Dar a Cristo. Este es el ideal de todo el que quiera llevar con altura el nombre de Cristiano y no quiera desfigurarlo arrastrándolo por el polvo de su egoismo y sensualidad.
Pero para dar a Cristo es necesario poseer a Cristo. Y Cristo no entrará en nuestra vida si antes no nos convence, no tanto por la razón cuanto por la fe hecha vida.
¡Qué insulsa debe ser la vida del hombre que no posee a Cristo! Un poco de tiempo inflado de egoísmo, un oficio pasajero., tratar de llenar el vacío de la existencia con paladas de diversión y de sexo, cuando no son de sufrimientos sin sentido, y dejar a otro en nuestro sitio que continúe la cadena indefinida; ¡a ver si tiene más suerte y logra alcanzar lo que nosotros no alcanzamos!
¡Pobres hombres! Van a tientas, saltando de una ilusión a otra, hasta que todas se acaban. Ahí van todos en bola: uno gritando «comunismo», otro, «fascismo»; uno viene drogado, otro satisfecho, otro esceptico; uno baja riendo y al lado otro llorando… ¡qué ancho es el camino que lleva a la nada y cuántos bajan por él!
¿Y los que tenemos a Cristo? ¡Qué pocos hay, que abandonando toda su seguridad culpable, bajen el camino y se mezclen con todos ofreciendo manos amigas!
Sí, sabemos teóricamente que Cristo es la solución; que todos los hombres podrían bajar alegres sabiendo a donde van; que todos podrían bajar con Dios. Pero no se lo damos. Cristo no nos ha convencido. Somos cristianos de nombre, de reserva, de retaguardia; cristianos que no siguen a Cristo, sal que ha perdido su sabor.
Por eso Cristo tiene la esperanza puesta en vosotros que sois la sal de la tierra. Convencéos de Cristo. No lo reduzcáis, como tantos otros, a una ilusión pasajera que llenó los años de juventud de vuestra vida «mientras venían otras cosas»… otras cosas que los dejaron sin Cristo y sin ellos mismos; creyendose maduros cuando habían destrozado la conciencia y, sin freno, «liberados», hacían lo que les venía en gana; creyéndose maduros cuando se habían mezclado con los que bajaban a la fosa, sin rumbo, sin saber por qué, sin saber a dónde.
Convenceos de Cristo; conocedlo cada día más; reflejadlo en vuestra vida diaria; en vuestra casa, entre vuestros amigos. Que otros jóvenes al veros se sientan atraídos hacia Cristo y anhelen ser como vosotros.
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