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Cuando un joven quiere morir
Identidad

Cuando un joven quiere morir

La manifestación más clara de que un joven quiere suicidarse es el acto mismo o el intentarlo, otra cosa no es sino la clásica punta del iceberg. En la parte sumergida de este iceberg se encuentran los pensamientos, las amenazas y los equivalentes del suicidio. Es éste el motivo por el cual es necesario hablar de conducta, de comportamiento suicida, más que de suicidio cometido o de un intento de suicidio.

La personalidad del adolescente. Una de las características del adolescente es una cierta vulnerabilidad psicológica. Algunas causas de dicha vulnerabilidad se pueden atribuir a los procesos evolutivos: la necesidad de adquirir una identidad sexual, que presupone un reajuste completo de la relación con el propio cuerpo, con los padres y con los coetáneos; adquirir la capacidad de gestionar la propia intimidad y pasar tiempo con uno mismo.

Todo esto significa que también un adolescente «normal» experimenta esta fase de paso con una cierta dosis de sufrimiento, ansiedad y depresión, representando así un locus minoris resistentiae a la hora de afrontar eventos que, de por sí, resultan en realidad banales o, por lo menos, poco serios. Y mientras una fuerte personalidad es capaz de enfrentarse con dificultades y fracasos, un adolescente puede comportarse de manera anormal, y buscar una huida (escaparse de casa, cometer delitos leves o más graves, etc.), por medio de los cuales evita herirse a sí mismo, pero que usa para tratar de comunicar su profundo malestar a los adultos.

Pero en ciertos casos el malestar se transforma en sentimientos «negativos», como por ejemplo en un escaso aprecio de sí mismo y/o un no sentirse a la altura de su nuevo papel. Entonces el adolescente se siente aislado, en un mundo que percibe como algo inhóspito, extraño y hasta amenazador.

El impacto del género sexual. Según un estudio llevado a cabo entre estudiantes de una escuela superior, entre las chicas se revelan más ideas suicidas que entre los chicos; y, por lo general, cometen más acciones suicidas -mortales o no- que los hombres. Hay que notar que un número más elevado de suicidios que acaban con la muerte se encuentra más típicamente entre los hombres que entre las mujeres, y los chicos tienen mayor probabilidad de morir por suicidio.

En los intentos de suicidio, las mujeres usan más frecuentemente drogas (benzodiacepina); las armas de fuego son un medio usado más a menudo en los suicidios cometidos por hombres.

Los temas dominantes en la literatura sobre la conducta suicida de los hombres proponen la idea según la cual el hombre recurre al suicidio como respuesta a presiones externas impersonales y que el suicidio masculino puede ser racional. La acción suicida de un hombre puede leerse, además, como una señal de fuerza. Los hombres que recurren al suicidio viven, a menudo, socialmente aislados.

La relación con el propio cuerpo. El adolescente suicida hiere a su propio cuerpo, quizá en el intento de huir de su inaguantable ansiedad y tensión.

Es bien sabido que el adolescente «normal» mantiene con su cuerpo una relación problemática. Tiene tantos problemas con su cuerpo que tiende a experimentarlo como algo extraño, desconocido, incontrolable y como si no le perteneciera. Es una fuente de curiosidad, de orgullo y de vergüenza. Así el cuerpo se convierte en el «enemigo» que hay que eliminar ocultándolo en trajes deformados, se convierte en la fuente de vergüenza que hay que modificar para que corresponda al modelo del momento.

Pero el odio que el adolescente suicida siente hacia su cuerpo supera con mucho esas ansiedades normales. En una especie de delirio, al adolescente le parece como si su cuerpo, al que odia, estuviera separado de él, de tal manera que puede ser eliminado con una aplastante lucidez.

La relación con la familia. Puede decirse, de manera esquemática, que las situaciones familiares que pueden llegar a representar factores de riesgo para la conducta suicida son: conflictos no resueltos (ausencia educativa del padre para el chico o de la madre para la chica, padres separados o divorciados) que se agravan en la adolescencia porque se despiertan temporalmente el complejo de Edipo y una sensibilidad psicológica típica de esta fase del crecimiento. Por último, psicopatologías o conductas suicidas en otros miembros de la familia. Como es obvio, esto no quiere decir que todos los hijos de padres separados, divorciados o ausentes en el ámbito educativo eligen el suicidio, pero este tipo de hechos pueden afectar profundamente la mente de un adolescente vulnerable que, a través de una actitud que lesiona a su propia persona, trata de «denunciar» una situación familiar dolorosa y destructiva, y de pedir indirectamente ayuda fuera de su familia.

El factor socio-ambiental. También este factor parece tener una cierta relevancia en la génesis de una conducta suicida. De hecho, cabe preguntarse si habría tantos suicidios entre los adolescentes si las relaciones sociales fueran más fáciles, menos impersonales o menos indirectas. Hoy los adolescentes tienen dificultad para entrar a formar parte de la sociedad: quizá habría menos intentos de suicidio, si los adolescentes se sintiesen más activos, útiles y responsables. Asimismo, es muy importante subrayar que hay una mayor incidencia de suicidios e intentos de suicidio entre los jóvenes inmigrantes, entre los que dejan la casa para estudiar, para empezar un oficio o hacer el servicio militar, y entre los jóvenes que han perdido su puesto de trabajo, que han tenido una escasa educación o que viven en un ambiente social «anónimo». Las fantasías suicidas del adolescente. Según algunos autores el adolescente suicida posee una visión irreal de la vida y de la muerte y es posible que sea propenso a los siguientes géneros de «fantasías».

Muerte gratificadora. En la delirante visión del adolescente suicida, a la muerte se la considera como el anuncio de la gratificación que el mundo real rehúsa darle. Por ello, el aspirante suicida trata de conseguir una paz profunda, trata de liberarse de las angustias, busca un equilibrio narcisista. Por consiguiente la acción violenta contra sí mismo se convierte en el único medio para liberarse de una íntima presencia que lo tortura, que posee las características de un «enemigo» que debe ser eliminado. El adolescente suicida piensa que podrá conseguir la paz y no tener ya preocupaciones y responsabilidades. Considera que su temor hacia el futuro, sus sufrimientos y sus conflictos, decepciones y dependencias van a desaparecer y, a veces, piensa que se podrá unir a la persona que ama o que idealiza.

Suicidio como rechazo de vivir una cierta vida. El doctor Taleghani considera que la ecuación «suicidio=ganas de morirse» es un error ya que, por medio de su gesto, el adolescente suicida no quiere realmente morir, sino que busca expresar su rechazo de vivir una determinada vida y el deseo de querer vivir una vida diversa.

Suicidio como búsqueda de amor. Aunque parezca que la conducta suicida apunta a cortar todos los lazos con el ambiente de fuera, el suicidio es muy significativo en lo que a las relaciones se refiere, porque el deseo y la voluntad de no vivir están sostenidos por el deseo de ser alguien, de sentirse amado y buscado, de contar para alguien. Por esto el deseo de morir se convierte en búsqueda de un diálogo, de libertad y esperanza. De ser la acción solitaria por excelencia, el suicidio se convierte en un clamor, en un intento ilusorio de unirse a alguien a quien se ama o al que se ha perdido, una manera para estar presente en la mente de alguien. A través de estos gestos, el joven trata de atraer la atención de uno de los padres o de ambos, con quien está teniendo una relación conflictiva o de despego emocional. Por consiguiente, todo acto suicida habría que comprenderlo y considerarlo como un extremo y desesperado gesto, hecho para mantener o volver a equilibrar una relación con otras personas, relación que a menudo se descuida o se desprecia.

El delirio de omnipotencia. El suicidio o el intento de suicidio puede representar también la manera en la que alguien trata de ejercer su fantasía de omnipotencia. La muerte que se busca procuraría la ilusión de transformar en acción activa aquello que, aunque fuera en un futuro lejano, uno hubiera tenido que aguantar pasivamente.

El síndrome de la «Bella Durmiente». Otra compleja fantasía del adolescente suicida estriba en que él piense que, de todos modos, lo van a salvar de la muerte. Dicho de otro modo, el deseo de matarse está íntimamente unido con el deseo de no morir. Lo demuestra el que el joven suicida a menudo deja mensajes en los que advierte indirectamente sobre su intención. Después de haber sido socorridos y salvados muchos adolescentes están muy contentos.

La prevención de la conducta suicida: una perspectiva educativa. Es posible prevenir la conducta suicida y, como en otros casos, esto puede hacerse a tres niveles:

Primero: a través de medidas dirigidas a toda la población en riesgo, con el fin de obstaculizar la difusión de un malestar, o en nuestro caso, de un determinado comportamiento.

Segundo: tratando de evitar las recaídas: en el caso de intento de suicidio, se tratará de prevenir la eventualidad de que el adolescente vuelva a recurrir a este gesto desesperado.

Tercero: por medio de oportunas y eficaces intervenciones que apuntan a limitar el daño que es una consecuencia de una molestia o de una actitud. En el intento de suicidio esto consiste en reducir las sucesivas consecuencias de esa acción, entre las cuales se encuentra el comienzo de una patología psíquica.

En el campo del primer nivel de prevención, muchos autores han sugerido numerosas modalidades de intervención:

Tomarse en serio las intenciones suicidas del adolescente, sin menospreciar su sufrimiento y su desesperación. Esto no significa necesariamente dramatizar la situación, porque de ese modo se corre el riesgo de crear un clima de pánico crónico y de alarma continuada, dando quizá al joven la posibilidad de experimentar sus intenciones como una forma de chantaje.
No obstante, si el adolescente encuentra a alguien que lo escucha y lo respeta, que se ocupa de sus problemas, él logra sentirse seguro para poder hablar seriamente de sí, y puede evitar el suicidio, aceptando con gusto una ayuda para buscar soluciones diversas y que no lo destruyen.

Considerar e identificar el momento en el que el adolescente empieza a aislarse de los demás chicos y de su ambiente, el momento en el que el adolescente abandona paulatinamente sus intereses, sus proyectos y sus esperanzas, en el que empieza a tener una imagen insatisfactoria de su persona, a sentirse frustrado, fracasado o derrotado sin poder reaccionar activamente. Esto vale, sobre todo, para los jóvenes quienes corren riesgos mayores, por su personalidad, por la manera en la que reaccionan frente a situaciones difíciles y por la cualidad del ambiente familiar en el que viven. Según el doctor Coleman, pueden considerarse señales de alarma las situaciones descritas a continuación: depresión continua, desorden en el sueño o en la alimentación, reducción de los resultados escolares, gradual alejamiento de los amigos y, por consiguiente, aislamiento, interrupción del diálogo con los padres y con las personas importantes de la vida del adolescente.

La identificación de situaciones que conllevan riesgo es tarea de los padres y del personal docente, y por consiguiente habría que explicarles cómo detectar las señales de malestar psicológico en el adolescente.

Educar para la vida. Este tipo de intervención debería implicar no solamente al adolescente, sino también a toda la población, con el fin de remover todas las situaciones que representan un factor que fomenta el riesgo de la conducta suicida. Se trata, realmente, de enseñar a todo ser humano el «sentido de la vida». En un contexto cultural en el que prevalece aún la negación de la vida, es necesario reafirmar con fuerza el valor fundamental de la vida. «Siempre reconociendo los límites inherentes a la naturaleza humana, hay que hacerlo animando a que uno elabore y asuma una visión existencial, que sepa dar realce a los aspectos positivos del pasado, a las cosas nuevas e interesantes que el futuro encierra para cada uno de nosotros, y la libertad y la responsabilidad que el hombre tiene en la vivencia del momento presente que merece ser vivido gustando profundamente de la vida y evitando desperdiciar aunque sea un momento». (E. Fizzotti, L´onda lunga del suicidio tra vuoto esistenziale e ricerca di senso, Anime e corpi, 161, 1992, pp.273-294). Por ello el primer nivel de prevención se convierte en el momento apto para ayudar a los adolescentes a que se desarrollen sus sentimientos morales, a que se ocupen de su propia libertad, y si lo hacen de manera responsable esto puede convertirse en la capacidad de planificar y afrontar la realidad. Por consiguiente, no basta decir no al suicidio, un acto moralmente ilícito, sino que es necesario ayudar a muchos chicos y chicas a que vuelvan a la vida, mediante la búsqueda de valores que puedan contrastar con el difundido «tedio a vivir».

La familia, la escuela y los grupos educativos deberían implicarse en este proyecto de prevención. También los padres y los docentes tienen que indicar a los adolescentes los valores que hay que conservar y los ideales que hay que seguir. Pero si la familia es débil y la escuela está ausente desde el punto de vista educativo, si no hay valores e ideales que proponer, el adolescente no «madura» y se convierte fácilmente en víctima indefensa de los ataques que le llegan desde fuera. Solamente si se divulga el correcto significado de la vida y de lo que consiste, es posible aceptar el sufrimiento, la humillación y el fracaso. En un mundo de falsos vencedores, como nos lo presentan los medios de comunicación, es necesario acostumbrarse a perder, a aceptar y a superar la derrota, y a aprender a vivir con sabiduría el don más grande que tenemos: la vida. En un segundo y tercer nivel de prevención, es necesario por un lado eliminar o por lo menos reducir el riesgo de recaídas y, por otro, favorecer en lo posible un desarrollo psicológico y moral normal del adolescente, de manera que no quede marcado toda su vida por experiencias negativas de intento de suicidio. Y si después de un intento de suicidio, el tratamiento médico no es más que un primer paso, luego es necesario planificar una serie de intervenciones no médicas (a corto y a largo plazo) para, como lo dice el doctor Flavigny, «no prevenir la eventualidad de que una persona enferma se suicide, porque antes hay que ayudarla a asumir de nuevo su vida en sus manos».

La intervención psicológica y psicoterapéutica debería incluir a la familia y no sólo al adolescente, porque esto facilita la posibilidad de detectar los desórdenes en las dinámicas de los roles familiares, que no pueden identificarse cuando el tratamiento se limita al adolescente. También las intervenciones sobre el ambiente del adolescente son de suma utilidad. Como se sabe, los muchachos que han sabido volver a entablar sus anteriores relaciones fundamentales con los demás coetáneos, con los profesores o con los directivos, han estado menos expuestos al riesgo de recaídas. Asimismo, son importantes las intervenciones educativas y tendría que ser una educación que se imparte con amor y con comprensión para con el dolor y la desesperación de la persona que asume la conducta suicida, evitando cualquier tentación de secundar (el suicidio es en sí un acto ilícito), de manera que su «amor por la vida» la lleve a desistir de su decisión de muerte.

La Doctora Maria Luisa Di Pietro es Profesora en el Instituto de Bioética de la Università Cattolica del Sacro Cuore.

 

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