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El nacimiento de la Virgen de Giotto
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El nacimiento de la Virgen de Giotto

Exactamente nueve meses después de la Inmaculada Concepción celebramos la festividad de la Natividad de la Virgen, una de las más queridas de la Cristiandad. El 8 de septiembre es, por ejemplo, fiesta mayor en decenas de pueblos que homenajean ese día a su patrona.

El nacimiento de María es así una escena habitual, aunque menos que otras, en la historia del arte cristiano. Una de las más conocidas es el fresco que pintó Giotto (1267-1337) a principios del siglo XIV en la capilla de los Scrovegni, en Padua, formando parte de los ciclos de la vida de Jesús y de la Virgen que adornan las paredes del templo.

La capilla, consagrada a Santa María de la Caridad, fue mandada construir por Enrico Scrovegni para expiar los pecados de su padre Reginaldo y los suyos propios, ambos notorios usureros. De hecho, en su Divina Comedia, Dante sitúa a Reginaldo Scrovegni en el séptimo infierno.

A principios del siglo XIV el pintor concluyó en la capilla de los Scrovegni el ciclo completo de la vida de Jesús y de María.

El cuadro del ciclo de Giotto en Padua consagrado a El nacimiento de la Virgen tiene una peculiaridad: en él aparecen claramente lo que parecen ser dos hijas de San Joaquín y Santa Ana, ambas con la corona de santidad. Pero, si una es la Virgen María, ¿quién es la segunda niña? ¿Sugiere el artista la existencia de una gemela de la madre de Dios?

La respuesta es ya conocida, pero con ocasión del pasado 8 de septiembre la recordó Kathy Schiffer, una experta católica de Washington DC, con un artículo en la revista Patheos.

«Las dos niñas son representaciones de María. Era poco frecuente en Giotto emplear esta técnica de pintar a la misma persona dos veces en una misma pintura, pero no era inusual en los artistas de aquella época», explica. Y así, abajo la niña está siendo bañada y arropada por quienes asisten a Santa Ana, y arriba se la entregan para que duerma en la cama junto a su madre.

Una muestra de delicadeza y de economía de espacio del hombre prerrenacentista, necesitado de dotar de vida y de «acción» las escenas con la que se instruía al pueblo y se ensalzaban los momentos principales de la Sagrada Familia.

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