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No se trata de números
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No se trata de números

No podemos perder de vista la voluntad salvífica de Dios que quiere que todos los hombres se salven.

Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate

La pregunta que contesta Jesús en el evangelio vuelve a poner en el centro un asunto que se ha hecho marginal y que, incluso, en algunos ambientes ha desaparecido por completo en la vida del hombre moderno: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Algunos entienden la salvación como un asunto que se puede conquistar al final de la existencia, por lo que sin dejar de buscar a Dios y de llevar una vida cristiana, no se comprometen totalmente y viven confiados en la posibilidad de darle un rumbo diferente a su vida cuando se acerque el final, o después que se haya disfrutado lo suficiente.

Conciben, por lo tanto, la salvación como un asunto de conquista y merecimientos personales, sin calcular que el final puede sobrevenir en cualquier momento, como decía el evangelio hace un par de semanas. Han dejado de percibir la salvación como un don de Dios, para asumirla como una cuestión de méritos personales o de mera pertenencia a un grupo.

En cambio, otros ya no se interesan en la salvación. Los beneficios y los encantos del progreso los han seducido de tal manera que llegan a pensar que pueden conseguir todo lo que necesitan en esta vida. Han llegado a limitar los horizontes de su vida, conformándose con las satisfacciones y placeres efímeros que ofrece este mundo.

En base al modo de vida que impone esta sociedad desconfían de la religión, llegando a distanciarse de la Iglesia. En todo caso, la única vida espiritual que consienten es la que se acomoda a sus propios intereses, la que no cuestiona su estilo de vida, como si se tratara de un producto más, de algo más que pueden adquirir por medio de sus conocimientos y recursos materiales.




Como sucede en la mayor parte de preguntas que plantean a Jesús, pesa ya en el ambiente una respuesta un tanto oficial o una marcada tendencia para interpretar las cosas. Pero el Señor Jesús tiene la sabiduría para ubicarse en cada contexto, ofreciendo una respuesta que abre los horizontes y pone en su justa dimensión las cuestiones fundamentales. En este caso Jesús cambia la orientación que lleva la pregunta que le hacen, para responder sobre el cómo y no sobre la cantidad. La salvación no es un asunto de privilegiados ni hay una lista predeterminada, sino que se ofrece a todos. No se deben cerrar las puertas del cielo ni fijar un determinado número para salvarse.

Jesús no se deja llevar por la especulación acerca de la cantidad, desde la cual se siguen pronunciando algunos grupos religiosos. Más que hablar del número de los salvados, Jesús se pronuncia sobre el modo de salvarse. No basta pertenecer a un determinado pueblo o grupo, a una determinada raza, tradición o institución. Se trata, más bien, de una decisión personal que requiere de esfuerzo y compromiso, así como de un estilo de vida que el Señor va desvelando en el evangelio.

Por eso recurre Jesús a la imagen de la puerta angosta que es el único acceso para lograr la salvación. En cambio, el camino de la perdición es ancho y holgado, pero sólo al principio pues en la medida que se avanza en esta forma de vivir, el camino se va haciendo complicado y amargo, llevando a las personas a un callejón sin salida.

Por este camino se instala el hombre en el placer y la comodidad, pero al cerrar los horizontes de la vida y rechazar la verdad más profunda, al final queda la náusea y la tristeza.

Decía San Charbel Makhluf: “Al inicio el diablo hace reír al hombre, después lo hace llorar y lo lleva al infierno. Al principio Dios nos hace llorar… Al final nos hace felices. Dios nos hace llorar para corregirnos; la intención del diablo es hacernos reír para alejarnos de Dios”. Dice la carta a los hebreos: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama…”.

Por eso, el camino de los justos es estrecho al comienzo, pero poco a poco se va transformando en un camino amplio que abre los horizontes y libera todas las capacidades humanas, en la medida que experimenta la esperanza, la alegría y la paz en el corazón.

Finalmente, no podemos perder de vista la voluntad salvífica de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nos toca, por lo tanto, responder con sinceridad y generosidad pero sin olvidar que la salvación es un don de Dios.