“Yo de plano no salgo para no ver sufrir a los animalitos, para eso mejor me quedo en mi casa”, comentó una persona hace poco cuando se le preguntó qué haría el fin de semana. Sinceramente, me dio mucho tema para reflexionar. No estoy a favor del maltrato de los animales, de ninguna manera, pues son seres vivos que dependen del ser humano para subsistir, en el caso de los domésticos, o bien, como los animales salvajes, coexisten diversas especies en distintos ecosistemas para que el mundo mantenga su equilibrio. Como creaturas hechas por Dios, ocupan un sitio importante dentro de la creación y nos corresponde a los seres pensantes mantenerlos vivos y a salvo de la violencia innecesaria que pueda cometerse en su contra.
Sin embargo, hemos perdido de vista que se trata de seres irracionales que no pueden equipararse con el ser humano, a razón de que nosotros tenemos voluntad y entendimiento. Es decir, tenemos la capacidad de distinguir el bien del mal, de decidir qué hacer con nuestras vidas y de responder por nuestras acciones, por lo tanto, aquello que llamamos “derechos” no podrían aplicarse a los animales, y para ello es necesario puntualizar que cuando hablamos de derecho, nos referimos a un conjunto de normas y deberes que regulan la convivencia social y cuyo fin es dotar a todos los miembros de la sociedad de los mínimos de seguridad, certeza, igualdad, libertad y justicia.
Por supuesto, cualquier ser vivo debe ser protegido. Lo que me lleva a la siguiente reflexión: ¿por qué parece que cada vez más ponemos a los animales por encima de los seres humanos? Y creo que de esto todos nos hemos dado cuenta. Hace días se anunciaba con bombo y platillo la creación del primer hospital para perros en la Ciudad de México, mientras el Seguro Social sufre una de las peores crisis de su historia, obligando a los derechohabientes a comprar sus medicamentos de forma externa. Hay gente que se horroriza con las corridas de toros pero no reacciona igual al saber que el aborto se quiere legalizar en muchos estados de la República. Otros sienten impotencia cuando se enteran de los abusos cometidos contra especies en peligro de extinción y hasta reúnen firmas para detenerlos pero no se interesan por los niños que mueren de hambre y frío en lugares poco afortunados.
Nuestros valores han cambiado, la mercadotecnia nos ha convencido de que las relaciones humanas son desechables y que lo que más interesa es el placer por el placer. Nadie quiere sufrir, pero no importa si para conseguir bienestar hay que atropellar los deseos de otros. Queremos tener pero no dar. Somos sensibles cuando los problemas nos afectan directamente pero si se trata de algo ajeno a nuestra conveniencia actuamos con indolencia.
Muerte y destrucción se siembran a diario en el mundo entero pero a nosotros no nos afecta, ¿qué nos está pasando? Debemos de sensibilizarnos ante el dolor ajeno y procurar ayudarnos unos a otros. Pensemos en que a todos nos tocará la desgracia, pues vivimos en una rueda de la fortuna, unas veces estamos arriba y otras nos tocará caer, por eso, meditemos qué valdrá más para los tiempos de infortunio, pues no siempre tendremos todo lo necesario para vivir, quizá en una de tantas vueltas que de la vida Dios permita que nos toque la catástrofe para sacudir nuestros duros corazones, y en ese momento desearemos tener a alguien que se apiade de nosotros y nos ayude a salir del bache. Lo que siembres, cosecharás; como dice la Escritura: Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo ustedes con ellos (Mateo 7,12).
El Papa Francisco, durante del Ángelus del domingo 6 de marzo, hizo referencia a la violencia sinsentido que se vive en Yemen, donde dos días antes fueron asesinadas cuatro misioneras de la Caridad, fundadas por la Madre Teresa de Calcuta. Las religiosas atendían ancianos cuando fueron víctimas del ataque. El Papa comentó con dolor:
“Expreso mi viva cercanía a las Misioneras de la Caridad por el grave luto que las ha golpeado hace dos días con el asesinato de cuatro Religiosas en Adén, en Yemen, donde asistían a ancianos. Rezo por ellas y por las otras personas asesinadas en el ataque, y por sus familiares. Estos son los mártires de hoy. Y esto no es titular en los periódicos ¡no es noticia! Estos mártires que dan su sangre por la Iglesia son víctimas de sus asesinos y también de la indiferencia. De esta globalización de la indiferencia. Que no importa. Que la Madre Teresa acompañe en el paraíso a estas hijas suyas mártires de la caridad, e interceda por la paz y el sagrado respeto de la vida humana”.
La vida humana es frágil y necesita de nuestro cuidado, pero es indispensable que reacomodemos nuestra escala de valores y entendamos que lo más sagrado en el mundo es la vida de una persona, no importando si apenas es del tamaño de la cabeza de un alfiler o tiene ya cien años. Y urge inculcar eso en niños, adolescentes y jóvenes, que creen que pueden jugar con sus cuerpos sin consecuencias, porque el día que se enfrenten a los problemas de un embarazo, una enfermedad, una vicio o un accidente no se darán cuenta de que es el resultado de una decisión mal tomada por ellos, que a lo mejor no tuvieron quien les pusiera límites y les formara como personas e hijos de Dios. Alguien que da su justo valor a la vida humana sabrá respetar la existencia de las demás especies. Por eso, de principio a fin hay que defender la vida y todos sus ciclos, porque si no comprendemos que es lo único que merece ser preservado, estaremos condenados a desaparecer.
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