la nue­va evangelización, guía nuestro cami­no hacia su Hijo, nos sostiene en la conquista de nuestro ser para Él y nos lleva amorosamente a la entrega ge­nerosa y total en el amor hecho accio­nes hacia nuestros hermanos. Con la confianza puesta en su maternal asis­tencia, lancemos día a día nuestras redes para ofrecerlas a Cristo repletas, abundantes de frutos para gloria de la Santa Trinidad.

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