1. La Sabiduría viene personificada en una mujer hermosa, joven y atractiva, que nunca pierde su encanto, sentada a la puerta de los que la buscan. «Radiante e inmarcesible es la Sabiduría» Sabiduría 6,13. Atrae las miradas de los hombres, fascinados por su radiosidad. Quienes la aman la pueden contemplar. Los que la buscan la encuentran con facilidad. Los que anhelan poseerla y madrugan para buscarla, y recorren las calles y las plazas de la ciudad buscando al Amado de su alma, como la esposa del Cantar de los Cantares, la encontrarán sentada a su puerta: «Estoy a la puerta llamando; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo entraré en él y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).
Es la Sabiduría la que toma la iniciativa, y viene al encuentro del hombre. Es Jesucristo que está llamando. No se hace de rogar. Sólo quiere ser buscada. «Quien vela por ella, pronto se verá sin problemas». ¿Cómo no buscar y desear compañía tan enriquecedora?
2. Estamos en el punto de conexión de la lectura de la Sabiduría y el evangelio: VELAR. Esperar, buscar, prepararse, estudiar, trabajar, orar, porque no sabemos a qué hora llegará el Esposo. Buscar al Esposo, como la esposa de los Cantares, saliendo de noche en su busca. Cuesta velar. La esposa vela y busca porque ama. El que ama no puede vivir sin su amado, sin su amada. Cuando no amamos nos dormimos, nos distraemos, nos aburrimos, despreciamos los vencimientos en lo pequeño, no nos preparamos, nos contentamos con lo que salga sin esfuerzo, no damos importancia a la palabra dada por pereza o desorganización, no vibramos, no trabajamos, o lo hacemos sin orden ni constancia, no sabemos ver la grandeza de lo ordinario y lo desdeñamos, pero tampoco gozamos de la paz y serenidad que produce el sacrificio y el vencimiento del carácter domesticado, del capricho momentáneo sacrificado,. Somos como niños que se pasan de un juego a otro sólo por cambiar. Pesa el estudio, y la oración, y el trabajo bien hecho, pero el fruto de la sabiduría, compensa con paz y con creces el esfuerzo y la renuncia. No he oído risas más sinceras, ni he visto rostros más luminosos y resplandecientes de alegría, que en el locutorio de las mujeres consagradas a Dios, porque se vencen y luchan a tope. En cambio del botellón y de la droga y de la frivolidad no se puede esperar un premio Nóbel.
3. El cristiano, preparado para la venida del Señor, madruga por él, tiene sed de él, está ansioso de su presencia, como tierra reseca, agostada, sin agua, como David sediento, huyendo de los soldados de Saúl por las estepas del sudeste de Palestina y de Absalón por el desierto de Judá. Lejos del Santuario donde la presencia de Dios le daba fuerza, necesita levantar las manos para alabarle e implorar su misericordia. La delicadeza y la estética del rey se manifiestan en las estrofas del Salmo: «Porque mi alma está sedienta de tí, Señor, Dios mío. Y hasta de noche en el lecho, me acuerdo de tí, pienso en ti» Salmo 62. Enamorado y dolorido Juan de la Cruz, desconocido, excepto para media docena de almas selectas, escribió en el estercolero de la cárcel de Toledo, los versos más divinos y humanos que se han escrito en toda las literaturas universales: «¿A dónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, habiéndome herido / Salí tras tí clamando / y eras ido».
4. La parábola de hoy comienza así: “El Reino de los Cielos será semejante a diez muchachas vírgenes invitadas a un banquete de boda” Mateo 25,1. Unas estaban preparadas, y otras estaban como el invitado sin traje de boda (Mt 22,12). Estas, porque no tenían amor, el aceite, se quedaron fuera. «A medianoche se oyó una voz: <¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!>. -Las vírgenes necias, al ver la puerta cerrada, golpeaban y aporreaban la puerta cerrada y gritaban con desesperación: «Señor, Señor, ábrenos» y repetían una y otra vez la llamada, como quien tiene conciencia clara de que se está jugando la existencia inmortal. En la repetición está reflejada la angustia. Como el que ha hecho tarde al tren, al avión, y el viaje era urgente, trascendental, porque era portador de un corazón para ser trasplantado, del que dependía la vida de un hombre. «Velad y orad, no sabéis el día ni la hora».
5. En la parábola están bien utilizados dos recursos literarios: el retraso del novio y el sueño de las vírgenes. Las muchachas necias lo son, no porque se durmieron, pues se durmieron todas, sino porque no estaban preparadas para la llegada del esposo, con aceite suficiente, y se les apagaron las lámparas. Les faltó cabeza. El novio se retrasa. Tarda. Se prolonga la vida. Esto es motivo de adormecerse. Adormecerse es entregarse al trabajo y al porvenir de este mundo, dedicados a nuestra propia realización, olvidando el retorno de Cristo, y la vida del mundo futuro que profesamos en el Credo. La consternación y la rabia de las vírgenes locas indica el fracaso fatal de toda la vida. Por fortuna no todas se durmieron. Las cinco más delicadas, inteligentes y que amaban de verdad, estaban con las lucernas encendidas y bien provistas de aceite.
Jesús pronuncia esta parábola en Jerusalén. La ciudad de noche, como entonces todas, no está iluminada, sino sumida en las sombras. Las lámparas o teas alimentadas por aceite eran las únicas luminarias que existían. En la oscuridad de la noche cerrada, no se podía dar ni un paso sin esa pobre luz, única de los tiempos. De nuestras modernas calles iluminadas, no hubiera hablado así.
6. ¡Lo que se han perdido las vírgenes necias! El salmo 44 nos narra la entrada de la esposa en el palacio real, bellísima, vestida de perlas y brocado; llega ante el esposo rey, Cristo, con séquito de vírgenes, acompañada de sus compañeras entre alegría y algazara. El salmo se titula “Canto de amor”. La boda se celebra en un decorado propio de las “Mil y una noches”. Es la poesía de la prosa del “Cantar de los cantares”. Jesús, como novio locamente enamorado, cantó sin cesar en su corazón, este canto de amor, porque él, que es el AMOR, está INMUTABLEMENTE e insondablemente enamorado, concepto que atraviesa toda la Biblia. Así, a los que veían con malos ojos que sus discípulos ni ayunaban ni hacían penitencia como los de Juan, Jesús contestó: “¿Pueden llorar los amigos del novio, estando él con ellos?” (Mt 9,15). Jesús es célibe y está enamorado. Hoy se alardea de no ser vírgenes, aunque no están enamoradas. Pero, ¿puede una virgen estar enamorada? ¿Puede arder de amor un célibe? ¿Puede consumirse de amor verdadero, una persona consagrada al Amor? Preguntádselo a Santa Cecilia, que renuncia a costa de su vida a Valeriano, el mejor partido de Roma, o al ambicioso San Francisco Xavier, que va a morir dictándole al padre Cosme que escriba a Roma al padre Ignacio, “que ha muerto pensando en él, / lleno de amores… aquel / impaciente de París”, o a Teresa de Jesús, guapísima e inteligentísima, o a San Juan de la Cruz, o San Ignacio de Loyola, que había vivido en la corte y en la carne, o a la Doctora Nueva de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús, que murió de amor musitando: “¡Oh, le amo! Dios mío, os amo!”, y cayó en éxtasis bellísimo.
7. Pero yo se lo preguntaría, sobre todo a San Agustín que, habiendo experimentado las delicias de todas las categorías del amor, el de su madre, Santa Mónica, el de su amigo Alipio, la mitad de su alma: “animae dimidium meae”; el de la carne, “nondum amabam et amare amabam” “todavía no amaba y deseaba amar”, pues amar y ser amado era lo más dulce para mí, sobre todo si podía gozar del cuerpo del amante”, por eso se lió con una mujer y después con su amante africanita, que le dio un hijo inteligentísimo, Adeodato, y que cuando la arrancó de su lado quedó llagado su corazón, manando sangre continuamente, y de las dos jovencitas que le siguieron. “Al fin fui amado y llegué al placer, para luego ser azotado con las varas candentes de hierro de los celos, sospechas, temores, iras y contiendas”. El gran corazón de Agustín, conocedor de todos los amores, necesita amar y se va a consagrar en el celibato, ¿cómo podrá ya amar, siendo célibe? Cuando por fin vio la luz, Llegó a amar tanto, que escribió la frase conocida por todo el mundo: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón inquieto sólo puede descansar en ti”. Y cuando ya gozaba del amor de Dios, a él consagrado, escribe en sus Confesiones: “Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y estoy anhelándote; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”. Por fin aquella águila gigante había encontrado el AMOR.
8. Y con el amor, la fecundidad. Santa Teresa escribe que para esto es este matrimonio, para que nazcan obras. Sus obras son los hijos. Todavía, después de dieciséis siglos, viven los innumerables hijos de San Agustín, como viven los de San Ignacio, y de Santa Teresita. Dª Teresa Laiz, fundadora del monasterio de Alba de Tormes, no tenía hijos y los deseaba y pedía a Dios. El Señor le enseñó un campo cubierto de lindísimas flores, y le dijo: estos son los innumerables hijos que tendrás: un monasterio de contemplativas, que vivirán siempre. Allí morirá Santa Teresa. Amor de Dios, eficaz y fecundo, que redunda en el amor a los hermanos, por quienes trabaja y se sacrifica y ora. No es un amor encerrado en una torre de marfil.
9. Pero no vayamos a creer que ese camino es ancho y que a su meta se llega por los derroteros del desenfreno. El mismo Santo, con toda crudeza, nos describe su estado: “Pedía a Dios la castidad, pero no para ahora, sino para más adelante, porque a mí, cautivo, me atormentaba con vehemencia la costumbre de saciar mi insaciable concupiscencia, y el deseo del coito era tan intenso, que su privación me llenaba de tristeza y angustia”.
10. «Id a la tienda a comprar el aceite». ¿Egoísmo de las sensatas? También. Pero la parábola no lo quiere destacar. Lo que pretende poner de relieve, es que la luz, alimentada por el aceite, es un valor de difícil adquisición. Es el amor, la caridad, que no están nunca de rebajas. «Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato… Y todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra, se parece al necio» (Mt 7,24). El aceite olvidado por las necias es la práctica del mensaje de Jesús. El aceite y la lámpara significan algo personal e intransferible que forma parte de la propia identidad. Están o no están en la biografía personal. Sin ese aceite y esa lámpara encendida, el hombre no es hombre, Dios no lo reconoce: «No os conozco».
11. No podemos hoy escuchar el tono y el acento del esposo que dice estas palabras. Pero en el matiz me parece que descubriríamos más que dureza y condenación, desilusión y dolor del amor no correspondido y fracasado. El esposo os creó por amor; siempre estuvo atento a vuestra vida; os situó en circunstancias que favorecieran las buenas obras, y si eran adversas, siempre os quitaba las piedras para que no tropezarais; os llamaba una y otra vez; os ponía personas y amigos que os iluminaran; os probaba para que volvierais a él; como a la higuera que no daba fruto, os cuidó con mimo y paciencia. Su anhelo infinito era que os parecierais a él. Pero ahora no os reconoce así. Algo parecido a lo que le sucedería a un padre que ha dedicado todos sus esfuerzos y sacrificios en educar a sus hijos y sacándoles de la nada, con su dedicación constante y su amor ardiente, que cuando comenzabais a sentir sabíais corresponder, se ha trocado en desvío, desamor, olvido, odio o rechazo. El acento de la voz del padre en las palabras: “no os conozco”, es de ternura y fracaso, de desilusión y desengaño, de sufrimiento y de dolor.
12. La voz del esposo suena así como la del padre defraudado, la del esposo enamorado, traicionado y abandonado: “Mi novia de la juventud, amorosa y sacrificada” (Jer 2,2), se ha convertido en huraña y desagradecida, ya no la conozco. Ha cambiado tanto, que no parece la misma”. Pero, si la voz del esposo es de ternura, la elegida fracasada, la percibe colérica: “Id, malditos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores”, es decir será arrojada fuera, o más bien es ella la que se ha encadenado a la oscuridad tenebrosa de la noche eterna, cuando había sido llamada a gozar de la fiesta iluminada de la sala del festín. Las muchachas necias podrían representar a todos aquellos que tienen fe y esperanza: creen teóricamente en Jesús; creen que Dios es Padre y que todos los hombres somos hermanos; creen en la Iglesia y esperan el cielo; pero no aman.
13. El esposo le había dicho a su novia, por Ezequiel, 16,4: “Cuando naciste, no te cortaron el cordón ni te limpiaron. Pasé yo y te vi agitándote en tu sangre, y te dije: Vive y crece, y llegaste a la flor de tu juventud: se formaron tus senos y tu pelo creció. Cuando estabas en la edad del amor, te desposé y fuiste mía, te lavé, te limpié de tu sangre y te ungí con óleo, te vestí con vestidos recamados y te cubrí de seda. Te adorné con joyas; te alimenté con flor de harina y te hiciste cada vez más hermosa y te nombré reina”. Y ahora has querido quedarte separada de mí.
14. ¿Cuál fue la conducta de las vírgenes sabias y prudentes? Seguir el consejo del mismo salmo: “Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey amará tu belleza”. Olvida tus costumbres y tus preferencias y gustos y la corriente social. Y “en lugar de tus padres, tendrás hijos, que serán príncipes, y te alabarán todos los pueblos por siempre”. Porque hijos de la carne, ¿cuántos? ¿Uno, o la parejita, porque hoy no está la vida como antes? Tus hijos del espíritu serán innumerables, serán príncipes celestiales que te amarán, sin fin, y eternamente te cantarán su gratitud. Ni tu envejecerás, ni tus hijos te llevarán al asilo. Cuando San Agustín predicaba esto alguien le dijo: “Pero así se acabaría el mundo”. Y respondió: ¡Qué bello y feliz final del mundo! Y digo yo, es preferible que el mundo se acabara, que no se acabará, por el cumplimiento de la virtud de la castidad, que por el furor terrible de las armas atómicas, como terminaron Hiroshima y Nagasaki, o Kansas, como relata Nicholas Meyer en la película del año 1983, “El día después”.
15. Entre la Sabiduría y la lámpara encendida hay una cierta identidad. San Pablo sugiere la identidad entre lámparas apagadas y la aflicción desesperada ante la muerte: «de los hombres sin esperanza» 1 Tesalonicenses 4,13. Ante estos, Dios no puede hacer nada, «se cerró la puerta». ¿Y si una virgen prudente hubiese surtido aceite en aquel momento a las que no estaban preparadas? Esa sería una teología para morir, no para vivir. Si hay una tienda a mano, ¿para qué el evangelio y las bienaventuranzas?
16. «Velad y estad preparados, porque en el momento que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre» (Mt 24,42). Después de la consagración, al anunciar la muerte y la resurrección del Señor, pediremos también su venida: «¡Ven, Señor Jesús!».
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