En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¡Cristo, Rey Nuestro!
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, te doy gracias por haberme creado. Delante del misterio de tu amor contemplo en mi interior la única inquietud por dirigirme a ti. Toda mi vida está orientada únicamente hacia la felicidad. Creo firmemente en ti, confío en ti, Señor, te amo. Haz crecer en mí estas virtudes, cuya fuente eres Tú . Reconociéndome, pues, como una criatura amada por su Dios, vengo a presentarme a ti. Quiero escucharte, aprender de ti, vivir de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 37-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Solo aquél que ha experimentado el amor de Cristo puede amarlo también. Cuando mi alma pierde su calma, vienes tú Jesús a recobrarla nuevamente. Pues nos demuestras cómo Dios fue bueno con nosotros. En el mundo me veo instigado a saciar mis anhelos de eternidad con lo pasajero. Tú vienes, Señor, sin embargo, a mostrarme el único alimento que satisface toda hambre. Eres alimento para el pobre hambriento como para el rico hambriento. Eres alimento eterno, eres agua que calma toda sed. Eres Tú quien sacia el deseo en mi interior de saberme verdaderamente amado, verdaderamente amada, porque me quieres siempre, sin interrupción, y por toda la eternidad.
Puedo venir a ti con la certeza de que nunca me echarás de tu presencia, totalmente al contrario, implorarás que me acerque más a ti. Ardes de amor por mí, nunca me echarás fuera. Pues bajaste del cielo para estar cerca de mí. ¿Tengo un don más grande que el poderte visitar y recibir en la Eucaristía? La voluntad del Padre, de mi padre, es que te mire a Ti, Señor Jesús, y así obtendré la vida eterna: mirándote, imitándote en tu amor.
Quiero imitarte Señor. Puedo confiar en tu testimonio veraz, en tu modelo de vida. ¿Cómo no creer en quien me amó? Por eso quiero, me siento en el apremio de imitarte. Me siento en la urgencia de vivir enteramente disponible para con toda persona –yo tampoco los echaré fuera de mí. Me siento en la urgencia incluso de ir hacia todo hombre a proclamar tu testimonio: me amas, nos amas a cada uno. Hazme caminar en actitud de constante encuentro con toda persona en mi vida, desde mis hermanos hasta mis hijos, desde mi pareja hasta aquél pobre en la ciudad, desde las personas en mi apostolado hasta aquél que incluso me ofendió. Para que todo el que me vea te vea a ti, Señor Jesús, y crea en ti, tenga vida eterna y lo resucites en el último día.
«En Jesús, en su “carne” -es decir, en su concreta humanidad- está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna. Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios acogiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don “para la vida del mundo”».
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de agosto de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy ofreceré un pequeño sacrificio por las personas que aún no han experimentado tu amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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