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Educar en la fe salva a la humanidad de la perdición
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Educar en la fe salva a la humanidad de la perdición

Debemos agradecer a tantos catequistas, religiosos y religiosas quienes son dignos de admirar por su  valentía de hacer a un lado todo lo que pudieran querer en la vida para dedicarse sin pedir beneficio alguno a la misión de evangelizar a costa aún de su propia vida. Son héroes silenciosos o quedan en el olvido, pero su trabajo de ser educadores en la fe ha sido uno de los más valiosos aportes a la humanidad por mucho que ésta no quiera reconocerlo.

Las confrontaciones nos arrebatan los buenos momentos que por estar peleando nos perdemos de compartir para siempre. Por tanto creo que negar a DIOS en todo proceso educativo nos deja afuera de toda posibilidad de llegar a realizarnos integralmente como seres humanos. Una formación meramente técnica o solamente científica, filosófica e idealista sin recibir el mensaje de DIOS, nos convierte en unidades mecanizadas producidas en serie con un gran vacío espiritual que sin duda se verá reflejado en nuestra conducta.

Tantas promesas en el mundo que aparecen como salvadoras del hombre o claman un brillante futuro de plenitud fantasiosa y que al final son embustes y mentiras cínicas que ofrecen la felicidad bajo brillantes   ofertas de elevación, pero en realidad nos ponen de rodillas para bajar la cabeza para decapitar nuestra misión personal en esta vida y echar a perder legítimas y verdaderas aspiraciones que DIOS nos había asignado desde antes de nacer  o siquiera existir porque de antemano ÉL ya nos conocía y sabía nuestro destino.

La sociedad está enferma, fuera de control, desquiciada sin límites ni remordimiento, sin moral como horizonte, los derechos sociales se confunden con imposición de criterios selectivos que derivan en discriminación y los mismos derechos se exigen con agresiones y violencia. Se pretende resolver todo con un disparo en la cultura de la agresividad porque el mismo egoísmo me dice que sólo mis derechos valen y aquellos de las demás personas son despreciables.

Es una mentalidad de aniquilamiento mutuo, de arrasar al contrario, silenciarlo y desaparecer su voz para imponer únicamente la mía. La verdad atemoriza al que miente y usa esa mentira como arma de manipulación. Se inculca el odio porque el amor estorba y el odio te hace creer fuerte e invencible, pero a la vez es una fortaleza de fino y delicado cristal, el pensamiento crítico es arrojado al abismo de la ignorancia y se aplaude lo perverso, lo maligno, el mal ejemplo, lo incivilizado, lo indecente, la grosería y la patanería. Vivimos la supremacía del irrespeto, la confrontación y la intolerancia. Descubrimos cuando ya es muy tarde cuánto nos equivocamos y es así que la paz tan soñada se aprecia nada más cuando se ha perdido.

Los perversos disfrutan haciendo el mal y los oprimidos lloran más todavía bajo la bota opresora de la humillación y la explotación, pero sabemos que la justicia Divina triunfará con certeza y la libertad verá el amanecer. A pesar que no vemos castigo a los malvados y mucha pena en el inocente, porque las grandes glorias humanas están cimentadas sobre el dolor de miles.

Por tanto la educación en la fe nos ayuda a identificar todos estos males de la vida y a evitarlos y sobre todo a no provocarlos a nuestro prójimo. Educarse bajo la luz de la palabra de DIOS más la doctrina eclesial, nos permite avanzar en la vida para abrirnos paso entre piedras filosas y espinas punzantes que hieren los pasos vacilantes en el camino de nuestra existencia.

Te ayuda a superarte sin pasar por encima de la desgracia de otros,  alegrarte de su calamidad, a no desechar al ser humano como trapo viejo y usarlo en su vida útil o productiva para sacarle provecho como mercancía y luego tirarlo a basura en una especie de costumbre social del descarte que vivimos. Enseña a no creerte superior a los demás ni verte inferior a otros sino que con la misma dignidad de hijos de DIOS. Aceptar que hay veces en la vida que hoy se tiene todo y mañana no se tiene nada. Trabajar con honestidad sin engañar o exigir lo que no se ha merecido o ganado. Sobre todo a respetar el espacio, la libertad y creencias de cada ser humano sin socavar  el derecho de proclamar  a DIOS en el mundo, porque hoy en día, el más marginado y excluido de las sociedades modernas que se dicen civilizadas, es precisamente DIOS.

Recibir educación religiosa nos enseña a preocuparse por los que sufren, ayudar al necesitado y no hacerse el ciego frente a quienes provocan grandes injusticias sociales por su ambición desmedida. Es imperativo que nos interesemos porque nuestros niños y jóvenes sean formados a la luz de la verdad de CRISTO para frenar la violencia como respuesta a los desafíos  y que tanto los padres de familia como los maestros no sigan perdiendo autoridad frente a una oleada de deformación y desintegración de los hogares y en las escuelas.

La libertad religiosa debe ser inviolable en todos los países independientemente de su identidad cultural, lo que implica también no secuestrar la palabra de DIOS para fines mezquinos o codiciosos. La libertad de conciencia y de culto es la primera libertad que la da valor al ser humano y a su vez conservar en el tiempo las tradiciones derivadas de la fe popular como las diversas expresiones religiosas.

Educar en la fe es salvar a la humanidad del aniquilamiento mutuo. Reconoceremos entonces que mi partida y mi llegada provienen de DIOS y finalmente me conducen a su presencia.

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