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Una alegría que nadie me podrá quitar
Identidad

Una alegría que nadie me podrá quitar

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo Rey Nuestro,
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor creo que me escuchas, que me ves, que me hablas. Creo que quieres estar conmigo en este rato de oración. Creo en ti, Jesús, pero aumenta mi fe. Quiero creer más y más. Necesito una fe más grande en ti que me lleve a descubrirte en todos los momentos de mi obrar cotidiano. ¡Dámela por favor! Confío en ti, porque sé que Tú nunca me fallas. Dame una confianza más plena. Que sepa confiar en ti en los tiempos fáciles y en los difíciles, en los que me agradan y en los que no me agradan tanto. Te amo por lo que eres, Jesús, y no sólo por lo que me das. Dame la gracia de amarte cada día más y mejor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 16, 20-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Tu Palabra Señor no es nada ajena ni extraña a mi realidad. Por el contrario, es un mensaje que llega a todos los rincones de mi existencia y los llena de luz. Bien sabes, Jesús, que son muchas las ocasiones en las que experimento la alegría. Pero son también muchas en las que me invade la tristeza. Hoy en tu Palabra me hablas sobre este aspecto de mi vida; aspecto que Tú también experimentaste durante tu paso por este mundo. Quieres que profundice sobre estos dos sentimientos que se me presentan día a día. Me motivas al decirme que mis tristezas presentes no son eternas y luego me prometes una alegría que nadie me podrá quitar.

La tristeza es un sentimiento que se hace presente en mi vida de muchas maneras y por diversos motivos. Es tan humano sentirse triste que Tú mismo lo experimentaste en la última cena, en la despedida con tus apóstoles, en el huerto de Getsemaní, en tu pasión y en otras ocasiones. Desde entonces la tristeza no es la misma, pues me consuela saber que me comprendes, que Tú, Dios mío, la padeciste.

Pero ahora que has resucitado, me hablas de que la tristeza no es la última palabra en mi vida. Me dices que mis tristezas se convertirán en alegría. Dime, Señor, la fórmula que hace capaz este cambio. La fórmula eres Tú. La tristeza no es la misma si la vivo junto a ti, mirándote, escuchándote, compartiéndotela.

Los discípulos estuvieron tristes mientras estuvieron solos, pensando que todo había terminado en una cruz el viernes santo. Pero su tristeza se cambió en alegría cuando te volvieron a ver vivo, cuando te escucharon, te alimentaron y te tocaron. Yo también puedo, con tu gracia, cambiar mi tristeza en alegría si en ella te descubro, te veo, te toco, te amo. Dame, Jesús, esta gracia. Quédate siempre a mi lado, en especial en los momentos de tristeza.

Me has hecho, Dios mío, para ser feliz. Eso lo que me recuerdas en este pasaje. La alegría es el regalo que preparas a los que te aman, a los que te siguen hasta el final, aunque se tenga que pasar por Getsemaní y el Calvario. Mi mayor alegría es tenerte a mi lado, descubrirte vivo y real, verte, seguirte, amarte. Esta alegría de saberte cercano nada ni nadie me la podrá quitar. ¡Nada ni nadie! No hay cosa en el mundo que me pueda quitar la dicha de saberme querida, querido por ti. ¡Yo quiero que Tú, Señor, seas mi alegría!

«La alegría que suscita el encuentro con Jesús nos anima a anunciarlo. Por eso, el signo concreto de haberlo encontrado realmente es la alegría que experimentamos al transmitirlo a los demás. Se puede decir que desde el día de nuestro Bautismo se nos da un nombre nuevo, además de aquel que dan los padres: el nombre de “Cristóforo”, que significa, “portador de Cristo”. El cristiano es portador de Cristo. Vivir la misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer en la misericordia de Dios».
(Homilía de S.S. Francisco, 30 de enero de 2016).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ofreceré una pequeña oración por los que están sumergidos en tristezas profundas, para que te sepan descubrir en ellas.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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