Jacques Fesch (1930-1957), en la tarde del 25 de febrero de 1954, perpetró un robo a mano armada. En la fuga, un policía le dio el alto. Jacques disparó y lo mató.
Fue arrestado inmediatamente. En los más de tres años de cárcel, hasta la ejecución por guillotina el 1 de octubre de 1957, se produjo un cambio profundo en su alma.
Jacques había crecido lejos de Dios. Su vida, según se hizo evidente sobre todo tras el asesinato del policía, estaba llena de desórdenes y de daños internos. Había caminado sin rumbo, y llegó a la tragedia.
La cercanía de varias personas, sobre todo del abogado y del capellán de la cárcel, ayudaron a Jacques a encontrarse con Dios. Ese encuentro transformó su vida, como se evidencia en sus cartas.
En los dos meses que le prepararon a su muerte, Jacques escribió unas notas dirigidas a su hija, Veronique, de 6 años, con el deseo de que pudiera leerlas tras la muerte de su padre, como un diario íntimo, espiritual.
En esas líneas, el corazón de Jacques se hace transparente. Publicadas varias décadas después de los hechos, permiten ver los altibajos de quien ve llegar su momento definitivo.
El texto inicia con este sencillo párrafo: “Esto es mi diario, el único bien que te lego a falta de esos otros que los padres suelen dejar a sus hijos. Te doy lo que tengo para que, cuando seas una mujer, puedas seguir a través de estas líneas la vida del que fue tu padre y no ha dejado de quererte ni un momento”.
En seguida, dice a su hija que va a morir: es plenamente consciente de ello. Pero sabe que su existencia ha estado rodeada por el Amor de Dios, y quiere así cantar la misericordia recibida.
Impresiona un texto escrito en circunstancias tan dramáticas y, al mismo tiempo, con el vivo cariño de un padre que se siente en parte fracasado, pero no por ello sin esperanza.
El lector del diario puede asomarse a la sucesión de momentos mejores, de especial encuentro con Dios, y momentos de hundimiento, como si la noche hubiera apagado las certezas del día anterior.
“Alegría, alegría y gracias a Dios. Hace tres días que he recuperado la fe. No es que me hubiera abandonado del todo, sino que, con el tiempo y las pruebas, se había instalado cómodamente en una tibieza que, según se dice, hasta el mismo Infierno rechaza. Por segunda vez en mi vida se caen las escamas de mis ojos y de nuevo percibo cuán dulce es el Señor” (3 de agosto de 1957).
Dos días después, Jacques escribe: “Todas las mañanas me levanto triste y con la mente en blanco. Me invaden los mismos amargos pensamientos de siempre y solo me siento fuerte y rodeado de solicitud después de haber rezado. Jesús está aquí, junto a mí, casi lo palpo. Le llamo y al momento me invade su dulzura, llenándome de alegría. ¡Como un crío! Evidentemente, los momentos de oscuridad que estoy atravesando me resultan más penosos todavía si los comparo con los de consolación. Me falta confianza en Su amor. Hay egoísmo en mi búsqueda de la ayuda que me presta. Aunque rinda mi voluntad para someterla a la Suya, continúo esperando que Él haga todo el trabajo. Me siento inquieto porque percibo mi miseria como nunca, y comprendo que los dones que recibo son desproporcionados a mis lamentos en petición de ayuda. ¡Poder de la oración! Tengo que hacer un esfuerzo de voluntad mayor para creer, sobre todo en la noche del alma; entonces mi plegaria cobrará más valor. Sin embargo, desde el punto de vista de la sensibilidad, parece verdad lo contrario. Esta búsqueda de Dios es agotadora” (5 de agosto de 1957).
Dos días antes de su muerte, ofrece su vida a Dios: “Busco a mi Jesús, que la mayoría de las veces se me revela de modo sensible; y, si este gozo me abandona, solo tengo un deseo: recuperarlo. Esta idea no me deja tiempo para pensar en la muerte y, cuando alcanzo dicho gozo, no se me ocurre pensar en temores. Querido suplicio que me va a hacer ganar el Cielo. ¡Qué lástima no poder dar la vida como los mártires que mueren por no renegar de su fe! Aunque el castigo sea injusto, yo soy culpable y ofrezco a Dios todo lo que puedo ofrecerle” (29 de septiembre de 1957).
Su último día transcurre entre despedidas, emociones, miedos y esperanza. Todo está ya decidido. Queda la lucha decisiva, la que prepara al alma al encuentro con Dios.
“Me siento ligero, ligero y, por el momento, el temor se ha desvanecido. No estoy solo porque Dios está conmigo. ¡Solo cinco horas de vida! Dentro de cinco horas veré a Jesús. ¡Qué bueno es nuestro Señor! Ni siquiera espera a la eternidad para recompensar a sus elegidos. Me atrae dulcemente hacia Él dándome una paz que no es de este mundo” (30 de septiembre de 1957).
El diario queda interrumpido. Los últimos momentos transcurren rápidos. Antes de la ejecución, Jacques Fesch toma un crucifijo y lo besa. Lo que ocurrió después queda ya en el corazón de Dios y en el de un hijo que lloró sus pecados y se abrió a la esperanza en la misericordia divina…
(Los textos de la traducción al castellano del diario están tomados de la siguiente edición: Jacques Fesch, Dentro de cinco horas veré a Jesús. Diario de prisión, Palabra 2012, 5ª edición).
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