Llega una acusación contra una persona que conocemos. Puede tratarse de alguien cercano: un familiar, un amigo, un compañero de trabajo. O alguien “lejano”: el propietario de un banco, el alcalde de la ciudad, el líder de un partido político.
Ante la acusación recién llegada, surgen diversas preguntas: ¿será verdadera? ¿Mezcla algo de verdad con algo de mentira? ¿Por qué se difunde ahora? ¿Cómo estará viviendo estos momentos la persona acusada? ¿Hay víctimas o presuntas víctimas que merecen ser atendidas?
Si la acusación fuese falsa, ¿por qué alguien la ha inventado? ¿Por qué otros la difunden con un entusiasmo no disimulado? ¿Cómo afecta una calumnia así al que es señalado por delitos que no habría cometido?
Si la acusación fuese verdadera, sobre todo si se trata de algún tipo de abuso, ¿cuántas serían las víctimas? ¿Están recibiendo la atención que merecen? El culpable ahora acusado, ¿será juzgado de modo justo, recibirá algún castigo?
Continuamente escuchamos acusaciones que nos llegan a través de la confidencia de alguien cercano, o en redes sociales, o en medios informativos más o menos serios.
Cada una de esas acusaciones refleja siempre un aspecto oscuro que se esconde en el corazón humano. Si la acusación es falsa, sale a la luz la perfidia de quienes buscan destrozar la fama de un inocente. Si la acusación es verdadera, descubrimos hasta qué punto puede llegar un ser humano cuando se deja arrastrar por sus pasiones desordenadas.
Quedarnos en esas preguntas, que tocan dimensiones oscuras de la experiencia humana, resulta insuficiente. Porque frente a una acusación, necesitamos reaccionar con un deseo sincero por ayudar a quienes sufran cualquier tipo de injusticia, y a quienes hayan cometido actos delictivos contra otros.
Porque no basta con rechazar o denunciar el mal (un mal real, si la acusación es verdadera; un mal también real, si hay calumnias). Lo importante es promover, con respeto y eficacia, acciones para corregir, incluso castigar si el caso lo merece, a los culpables; y para apoyar y acompañar a las víctimas.
Llega a mis oídos o ante mis ojos una nueva acusación. Se abre ante mí una historia dolorosa. Rezaré a Dios para que me ayude a ver lo que pueda haber de verdadero en esa acusación; y para que oriente mi corazón a ayudar a todos, víctimas y victimarios, a encontrar ayuda y misericordia en almas generosas que buscan vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21).
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