A san Juan, hijo de Zacarías y santa Isabel, la Iglesia le dedica dos liturgias: la del 24 de junio, para celebrar su natividad, y la del 29 de agosto, para conmemorar su martirio. El Evangelio recoge lo siguiente:
“Herodes había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: ‘No te es lícito tenerla’. Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.
“El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: ‘Tráeme aquí, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista’.
“El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y ésta la presentó a su madre” (Mateo14, 3-11).
Como siervo de Dios, Juan el Bautista no tenía otra opción que hablar con la verdad, pues el Señor advierte a los suyos:
“Cuando yo diga al malvado: ‘Vas a morir’, si tú no le adviertes, si no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, a fin de que viva, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.
“Si por el contrario adviertes al malvado y él no se aparta de su maldad y de su mala conducta, morirá él por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (Ezequiel 3, 18-19).
Aquí la muerte significa la condenación eterna, no la simple muerte física y ante la cual Jesús ya dijo que sus discípulos no han de amedrentarse: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna” (Mateo 10, 28).
Benedicto XVI, en su catequesis del 30 de agosto de 2012, señaló:
“Celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas”.
Pero es mucho más fácil acallar la verdad o tergiversarla con tal de congraciarse con el mundo, a pesar de la advertencia de la Palabra de Dios: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos” (Romanos 12, 2); por eso cada vez hay más bautizados, incluso clérigos, que igualan a todas las religiones y desaconsejan la conversión al catolicismo o la evangelización y la predicación acerca de la condenación eterna; que apoyan o promueven el aborto, la eutanasia, las fecundaciones in vitro, la clonación humana, la sodomía y la bendición de las parejas del mismo sexo; que quieren que la comunión eucarística se dé a parejas en relación adúltera o fornicaria; que niegan que la masonería y el marxismo sean causa de excomunión; que aplauden o ponen a mujeres a presidir presuntas Eucaristías, dirigir parroquias o aparentar que dan la absolución de los pecados. Todo esto para ser “políticamente correctos”, para “no ofender”, y para no ser demandado, encarcelados o asesinados por dar testimonio de la verdad.
Por eso el ejemplo de san Juan el Bautista es hoy fundamental: constituye un llamado para que los cristianos occidentales se replanteen cómo están viviendo su fe.
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