La unidad es un bien moral, social, económico, familiar y religioso. La unidad no es uniformidad sino colaboración, enriquecimiento de dones e intercambio de los mismos.
Cada uno, con sus virtudes y valores, colabora al bien común que es la unidad. En el refranero se nos recuerda que ‘la unión hace la fuerza’. El mismo sentimiento humano nos lleva a la unidad. Nada de lo que nos ocurre es indiferente y lo que da densidad a la relación humana es la búsqueda de hacer que prevalezca más lo que nos une que lo que nos divide. Y en ese buscar juntos el bien de la unidad nos lleva a ser creíbles porque por los ‘frutos los conoceréis’. La unidad nace de corazones nobles y sinceros puesto que si hay intereses o corruptelas interesadas, como una termita, corroen la verdadera fuerza de la comunión y unidad humana.
Cuando contemplamos a la humanidad constatamos inmediatamente que tanto los gozos como las alegrías parten de la unión que existe entre los miembros de un pueblo o de una nación. Por el contrario cuando la violencia y la conculcación de los derechos humanos vienen extirpados y pisoteados por la malicia y los poderes del ser humano, estamos ya ante una sociedad fragmentada y dividida. Jesucristo, que enseñaba con autoridad, manifiesta que la esencia fundamental de la comunidad cristiana ha de estar basada en la unidad, para que siendo todos una misma cosa, este ejemplo haga posible que los demás se adhieran a la fe y crean. No son los hermosos discursos, por muy bien trabados que estén los que llevarán a la consecución de este fin, sino el testimonio de un enlace fraterno que haga posible ‘ver y palpar’ que la unidad es afectiva y efectiva.
La sociedad tiene hambre de fraternidad y unidad. Los mecanismos sociales e instituciones han de procurar buscar más lo que une que lo que divide y esta es la forma leal y justa de servir al pueblo que les ha confiado tal servicio. Cuando los intereses personales o ideológicos priman y excluyen se está haciendo un gran mal a la sociedad. Con tales criterios la misma sociedad se fragmenta y va hacia la deriva. La unidad no quiere decir uniformidad pero sí confluencia de voluntades para conseguir un bien común y general. Todas las fuerzas bien armonizadas y conjuntadas harán posible que se consigan los objetivos que más preocupan a todos: la justicia, la paz, el respeto y la solidaridad.
Se comprende que esto es muy difícil pero no imposible. La imposibilidad indicaría que existe incapacidad, por el contrario, se tiene la suficiente capacidad para trabajar y conseguir la unidad siendo conscientes que los intereses y las cerrazones de mente y corazón lo bloquean. Todo es cuestión de conversión del corazón y de un diálogo que lleve a conseguir objetivos comunes, certeros y verdaderos. Ante el mal se ha de ser implacables –‘tolerancia cero’- pero ante el bien común ‘todos a una’.
Mons. Francisco Pérez González
(Arzobispo Castrense y Director nacional de OMP)
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