En mis tiempos de estudiante y militante de Acción Católica, había en México, y en muchas partes más, una verdadera psicosis de avance del comunismo en el mundo. Había que actuar, y gente de buena fe decidió hacerse ANTI-comunista.
Recuerdo que en Monterrey se formó y financió una organización para hacer frente a la difusión del ideario comunista, a cuyo cargo quedó ejecutivamente un ex-militar; no recuerdo su nombre pero sí una frase que le escuché: “nosotros, los anticomunistas profesionales…”
¡Ah caray! pensé ¿cómo puede ser uno básicamente anti algo? ¿Qué no es mejor estar a favor de algo, y en consecuencia impugnar las ideas contrarias, frente a lo que consideramos valores superiores y en contradicción con los otros?
Si lo que deseábamos defender era (y sigue siendo) la democracia como forma de vida política, los valores de la dignidad humana y la religión, entonces tendríamos que ofrecerlos como opción superior a los errores derivados del marxismo ateo.
Lo mismo vale ahora, frente a la cultura de la muerte, para la defensa del derecho fundamental a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, así como de los conceptos milenarios de la familia celular y el matrimonio, como la unión de un hombre y una mujer y su prole, todo ello íntimamente ligado.
Acabo de estar en un curso dentro del cual surgió la pregunta: ¿estás en contra del aborto? Lógicamente que todos los presentes, en línea con los valores fundamentales señalados, estaban en contra. Pero la respuesta correcta, que de pronto surgió fue: “estoy a favor de la vida”.
Correcto, si estoy a favor de la vida, no puedo aceptar la práctica del aborto provocado. Pero lo esencial es eso de “estar a favor”, en este caso de la vida.
En la terrible lucha ideológica y legislativa sobre la permisión del aborto, si no se está en defensa de la vida, se cae en el juego del falso feminismo de que la mujer puede y debe decidir “sobre su cuerpo”, y por tanto puede decidir abortar si le parece correcto o simplemente útil. Quienes se oponen al aborto, señalan proabortistas y feministas fanáticas, ¡están en contra de las mujeres!
Ser provida es la respuesta; la declaración primaria de la acción en defensa del nonato es: “soy provida”. Con esto derivamos necesariamente la no aceptación del infanticidio del nonato, -y nunca estar contra las mujeres-, hasta llegar al rechazo de la eutanasia, matar por acción u omisión a un enfermo terminal.
Encontrándose el mundo con grandes movimientos a favor de la vida, lo que se llama “cultura de la vida”, es muy difícil que alguien se proclame abiertamente contrario a la vida, ser partidario de la “cultura de la muerte”. Le dan la vuelta como pueden a esa realidad. Por eso se dicen (en inglés) “pro-choice”, pro-decidir libremente si se aborta o no.
Así, los movimientos provida -y no sólo en contra del aborto provocado-, enfrentan una declaración eufemística de los pro-muerte: están a favor de lo que llaman “derecho a decidir” de las mujeres. Evaden así hablar de la supuesta duda de en qué momento empieza la vida del nonato, y de que abortar significa matarlo. Reclaman el “derecho” de la mujer a abortar si cree que su vida corre peligro, por el embarazo o el parto. Muy claro, pero también lo evaden: evitar el posible a daño a la salud materna, incluyendo el mortal, defienden que se vale matar al nonato.
Cuando somos provida, defendemos el derecho a vivir de un inocente sobre el probable peligro de muerte, sólo probable, de una mujer. Cuando somos provida, enfrentamos también ese derecho como propio de un enfermo que sufre, para que no se le haga morir, o directamente se le de muerte, por quienes diciéndose misericordiosos piensan que le hacen un enorme favor: que muera ¡ya!
Cuando tengamos en la mesa de la discusión opinar sobre el aborto (y en muchos menos casos la eutanasia), debemos dejar bien en claro que no podemos aceptarlo porque va en contra del derecho humano primigenio, el de vivir y, vale la pena repetirlo, del cual depende disfrutar todos los demás derechos humanos.
Debemos decir que somos provida porque es eso: es el derecho humano fundamental, que como base del Derecho Natural del hombre es defendible sin importar la ideología política o el credo religioso que profesemos. Esto último, lo religioso, es un “además de” lo primero, es, digamos, un valioso “plus”.
Lo importante entonces, es ser contrario a algo, como el aborto o la falsa familia, o el falso matrimonio, porque somos un “a favor de” la vida y las instituciones sociales que dan sustento a una cultura vital en el más amplio de los sentidos.
Que el concebido tenga derecho a vivir en el vientre materno, y tenga siempre en ejercicio el trato que le permita que toda su vida sea digna también, en el más amplio de los sentidos: ser amado, educado, alimentado, cobijado, medicado, seguido de un largo etcétera, hasta morir en paz consigo mismo ante Dios.
Es tan, tan amplia la militancia provida, que defender al nonato para que no sea abortado es sólo la primera parte (y crítica, sin duda), de la lucha por la vida, ya que como acabo de enumerar, sigue mucho, mucho que hacer hasta llegar a la defensa de la muerte sin eutanasia.
El derecho a vivir es el primigenio, y en cambio el Derecho Natural nos indica que un supuesto “derecho” a matar a un nonato no existe, como tampoco existe el de matar a un bebé ya nacido, aunque algunos legisladores inmoralmente aprueben que sí sea lícito en su ámbito legislativo.
Así, recordemos estar siempre A FAVOR de la vida, y por eso no poder aceptar ninguna práctica (se le haya dado permiso legal o no) que atente contra ella. “¿Estás a favor o en contra del aborto?”…
“¡Estoy a favor de la vida, por eso el aborto me es absolutamente inaceptable!” Estar en contra es una simple consecuencia de estar a favor.
¡Que viva la vida!
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