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Abre la Puerta
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Abre la Puerta

La alegría brotará de manera natural cuando llega Jesús a nuestras vidas

Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net

“Estoy buscando alguna actividad que complete mi día, algún quehacer en donde pueda relacionarme con más gente y compartir, una ocupación que haga olvidarme de mis problemas, una distracción”

Estas palabras se escuchan a menudo entre las personas que frecuentamos y lo que en realidad tenemos es Sed de Cristo. Levántate y abre la puerta, adivina quién está golpeando… “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. (Apocalipsis 3,20)

Así es, buscamos e invertimos dinero en “distracciones” que no son más de lo que dice esa palabra. Útil para mantener nuestra mente y cuerpo ocupado por un momento y muy útil para verdaderamente distraernos del “camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6).

Estamos en constante búsqueda de algo que ni sabemos qué es. Es parte de nuestra naturaleza buscar seguridades, comodidades, satisfacer la necesidad de bienestar. A eso yo le llamo: buscar paz, pues lo que tenemos es sed de cristo. Sólo en Él se calma nuestra ansiedad, pues en Él encontramos aquello que buscamos en forma constante. Sin embargo, a pesar de que está tan cerca de nosotros, lo sentimos tan lejos…




Lejos porque no lo reconocemos, lejos porque no creemos, lejos porque no le abrimos la puerta. Si tan solo por un momento permaneciéramos en silencio y lo invitáramos a entrar en nuestra morada, nuestras vidas se convertirían.

Él siempre viene en silencio e invisible, con un poder y amor infinitos, con misericordia y con los dones de su Santo Espíritu para dar luz a todas las almas que lo acepten y le permitan entrar en sus corazones. Cristo verdaderamente saciará nuestras carencias: “Vengan a Mí todos los que tengan sed…” (Juan 7, 37). 

Pero, ¿estamos preparados para recibir a Jesús en nuestros corazones? Cuando recibimos una esperada visita, acomodamos nuestra casa, preparamos un banquete y le damos una bella bienvenida, Y ¿Qué haremos para recibir a nuestro Señor? ¿Tenemos limpia nuestra casa? Se trata de esperarlo con un corazón recto, dispuesto, sincero y humilde, pero lo más importante, es estar dispuesto a quedarnos con esa visita para siempre.

Así como lo señaló un destacado Sacerdote en su homilía dominical, muchos tenemos fe hasta que vivimos una prueba grande en nuestras vidas. En ese momento nos damos cuenta de que la fe no era una póliza de seguro que debíamos mantener, pues nos cubriría del incidente que tuvimos. Se trata sin embargo, de perseverar. Perseverar llevando tu cruz, perseverar en la fe. La perseverancia es aquella virtud por medio de la cual florecen las otras virtudes. Así es como también el amor, la paciencia, la humildad, la fortaleza, la templanza no florecerán si no es mediante la perseverancia. Si tu cruz es haber servido y te han pagado mal, persevera en dar la vida por ello o si tu cruz es esa persona que te hace daño, persevera en el perdón.

Quedarnos con esa hermosa visita, la más importante de todas, la que más bien nos ha hecho, es un acto de fe. Una fe que si no cuidamos, si no atesoramos y si no perseveramos en ella bajo cualquier circunstancia, hará que esa visita se vaya.

¿Y cómo esperaremos a Jesús, nuestro invitado de honor? Con la alegría del alma. En una ocasión un grupo de periodistas le pidieron a la Madre Teresa de Calcuta un consejo que les sirviera para toda la vida. La santa los miró y sonriendo les contestó: “Sonrían”. Y al verlos sorprendidos añadió. “Y lo digo completamente en serio”.

El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica, al hablar del deseo de Dios para que todos seamos santos, nos recuerda que: “ser santos no es tener un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico… El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor”. Y si todos estamos llamados a ser Santos, todos estamos llamados a vivir con alegría.

La Sagrada Escritura también refleja el deseo de Dios: “No te prives de un día feliz, y no dejes pasar la parte de una satisfacción legítima”. (Eclesiástico 14,14).

El Ángel que anuncia el nacimiento del mesías a los pastores les dice: “… vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo.» (Lucas 2,10).

La Virgen María lo dice: “y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador” (Lucas 1,47), al igual que San Pablo: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filipenses 4,4).

La alegría brotará de manera natural cuando llega Jesús a nuestras vidas para hacer morada en nosotros y será el reflejo de haber saciado nuestra sed, la sed de cristo.

Pero también podríamos pensar en nuestra flaqueza de fe, que Jesús no ha tocado nuestra puerta y aunque no es así, mediante la Oración, la lectura de la Sagrada Escritura y la Eucaristía, lograremos escuchar los golpes en la puerta. Es Él, sólo debes escuchar. “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo…” (Juan 10,9).

Cuando busquemos en la oración el mejor entretenimiento, cuando encontremos en la Sagrada Escritura una lectura más interesante que aquella revista de espectáculos y la Eucaristía dominical como el encuentro en donde podemos compartir fraternalmente y mejor que en un centro de estética, lograremos escuchar a Jesús tocando la puerta de nuestro corazón.