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Radix, el designio amoroso de Dios
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Radix, el designio amoroso de Dios

Radix, es una palabra latina cuya traducción (raíz, origen o inicio) aparece aplicada al Mesías que esperaban los judíos, como para indicar que este «Mesías», esperado por generaciones enteras, tiene una genealogía que lo avala como tal.

 

En el libro bíblico de Isaías (11,10) se lee: «Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos…».

Este término «raíz de Jesé» es clásico en la cristiandad… pero muchos no saben su significado.

¿Quién era Jesé? Era un pastor judío cuyo hijo llegó a ser rey. Nos estamos refiriendo, nada menos que al padre del rey David, escogido por Dios para sustituir a otro rey que se volvió indigno ante Dios: Saúl.

En la ciudad española de Burgos, dentro de la hermosa catedral gótica, se encuentra una capilla dedicada a Santa Ana, la madre de la Virgen María. En ella se puede admirar un impresionante retablo de casi diez metros de altura lleno de figuras bíblicas. Data del siglo XV y es obra de un artista famoso por aquellos años, llamado Gil de Siloé. En medio del retablo de madera chapeada en oro, se observa un anciano acostado que, al parecer, duerme plácidamente. Sobre su pecho se observan unas raíces que arraigan en él y de las cuales brota un grueso tronco que se abre en varias ramas elevadas hacia las alturas. De las ramas, cual frutos, brotan muchos hombres coronados (son los reyes de Israel). Al centro del árbol, y en dos enormes figuras que dominan la escena central, se encuentran unos esposos en actitud de abrazarse, son Joaquín y Ana, los padres de la Virgen (y, por lo tanto, los abuelos de Jesús). En la cúspide del retablo, se encuentra, sentada en un hermoso trono regio, María, con el niño Jesús (aún bebé) en brazos.

He querido describir esta esplendorosa obra con vestigios románicos y góticos porque nos ayuda a entender el significado del término «raíz de Jesé» (en ocasiones se oye también el término «vara de Jesé»).

Para nosotros, “hombres modernos” la cuestión de las genealogías no tiene gran importancia. ¿A qué mecánico español puede interesarle en lo más mínimo el saber si en su árbol genealógico se encuentra alguna relación con el Rey Alfonso X “el Sabio”, una de las figuras más destacadas en la historia de la literatura del Medioevo y que fue rey de Castilla en 1252… pero que murió en 1284? Si tuviésemos un famoso antepasado, lo diremos en alguna tertulia a modo de curiosidad, pero no esperaremos que ello redunde en honores para nosotros… porque no ocurrirá.

Sin embargo en oriente el recuerdo de los antepasados tiene gran valor. Monseñor François Nguyen Van Thuan, un conocido obispo vietnamita fallecido en olor de santidad y que predicó el año 2000 unos ejercicios espirituales a Su Santidad Juan Pablo II, dice al respecto: «Según nuestra cultura, guardamos con piedad y de¬voción en el altar doméstico el libro de nuestra genealogía familiar. Yo mismo conozco los nombres de 14 genera¬ciones de mis antepasados, desde 1698, cuando mi familia recibió el santo bautismo».

A través de la genealogía nos damos cuenta de que pertenecemos a una historia que nos sobrepasa y podemos conocer mejor el sentido de nuestra propia historia. Es por eso que los Evangelistas Mateo y Lucas, por caminos diversos, buscan darle a Cristo una genealogía que nos puede parecer poco interesante porque la mayoría de los nombres que allí se encuentran nos son desconocidos, pero, si la estudiamos a fondo, descubriremos –y esto es lo esencial- que Cristo fue «uno de nosotros».

Mateo, en su genealogía, parte desde Abraham para llegar a Jesús, mientras que Lucas prefiere ir desde Jesús y llega hasta Adán. Jesús, en sus antepasados, tiene a los grandes héroes de la historia de Israel (Abraham, Isaac, Jacob). De la misma “raíz de Jesé”, brotaron grandes hombres de la historia de Israel, como su hijo David, que, sin embargo fue también pecador, pues le robó la esposa a uno de sus fieles soldados (a Urías, el hitita). Y aquí entramos en otro dato interesante de la genealogía de Cristo: muchos de sus antepasados fueron también pecadores.

Por ejemplo, un dato interesante de las genealogías antiguas es el hecho de que no se mencionaban nombres de mujeres sino que siempre se fijaban en la línea paterna… pero en la genealogía que ofrece Mateo aparecen cuatro mujeres (y no muy santas). Tamar se hizo pasar por mujer de mala vida con tal de tener un hijo de Judá, suegro suyo, Rajab lo era “de profesión”. Rut fue moabita (o sea “no judía”) y había adorado a dioses extranjeros en su juventud. Betsabé, la madre de Salomón es la que fuera esposa de Urías y que cometió adulterio con David… los varones que nos ponen en la lista tampoco salen bien parados, de entre los reyes mencionados, sólo dos fueron fieles a Yahvé (Salatiel y Zorobabel) los demás fueron pecadores o desconocidos.

Lo que nos quiere decir el Evangelio, es que Cristo quiso tener un pasado propio de hombres… se hizo hombre realmente, desciende de héroes y de pecadores, no rehuyó una historia como la nuestra.

Sin embargo, como dijimos antes, en la cúspide de ese árbol genealógico se encuentra María… la santa por excelencia. Ella se alzó como castillo inalcanzable ante el pecado y fue la cúspide de la descendencia de Jesé: de Ella nació Jesús, el salvador.

Bellísimas son las palabras que dedica el gran Quevedo a la Virgen María «En su nacimiento»:

Aunque me miráis tan niña,
Soy más antigua que el tiempo,
Mucho más que las edades
Y que los cuatro elementos.
Del Principio fui creada,
Que es sumo Dios eterno,
Y el primer lugar tuve
Después del Sagrado Verbo

Es decir, la raíz última de Cristo (y de María), fue el designio amoroso de Dios…

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