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Amistad que transforma
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Amistad que transforma

La amistad es el amor humano más puro. La verdadera amistad nos conduce al bien y a la verdad, desea lo mejor para nosotros y los mejor de nosotros.

Por: Óscar David Jiménez | Fuente: Virtudes y valores

El amor humano fundamenta este afecto personal y desinteresado. La amistad muestra que tendemos naturalmente a relacionarnos con los demás.





Hay personas que nos eclipsan, o que al verlas son ya de nuestro “club”, porque coinciden con nuestro modo de pensar o de ser. Sin embargo, hay otras que nos resultan no tan simpáticas o agradables a la primera vez, quizá porque tenemos prejuicios o porque no las juzgamos “dignas” de nuestra amistad. Aquí recae la necesidad de saber valorar a las personas por lo que son: hijos de Dios, y no por lo que tienen, o infundadamente nos parecen. Los prejuicios se acaban cuando conocemos, aceptamos y tratamos de auxiliar a los demás.





La amistad es el amor humano más puro, pues el mismo Agustín de Hipona afirmaba: «Aborrecí todas las meras cosas materiales, porque en ninguna encontré la amistad». Esto quiere decir que nuestro corazón está hecho, principalmente, para amar a personas humanas, como nosotros, pero que tiene su culminación en el amor sobrenatural.





Los amigos surgen en la medida que recorremos la vida. El amigo verdadero es quien nos conduce al bien y a la verdad. El amigo desea lo mejor de nosotros. No concibe la vida sin amor. Sabe disculpar. Permanece a nuestro lado cuando todos se han ido. Se alegra en los triunfos. En definitiva: un amigo es un gran tesoro.





La amistad se va perfilando y llevando a una mayor madurez progresivamente. No es lo mismo poseer amistades cuando tenemos seis años que cuarenta o sesenta. La auténtica amistad se purifica en el crisol del tiempo, de las dificultades, de la disponibilidad, del perdón, del interés sincero por cada amigo…





Para un cristiano la fuerza de la amistad es singularísima y del todo superior. Nuestro amigo más fiel y distinguido es Cristo, que nos quiso mostrar el camino más seguro y completo para ser amados.





La atracción portentosa de su amistad arrastra corazones hacia la verdad y hacia el bien. Cristo no oculta a sus amigos la exigencia de su amistad. ¡Cuántos de nuestros hermanos cristianos se entregaron completamente por el Amigo! Miles de mártires-amigos atestiguan que su amistad no es cualquier cosa.





El amor cristiano sobrenatural es mucho más fuerte que la vida y que la muerte. ¡Qué honra para tal Amigo así preferido! No sólo los mártires le han resaltado como el más digno y fiel, sino también los cristianos «de calle», ésos que día a día desgastan su vida con amor y esperanza en un Dios que les aguarda en el cielo para toda la eternidad.





Es imposible olvidar el testimonio del P. Andrea Santoro, sacerdote italiano misionero en Turquía, que fue asesinado el 5 de febrero, mientras rezaba en la iglesia en la que era párroco en Trabzon, ciudad del Mar Negro. Nuevamente podemos reencontrar en el mundo esos amigos que dan todo por un Cristo cercano. El P. Andrea era la referencia del amor cristiano aún no conocido por muchos.





Si queremos ser amigos en verdad de Cristo y de nuestros semejantes, hemos de actuar como nos lo pide el Amigo. Cristo no pide imposibles. La misma amistad implica un «sí» al Amigo e implica un «no» a lo que no es compatible con esta amistad, que es incompatible con la vida de la familia de Dios, con la vida verdadera en Cristo.





Así apuntan sabiamente algunas palabras de nuestro querido Papa Benedicto XVI: «Cuando decimos un «no» a la cultura de la muerte, ampliamente dominante, una «anticultura» que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, de la solidaridad, de la responsabilidad con respecto a los pobres y los que sufren; que se expresa en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en «cosificación», pues no se le considera persona, digno de un amor personal, que exige fidelidad, sino que se convierte en una mera mercancía.





Cuando decimos «sí» a su amistad, todo este contenido se expresa en los diez mandamientos, que no son un paquete de prohibiciones, de «no», sino que presentan en realidad una gran visión de vida. Son un «sí» a un Dios Amigo que da sentido al vivir (los tres primeros mandamientos); un «sí» a la familia (cuarto); un «sí» a la vida (quinto); un «sí» al amor responsable (sexto mandamiento); un «sí» a la solidaridad, a la responsabilidad social, a la justicia (séptimo); un «sí» a la verdad (octavo); un «sí» al respeto del otro y de lo que pertenece (noveno y décimo). Todo esto es lo que hace feliz la vida y lo que nos hace poseer una auténtica amistad».





Ahora más que nunca ha de resonar esa invitación del Vicario de Cristo: «quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera».





El secreto de la amistad está en actuar por principios, con valentía y amor, si realizamos esto, Cristo nos dirá: «vosotros sois mis amigos».



 

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