En su gran sabiduría, incomprensible a la inteligencia humana, dispuso Dios, que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones.
Cristo, en quien se consuma la revelación total de Dios, envió a unos hombres, los apóstoles a que predicaran el evangelio.
“… vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16,15)
Esos hombres, ¿qué tenían de especial? ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué fueron elegidos?
Me pregunto, cómo habrá sido aquel día en el que fueron llamados, día en que se encontraron realmente con el Dios vivo y verdadero que les cambió sus vidas, que los hizo nacer de nuevo, día en que lo dejaron todo por seguir una estrella que iluminaría por siempre su sendero.
“Apóstol” del griego “Enviado”, estos hombres fueron enviados por Jesús, quien antes de todo los eligió, los llamó, los invitó a una historia difícil, pero a su vez hermosa y que cambiaría la humanidad.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16,24)
No fueron elegidos por ser los más sabios o los más letrados, ni por ser los más ricos, tampoco debían destacar en inteligencia ni éxito; no habrían sido escogidos para transmitir un cumulo de conocimientos, sino simplemente para ser testigos de lo que Cristo hizo en sus corazones.
Habría sido lógico que Jesús hubiese buscado a sus “mejores hombres” en aquellos de una sólida formación: doctores de la ley o estudiosos de la Torá, y los encontraría en Judea, más precisamente en Jerusalén. Sin embargo se dirige a Galilea, un lugar en donde era más fácil contagiarse con el paganismo que encontrar la salvación. Y ahí es donde invita, con su “ven y sígueme” a aquellos hombres que llevarían el evangelio a todas las generaciones.
Y es que Cristo no va a la luz sino a las tinieblas justamente para iluminar, para resplandecer con su luz; entre la idolatría y el paganismo, Jesús pasa por la orilla del mar y llama a los dos hermanos: Pedro y Andrés. A Jesús lo vemos en lo cotidiano, en la rutina del día a día, en el trabajo duro que nos da el sustento, ahí es donde nos busca siempre.
Pero, ¿qué invitación es esta?
“… venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres” (Marcos 1,17)
Jesús no entrega un reglamento, ni un programa formativo, ni siquiera una charla, sino simplemente pide seguirle… apostar por Él, arriesgarse a empezar un camino marcado por la incertidumbre del momento y a dejarse hacer.
También nosotros somos llamados a dejarnos transformar y moldearnos por Él, pero debemos seguirle.
Esa pasión que despertó Jesús en los corazones de los elegidos atraviesa errores, dudas y tentaciones para regresar siempre al camino de la verdad y la vida: Jesús.
Y ¿dejarlo todo? ¿Cómo lo hago?
A veces no es fácil entender qué es lo que se nos pide y por ello es que debemos dejarlo todo en manos del que sabe todo y pedir a diario que sea Cristo quien nos muestre el camino que una vez enseñó a los portadores del Evangelio.
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