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Luz a los misterios
Identidad

Luz a los misterios

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Madre mía, quiero poner en tus manos esta oración. Quizás me cuesta detenerme unos instantes ante Cristo. Quizás encuentro facilidad. En cualquier caso quiero ofrecerte mi intención de estar con el Señor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 28, 8-15

Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: «No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Estos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: «Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación». Ellos tomaron dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe. Vana sería nuestra vida, vana sería toda esperanza. La virtud no tendría sentido, el bien que hiciéramos no nos elevaría, el mal no sería paradójico. Simplemente todo sería indiferente, porque, ¿qué sentido de trascendencia habría en nuestras vidas?, ¿qué esperanza de pasar a una vida futura?, ¿qué ilusión por amar hasta la eternidad?

Tantas preguntas en el ser humano, tantas preguntas que confrontan su existencia. Cada uno de nosotros se ha topado alguna vez con ellas; y aunque fuese sólo con alguna, qué difícil es hallarle una respuesta merecida… Medias respuestas. El hombre se ha movido toda su vida con medias respuestas. Ha buscado siempre, y a veces parece que entre más busca, más se pierde entre sus dudas.

Algunos tienen la gracia de creer desde niños, otros acogen la fe en los años posteriores; pero ambos vienen o vendrán probados en la fe –y ninguno, me parece, saldrá de la prueba por sus propias fuerzas.

Sí, Señor, fuiste grande, curaste enfermos, sanaste ciegos, te opusiste a los más sabios como pobre carpintero, reviviste muertos. Pero, si no hubieses pasado el umbral de la muerte, la pregunta más profunda y la realidad más infalible habrían quedado una vez más sin responder. Un sabio más, un líder más, un hombre más…

El problema del dolor, del pecado, de la muerte, ¿quién les habría dado solución? Por más lógicas respuestas que el hombre se esmere por formular, por más realista que parezca frente a los problemas más existenciales, jamás alcanza la satisfacción de dar completa luz a los misterios.

Sólo si Dios mismo venía al mundo, sólo así daría respuestas plenas. Pero no vino a saciar la soberbia intelectual, no vino a propagar teorías satisfactorias. Vino a encontrarse con nosotros. Conmigo. A cada pregunta, correspondería una experiencia. Y habría de recibirse con humildad y con aquella maravilla que sólo el sencillo puede gozar. A la pregunta del dolor vino la experiencia redentora de la cruz, al problema del pecado vino la experiencia de su amor, y al problema de la muerte, vino la resurrección.

Dichosos los puros de corazón, pues sólo aquellos con un corazón puro podrán creer en Dios.

«Nos detenemos también hoy ante la tumba vacía de Jesús y meditamos con estupor y gratitud el gran misterio de la resurrección del Señor. La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido sobre el pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: “¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡La necesitamos tanto!”. Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: “¡Sí, tenemos la certeza: Cristo verdaderamente ha resucitado!”. ¡El Señor ha resucitado entre nosotros! Esta verdad marcó de forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, sintieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, tras recibir el Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y habían experimentado personalmente».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de marzo de 2016).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Señor, hoy quiero renovar en mi alma esta fe en que eres el único Dios; el único camino en el que alcanzaré la verdadera felicidad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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