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La locura de la Encarnacion
Identidad

La locura de la Encarnacion

Cristo nos salvó cuando se encarnó en la historia y entre las es­tructuras humanas.

Por: Dr. Joseph Tham, colaborador en Escuela de la Fe | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 3 No. 13, Noviembre – Diciembre 2000

1. El Escándalo de la Encarnación

Para los judíos en el tiempo de Cris­to, y el desarrollo del judaísmo después no pueden aceptar que este hombre, Jesús, podía ser Dios, crea­dor del universo. Un niño pobre del Belén, un hombre ordinario de Galilea, colgado en una cruz como un criminal: no se parecía nada al Dios omnipoten­te. Los judíos dijeron ¡locura!, ¡blas­femia! a Jesús que se proclamó igual a Dios. Por eso lo condenaron a muer­te los sumos sacerdotes cuando afir­mó efectivamente que sí, es Dios. (Lc 22, 66-71; Mc 14, 60-64; Mt 26, 63-65) En el libro Cruzando el Umbral de la Esperanza, el Papa tiene esta obser­vación interesante:

El hombre ya no estaba en condi­ciones de soportar tal cercanía [de Dios hecho hombre], y comenzaron las protestas. Esta gran protesta tiene nombres concretos: primero se llama Sina­goga, y después Islam. Ninguno de los dos puede aceptar un Dios así hu­mano. «Esto no conviene a Dios -pro­testan-. Debe permanecer absolutamente trascendente, debe permanecer como pura Majestad. Por supuesto, Majestad llena de misericordia, pero no hasta el punto de pagar las culpas de la propia criatura, sus pecados.» (nota: cruzando el Umbral de la Esperanza, Plaza y Janes Editores, Segunda Edición, Capítulo 6, Si existe, ¿Por qué se esconde? pag 60)

Para los musulmanes, Jesús es uno de los profetas pero no Dios. Porque Dios es grande, infinito y poderoso. En los dos mil años de historia, surgieron en la Iglesia herejías y fracciones que, en diversas maneras, negaron la divinidad de Cristo. Hasta el día de hoy repiten varias sectas como los Mormones y los Testigos de Jehová que Jesús no puede ser Dios omnipo­tente. Lo que no reconocen estos gru­pos es que, en la grandeza de Dios, encontramos la grandeza de su Amor: Dios es tan infinitamente grande que puede bajarse a ser infinitamente pequeño como uno de nosotros, ¡uno de sus criaturas!

Es locura porque Dios nos ama locamente. «De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no cono­ció a Dios en su divina sabiduría, qui­so Dios salvar a los creyentes median­te la necedad de la predicación… Por­que la locura de Dios es más sabia que os hombres, y la flaqueza de Dios, más poderosa que los hombres» (1 Cor. 1,21.25).




2 Lecciones de la Encarnación

Dios podía salvarnos de mil otras maneras, quizás nosotros hubiésemos elegido vías más cómodas o razona­bles. Si Dios quiere salvarnos a tra­vés de su Encarnación, es que quiere enseñarnos algunas lecciones. Pode­mos aprender de la lección de su Encarnación la manera de que Dios nos salva. Cristo nos salvó cuando se encarnó en la historia y entre las es­tructuras humanas. Y sigue salvándo­nos a través la Iglesia, los sacramen­tos, las personas o en otras palabras, las criaturas.

2.1 El Principio de la Encarnación

Este principio viene del ejemplo de Dios, en la persona de Jesucristo, que bajó y se metió en la creación misma para salvarla. El estado de la creación después de la caída de nuestros pri­meros padres fue manchado con pecado. Los seguidores de la Reforma desde Lutero y Calvino piensan que esta corrupción de la naturaleza humana, creada y después la caída, fue algo irreversible, incapaz y indigno de ser instrumentos de la salvación y santificación. Pero en la Encarnación, Dios entró la historia humana, entró el tiempo creado, y entró en la creación mis­ma. Significa que de una manera, la creación no fue totalmente corrupta sin ningún valor. La entrada de Dios res­tauró la creación de nuevo y, curiosa­mente, la elevó a un nivel más alto que antes de la caída.

2.2 Iglesia y sacramentos: consecuencias de la Encarnación

Precisamente, si Dios utilizó la ma­teria creada para salvarnos -se hizo hombre, con sangre y carne- ¿cómo podemos negar la posibilidad de que nos santifique y salve a través de ma­teria física? Dios nos conoce muy bien, y sabe que no somos seres espiritua­les puros. Somos criaturas con nece­sidades físicas: familias, amigos, comidas, vestidos, lecturas, gestos, ar­tes, conmemoraciones, festividades, leyes, etc. Por eso, Cristo nos dejó muchos medios materiales para que podamos, a través de ellos, acercar­nos a Él. Estos medios concretos son la Iglesia misma -que incluye las per­sonas como el Papa y los obispos, los creyentes, los santos ya en gloria-, y los sacramentos y sacramentales- la liturgia, los tiempos litúrgicos, las fies­tas, lugares especiales de peregrina­ción, arquitectura, imágenes, escultu­ras, música sagrada, etc.

2.3 Medios para alcanzar el fin

Es muy importante subrayar que estos elementos físicos de que habla­mos como frutos de la Encarnación son meramente «medios» para alcanzar a Dios, que es nuestra único «fin». Los hermanos separados se quejan de que la Iglesia católica tiene tantas «cosas» que pueden confundir a la gente y os­curecer el papel redentor del Cristo y dicen que ellos pueden alcanzar a Dios sin ningún medio. Un ejemplo recien­te de esto lo tenemos en el evento «Homenaje a Jesús» en el Estadio Azteca, la propaganda anunció que «por primera vez, la iglesia de México (no dicen cuál) se reúne en torno a Jesús, y no a un hombre», refiriéndo­se obviamente al Papa y a su visita a México del año pasado. Aquí, pode­mos ver que estos grupos confunden el «medio» con el «fin». El «medio», el Papa, nos enseña el camino hacia el «fin» que es Cristo.

Los católicos no damos culto ni idolatramos estos medios, como pue­de ser el Papa, María o las imágenes, sino que los aprovechamos como me­dios que nos llevan a Dios, nuestro fin.

Además, no es realista que quite­mos todos los medios, pues no somos seres espirituales puros y siempre necesitamos de medios para que llegue el mensaje de la salvación. Pero, por otro lado, existe el peligro real donde uno puede «quedarse en los medios y no ir a Dios», como nos recuerda la fór­mula de la renovación de las promesas del bautismo, olvidando que el fin que es conocer y amar a Cristo, nues­tro Señor.

2.4 Los Sacramentos como puentes que nos llevan a Dios

Los sacramentos en sentido amplio, son estos medios, que funcionan como puentes que nos acercan a Dios. Según esta imagen, podemos llamar a Cristo como el «Sacramento del Pa­dre» porque Él es el Camino que nos lleva hacia su Padre. Del mismo modo, cuando decimos que la Iglesia es el «Sacramento de la Salvación» intentamos que a través de la Iglesia esta­mos en el seguro camino de la salva­ción. Así, podemos imaginar todos los sacramentos de la Iglesia como puen­tes. Son dones o gracias de Cristo a nosotros para facilitar nuestro camino hacia Él.

En cada sacramento, siempre hay una «materia» y una «forma». La materia puede ser el agua del Bautis­mo, el aceite para la unción en el sa­cramento de la Confirmación y en el de la unción de los enfermos; el pan y vino de la Eucaristía, etc. Así, Cristo instituyó los sacramentos con materia­les mundanos, a través hombres im­perfectos pero cabe perfectamente en el esquema de la salvación precedido en la Encarnación. En esta economía de la salvación, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto «sacramento de los sacramentos»: todos los otros sacramentos están ordenados a éste como a su fin. (Cfr. Cat. n. 1211, 1374) Pues, aquí el «puente» que nos lleva a Dios es Cristo mismo y no otra materia.

La Encarnación es la prueba de que Dios nos ama infinitamente. Si no com­prendemos el por qué Cristo se encarnó, es porque no entendemos su len­guaje de amor. Cuando una persona está enamorada, hace cosas raras, lo­curas por su amado. Igualmente, Dios parece loco en su amor cuando se hizo hombre. Nunca debemos acostumbrar­nos a tener estos medios tan valio­sos, porque nuestro destino es ser «hi­jos en el Hijo de Dios». El Verbo se encarnó para hacernos «participes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4) Santo Tomás captura esta realidad de nues­tro destino con esta frase extraordina­ria, ¡»EI Hijo Unigénito de Dios, que­riendo hacernos partícipes de su divi­nidad, asumió nuestra naturaleza, para que, haciéndose hecho hombre, hicie­ra dioses a los hombres»! (Cfr. Cat. n. 460)

Además, como un reto en este año jubilar el avance del ecumenismo, la celebración entre los cristianos de la Encarnación de Jesucristo nos invita profundizar la pedagogía de Dios en nuestra salvación. En la Encarnación, como hemos visto, encontramos un punto común donde podemos encon­trar muchos puntos de diálogo con los hermanos separados sobre el papel de la Iglesia, el Papa, los Santos y los sacramentos en la vida cristiana.