En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, Tú me conoces; sabes cuán roto está mi corazón y cuánto me cuesta admitir mi debilidad. Ven y dime con tu mirada que me aceptas y me quieres como soy. Dime en silencio que aquí estás para mí, que no me dejas solo. María, ven conmigo. Quédate aquí. Ayúdame a sanar, a dejarme tocar por Jesús.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Qué duro es escuchar que somos pecadores! ¿Cómo nos sentimos al escuchar a Jesús hablar de esa manera? Si queremos hablar con Él sobre esto, quédemonos ahí. Tomemos nuestro tiempo. Si pasamos adelante, escuchamos a Jesús: así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Jesús es una señal para nosotros, que caemos una y otra vez. ¿Una señal de qué? De la mirada respetuosa, tierna y paciente del Padre sobre cada uno de nosotros. Escuchemos la voz de Jesús que sigue hablándonos en la Escritura. ¿Cómo es? ¿Qué dice? ¿Qué sentimos al oírla? Podemos hablar con Jesús o María sobre lo que se mueve dentro de nosotros. Ellos nos entienden y respetan. Podemos decirles lo que queramos. No hay modo de que dejen de querernos.
«Los testarudos de alma, los rígidos, no entienden qué es la misericordia de Dios. Son como Jonás: “debemos predicar esto, que se castigue a estos porque han hecho el mal y deben ir al infierno”. Los rígidos no saben agrandar el corazón como el Señor. Los rígidos son pusilánimes, como el pequeño corazón cerrado, pegados a la justicia desnuda. Sobre todo, los rígidos olvidan que la justicia de Dios se hizo carne en su Hijo, se hizo misericordia, se hizo perdón; que el corazón de Dios siempre está abierto al perdón. Es más, olvidan lo que rezamos la semana pasada en la oración colecta: olvidan que Dios, su omnipotencia, se manifiesta sobre todo en la misericordia y en el perdón. Para el hombre no es fácil entender la misericordia de Dios, no es fácil. Y es necesaria mucha oración para entenderla, porque es una gracia. Los hombres, de hecho, están habituados a la lógica del “me la has hecho, te la devolveré”, a la justicia del “la has hecho, la pagas”. Y, en cambio, Jesús pagó por nosotros y continúa pagando».
(Homilía SS Francisco, 10 de octubre de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Jesús, ¿qué pasó en este tiempo que estuvimos juntos? ¿Me gustó algo, algo me dio paz? O tal vez algo me hizo sufrir… ¿Qué fue? Jesús, Tú conoces mis deseos. Escúchalos. Tú sabes qué necesito. Dámelo. Tú sabes qué rechazo. Lo pongo en tus manos. ¿Qué quieres que haga hoy, Señor? ¿Cómo puedo usar los talentos que me has dado para llevar tu amor a mi mundo?
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a reconocer algún talento que tenga un colega de trabajo o de estudio con el que no trato.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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