El término «amor» para Pablo significa dos cosas: por un lado, el amor que nosotros damos a Dios y a los demás, y por otro lado, el amor que nosotros recibimos de Dios. Es muy importante reconocer que el primero de los dos es el amor recibido. Pablo lo dice bien claro en la carta a los Romanos: “…siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,7-8). Ningún cristiano puede mantener su fe si olvida esto, porque entonces pensará que lo primero es ponerse a amar a Dios y a los demás, y cuando le lleguen las dificultades no tendrá ningún punto de apoyo. No. Lo primero es el amor que Dios nos tiene. Por él, y sólo por él, tiene sentido que nosotros nos pongamos a amar. No se mantiene en pie un cristiano si no reconoce cuánto le ama Dios, cuánto le perdona, cuánto le ayuda a pesar de las muchas dificultades de la vida. Por eso, cuando Pablo habla del amor en la Carta a los Corintios, sabe muy bien que todo tiene su origen en Dios. Él mismo ha experimentado la misericordia y el perdón de Dios que le llamó a ser anunciador del evangelio por todo el mundo.
Los cristianos de Corinto tenían algunos problemas que Pablo quiere que corrijan. Uno de los principales era su falta de unidad, de cercanía entre todos los miembros de la comunidad. Había grupos que no compartían las mismas ideas, e incluso acusaban a los otros de estar equivocados. Uno de los motivos de discusión eran los «carismas» de cada grupo. Frente a esta desunión, Pablo quiere ir al núcleo más hondo de todos los carismas, a lo que realmente importa. Y lo descubre precisamente en el amor, escribiendo el Himno del Amor (1 Cor 13). A Pablo no le interesa tanto que los Corintios comprendan su mensaje; tienen que escucharlo con la mente y con el corazón, tienen que convertirlo en vida, hacerlo fructificar. Y para ello no hay nada mejor que mover el interior de las personas, con un himno lleno de fuerza.
Pablo dedica quince expresiones a hablar del amor cristiano: “El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta” (1 Cor 13,4-7). Puesto que este texto se explica por sí solo, lo mejor es llevarlo a la oración. Cada una de las palabras que escribe Pablo quiere que nos las apliquemos a nosotros mismos. Nos podemos ir preguntando ante Dios: ¿soy yo paciente?, ¿soy yo bondadoso? etc. Está claro que Pablo presenta un ideal muy elevado. No hacemos revisión de nuestra vida para decepcionarnos de nosotros mismos, sino para reconocer con humildad cuánto nos sigue ayudando Dios a mejorar. La conclusión de esta oración debe ser siempre «gracias, Señor, por darme la fuerza para crecer en amor».
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