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La humildad es la verdad
Identidad

La humildad es la verdad

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Dame la gracia, Señor, de reconocer que soy un pecador, tener la certeza de que Tú me puedes comprender como soy y me amas sin condiciones.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás:

“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Pues bien, Yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cristo comienza reconociendo la realidad de que hay personas que se consideran mejores que otras y por esto se sienten superiores y desprecian a los demás, pero el hecho de que se crean mejores que muchas personas a su alrededor, les quita el mérito de sus talentos y las cosas que hacen bien, porque encontrarse con una persona engreída que se cree mejor que todos no es una experiencia buena.

El primer personaje de la parábola tiene muchas cosas por las que agradecer a Dios, pero lo hace de una manera soberbia porque no reconoce el don del cual Dios le hace partícipe ni que sus cualidades no son obra suya sino un regalo de Dios. Más allá que juzgar a las personas pecadoras con las que nos encontramos, debemos pedir por ellas y ver que nosotros podemos estar bien en algunos aspectos pero que todavía no somos perfectos.

En cambio, la segunda persona orante que aparece en la historia es alguien que reconoce sus limitaciones y no se avergüenza de decir que se ha equivocado y necesita del perdón de Dios en su vida. La persona que sabe pedir perdón es un tesoro para los que lo rodean porque tiene la humildad de decir que no es perfecto, y eso ayuda a todos a crear una cultura de misericordia donde Dios ocupa el primer lugar y nosotros nos esforzamos por seguir su ejemplo.

«Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo. Y cada vez que un hombre, al hacer el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas son muchas más que las obras de bien, no debe desanimarse, sino confiarse a la misericordia de Dios. Y esto nos da esperanza, ¡esto nos abre el corazón! Dios es Padre, y hasta el último momento espera nuestro regreso. Y al hijo pródigo que ha regresado, que comienza a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo. ¡Este es Dios: así nos ama!».
(Audiencia de S.S. Francisco, 25 de octubre de 2017).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Perdonar a alguien que me haya hecho algún mal.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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