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1ª obra de misericordia: Den de comer al hambriento (Mt 25,35)
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1ª obra de misericordia: Den de comer al hambriento (Mt 25,35)

Que ninguno tenga que desear comer de las migajas que caen de la mesa de los más ricos.

Por: Mons. José Rafael Palma Capetillo | Fuente: Semanario Alégrate

El hambre de pan y el hambre de Dios

“Danos hoy nuestro pan de cada día” – Jesús nos enseñó a dirigir así nuestra oración al Padre celestial (cf Mt 6,9-13; Lc 11,1-4). La comida básica de los pueblos antiguos, como la comunidad judía, era el pan como alimento principal. Por eso el acto común de recibir la propia comida se indicaba con la expresión “comer pan” (Gn 37,25). Así se expresa la sentencia a nuestros primeros padres, después del pecado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3,19) para subrayar la fatiga que acompaña el trabajo cotidiano. La importancia del alimento primordial queda reflejada al dirigirse a Dios ya que “él da el pan a todo viviente” (Sal 136,25), ya que quien carece de pan, le falta todo (cf Am 4,6; Gn 28,29).

El hambre –por la necesidad del pan– es característica en la experiencia del pueblo de Dios en su recorrido por el desierto: “Recuerda todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante cuarenta años por el desierto, para afligirte, probarte y conocer lo que hay en tu corazón: Si observas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná” (Dt 8,23). Esta difícil e inolvidable prueba que pasaron los israelitas hace comprender la expresión profética que señala el sentido más profundo del ‘hambre de Dios’: “Vienen días en que enviaré hambre al país: No hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la palabra de Dios” (Am 8,11).

Junto con la experiencia inolvidable del paso por el mar Rojo, el maná en el desierto para satisfacer el hambre del pueblo elegido tiene un valor incomparable. En efecto, el maná es calificado como ‘trigo de los cielos’, ‘pan de los fuertes’ (Sal 78,24), ‘manjar de los ángeles’ (Sab 16,20) y, a su vez, es visto como símbolo de la ‘palabra de Dios’ (cf Dt 8,3; Is 55,2-11), de las ‘enseñanzas de la sabiduría’ (Prov 9,5) y de la misma ‘sabiduría’ (cf Eclo 15,3; 24,18-20).

Por otra parte, la sabiduría es una característica de los pobres ‘de hecho’ y ‘de espíritu’, a los que Jesús proclama como ‘bienaventurados’, incluso calificados como dichosos por tal hambre, ya que anhelan la justicia (Mt 5,6). Resuena además la respuesta de Jesús a la primera tentación en el desierto: “No sólo de pan vive el ser humano, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Lc 4,4; Dt 8,3).




Al respecto, el apóstol Santiago deja en claro la actitud de verdadera convivencia fraternal, en actitud coherente: “¿De qué sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o hermana andan desnudos y faltos de alimentos y uno de ustedes le dice: ‘Vayan en paz, abríguense y coman muy bien’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe si no tiene obras está muerta por dentro” (St 2,14-17). Compartir el pan con el que no tiene es una obra de misericordia corporal, pero es algo elemental en la coherencia de la fe y la participación en la eucaristía.

Todos sentimos hambre todos los días y tratamos de satisfacerla al menos tres veces. La recomendación común de los nutriólogos es: “Desayuna como rey, come como un plebeyo y cena como un mendigo”, para indicarnos que tengamos en cuenta que el mayor consumo de energías se da durante el día, sobre todo en el transcurso de la mañana, y desde luego al prepararnos a dormir debemos bajar la dosis de alimento. Sin embargo, la realidad de los que pasan hambre es muy fuerte y penosa, ya que la sienten varias veces al día y con frecuencia no la satisfacen totalmente.

Cristo enuncia nuevamente esta primera obra corporal de misericordia con el firme propósito de que ninguno tenga que desear comer de las migajas que caen de la mesa de los más ricos, como le sucedió al pobre Lázaro (cf Lc 16,19-31). Así aprendemos a compartir todo lo que somos y tenemos con nuestros hermanos que pasan hambre.