En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, guía mis pasos para avanzar siempre por el sendero que conduce a la puerta estrecha por la que se entra a la vida eterna.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 1-10
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas. A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso añadió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Nadie entra a un lugar si no es por la puerta. Este detalle lo solemos pasar por alto, pues nos parece de lo más lógico. A menos que haya una necesidad especial, la puerta siempre es el punto de acceso. Cada puerta, al abrirse, revela un universo del que ella es custodia. De hecho, ese universo permanecería oculto a nuestros ojos si no se abriese la puerta. ¿A qué va esto?
Nuestra fe es una primera puerta que nos introduce al misterio de Cristo. No podemos verlo a Él a no ser que empleemos los ojos de la fe. Quien ve desde la fe, experimenta la misma realidad que todos los hombres, pero de un modo marcadamente diverso. Sólo así se explican los ejemplos de los santos, que, siendo hombres y mujeres de carne y hueso, parecían tener un criterio diferente para todas las cosas. Sin embargo, hay una segunda puerta.
El Evangelio presenta una vez más el escándalo de Jesús. Todas las religiones tienen fundadores que aseguran contar con la respuesta última a la existencia humana; todas menos una. El cristianismo es el único cuyo fundador no afirma tener la respuesta, sino ser Él mismo la respuesta. ‘Yo soy la puerta’ quiere decir, muy literalmente, que no se puede revelar el misterio de la vida eterna si no es entrando en ella a través de Cristo. ¿Cómo hacerlo?
Jesús mismo ha abierto esa puerta. Basta mirarlo en la cruz. Haz la prueba. Sus brazos abiertos de par en par son la indicación más clara de cuál es la entrada por la que debemos llegar a Dios. Así de fácil. No tenemos que hacer más que una cosa sola, si bien nos suele resultar muy difícil: escuchar su voz. Y tú, ¿ya eres de las ovejas que reconocen la voz del Buen Pastor?
«Velar significa implicarse en la vida del rebaño. Jesús diferencia bien el verdadero pastor del empleado, de ese que va por el pago y no le interesa si viene el lobo y come a una oveja: no le interesa. El verdadero pastor que vela, que está implicado en la vida del rebaño, defiende no solo a todas las ovejas: defiende a cada una, confirma a cada una y si una se va o se pierde, va a buscarla y la lleva de regreso al redil. Está tan implicado que no deja que se pierda una. La oración de Jesús: en la última cena pide al Padre la gracia de que no se pierda ninguno.»
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de mayo de 2018, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una fervorosa visita a Jesús en la Eucaristía, y me dedicaré a contemplarlo en silencio, dejando que Él hable a mi alma.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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