En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, fuente de vida y de amor, haz que en cada momento de este día sea un auténtico testigo de tu amor y servicio a los demás. Que ese testimonio anime a otras personas a vivir el amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: “Joven, yo te lo mando: levántate”. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Señor nos da una muestra de su humanidad, nos demuestra que también Él se conmueve. Otras traducciones, más que lástima, dicen que Jesús se compadeció de la mujer, no se quedó indiferente al sufrimiento que tenía. Jesús sabía la situación de aquella mujer, sabía perfectamente que ése era el único hijo de su ya difunto esposo, conocía la desgracia a la que estaba atada esta pobre mujer; ya no tenía esperanza. Jesús es quien se acerca a darle la fuerza y a devolverle la alegría.
El texto en latín traduciría que se movió de compasión por ella, tuvo misericordia de ella, desde el interior de su corazón. Dios mismo sale a comprobar, a vivir, a sufrir, a padecer y a gozar con nosotros; no es un Dios extraño que está a la expectativa de cualquier error que cometamos para castigarnos.
Dios es un Padre, un padre que se hace hombre para entendernos, para acompañarnos, para ser nuestro hermano en las fatigas, en las luchas, en los fracasos. Dios conoce y sabe perfectamente por qué lloro, qué pérdida he tenido. Todos y cada uno deberíamos ver que Dios está con nosotros, Él es quien cada mañana nos dice con una sonrisa: no llores.
¿Qué cosas aquejan mi corazón? ¿Cómo es que Jesús me dice hoy que no llore?
«Viéndola, el señor fue preso de una gran compasión por ella. La compasión es un sentimiento que fascina, es un sentimiento del corazón, de las vísceras, compromete todo. No es lo mismo que decir ¡qué pena, pobre gente! La compasión implica “ir con”. Alguno podría objetar: Pero si tienes toda una multitud aquí, ¿por qué no hablas a la multitud? Déjalo… la vida es así… hay tragedias que suceden, ocurren… No. Para Jesús eran más importantes aquella viuda y aquel huérfano muerto que la multitud a la que estaba hablando y que lo seguía. El Señor, con su compasión, se había implicado en este caso. Tuvo compasión. Hay una segunda palabra a notar: Jesús se acercó. La compasión lo empujó a acercarse. Acercarse es una señal de compasión. Yo puedo ver tantas cosas pero no acercarme. Igual siento un dolor… pobre gente… Y sin embargo acercarse es otra cosa. El Evangelio añade un detalle: Jesús dijo no llores» a la mujer. A mí me gusta pensar que el Señor, cuando decía esto a aquella mujer, la acariciaba; Él tocó a la mujer y tocó el ataúd. Es necesario acercarse y tocar la realidad. Tocar. No mirarla desde lejos».
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de abril de 2018, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré llevar a Jesús a aquellos que sufren por algún mal e intentaré confortarlos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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