En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme la gracia de desprender mi corazón de todo y de todos. Que solo tú, Señor seas mi alegría y riqueza, pues Tú me lo has dado todo, de ti todo viene y a ti todo vuelve. Confío en ti, a tu lado ya no temeré.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 12, 23-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor; el que me sirve, será honrado por mi Padre.
Ahora que tengo miedo, ¿Le voy a decir a mi Padre: 'Padre, líbrame de esta hora?' No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre». Se oyó entonces una voz que decía: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
Palabra de Dios.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Señor, cuántas veces he escuchado ya este Evangelio y sin embargo Tú hoy, a través de él, quieres tocar mi corazón y manifestarme tu voluntad en mi vida, iluminar las tinieblas de mi miseria y pecado, y llenar los vacíos profundos de mi ser; quieres darle sentido a mis sufrimientos y a mi existencia. Me dices entre líneas que Tú, conmigo, todo peso cargarás, que nunca me dejarás solo y que me amas como nadie jamás podría imaginar.
Quieres que te siga, para que yo pueda estar donde Tú estás. Quieres que dé gloria al Padre a través de mi día a día. Ayúdame a encontrarte donde sea que me encuentre y bajo cualesquiera que sean las circunstancias en las que me halle. ¿Cuántas veces he huido de ti porque no comprendía que eras mi Padre y creía que podría sanar mis heridas en otras aguas que no fueran las tuyas? Gracias porque, a pesar de ello, sigues ahí para mí, siempre con los brazos abiertos.
Padre, sea glorificado tu nombre en mi vida. «No sea yo ya quién viva, sino Cristo quien viva en mí» y revele tu amor al mundo de la manera que Tú quieras. Temo a la cruz y al sufrimiento, «pero hágase tu voluntad, Padre, y no la mía.» Si tú, mi amado Señor, sufriste y en la cruz moriste –siendo Dios-, ¿cómo espero yo no sufrir y vivir por siempre siendo hombre?
«Jesús es Aquel que manifiesta de forma definitiva la presencia y la salvación de Dios, y lo hace en Pascua: levantado en la cruz, es glorificado. Allí, Dios finalmente revela su gloria: quita el último velo y nos sorprende como nunca antes. Descubrimos, en efecto, que la gloria de Dios es todo amor: amor puro, loco e impensable, más allá de cualquier límite y medida. Hermanos y hermanas, hagamos nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre que quite el velo de nuestros ojos para que, en estos días, mirando al Crucificado, aceptemos que Dios es amor. ¡Cuántas veces lo imaginamos patrón y no padre!, ¡cuántas veces lo consideramos juez severo en vez de Salvador misericordioso! Pero Dios en la Pascua anula las distancias, mostrándose en la humildad de un amor que pide el nuestro. Nosotros, pues, le damos gloria cuando vivimos todo lo que hacemos con amor, cuando hacemos todo con el corazón, como para Él. La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da vida al mundo. Por supuesto, esta gloria es lo contrario de la gloria mundana, que llega cuando uno es admirado, alabado, aclamado: cuando yo soy el centro de la atención. La gloria de Dios, en cambio, es paradójica: no hay aplausos ni audiencia. En el centro no está el yo, sino el otro».
(Audiencia de S.S. Francisco, 17 de abril de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
No dejaré pasar este día sin pedir perdón o agradecer a una persona que sé que se lo debo o lo merece (Dios también cuenta). «¡Vivir es entender que cada minuto que transcurre, no volverá!».
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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