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1. Caridad  

1.1. Tiene su origen en Dios, fuente de toda caridad

El amor que debe mediar entre los cristianos nace de Dios, que es amor (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 228).

Mas ninguno, por el mero hecho de amar a su prójimo, piense ya tener caridad, sino que primero debe examinar la fuerza misma de su amor. Pues si alguno ama a los demás, pero no los ama por Dios, no tiene caridad, aunque piense que la tiene. Es caridad verdadera cuando se ama al amigo en Dios y al enemigo en Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. III, p. 92).

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, 1,1).

Nuestro Rey, a pesar de su condición altísima, por nosotros viene humilde, mas no con las manos vacías; el trae para sus soldados una dádiva espléndida, ya que no solo les otorga copiosas riquezas, sino que les da también una fortaleza invencible en el combate. En efecto, trae consigo el don de la caridad (SAN FULGENCIO DE RUSPE, Sermón 3).

Así pues, todo hombre que vive entre los hombres busque a Aquel a quien ama, de modo que no abandone a aquel con quien camina; y preste a este su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se separe de Aquel a quien se dirige (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

El Creador del universo, cuando os sacó de la nada, depositó en vuestros corazones simientes de caridad (ORÍGENES, Sobre el Cantar de los Cantares, 2, 9).  

No se trata de saber cuánto amor debemos al hermano y cuanto a Dios: incomparablemente más a Dios que a nosotros, y a nuestros hermanos tanto como a nosotros; ahora bien, no podemos amarnos mucho a nosotros si no amamos mucho a Dios. Es, pues, con un mismo amor con el que amamos a Dios y al hermano; pero amamos a Dios por sí mismo, a nosotros y al prójimo por Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8, 12).

Cuanto más cerca esta de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón para que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 764).

 

1.2. Quien no ama al prójimo no ama a Dios

No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es «como si soñase que estaba caminando», es sólo sueño, no se camina. Quien no ama al prójimo, no ama a Dios (SAN JUAN CLÍMACO, Escala del paraíso, 33).

Cuando los hombres tienen alguna disensión entre sí, no recibe (Dios) ninguna ofrenda de ellos, ni oye sus oraciones, mientras dure la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo de dos que son enemigos entre sí, y por ello Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no mantenemos la fe en Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 290).

 

1.3. La caridad es forma, fundamento, raíz y alma de todas las virtudes y buenas acciones. Sin caridad, no existe ninguna otra virtud

Ni el don de lenguas, ni el don de la fe, ni otro alguno, dan la vida si falta el amor. Por más que a un cadáver se le vista de oro y piedras preciosas, cadáver sigue (SANTO TOMÁS, Sobre la Caridad, 1. c., p. 203).

La caridad, por tanto, es la fuente y el origen de todo bien, la mejor defensa, el camino que lleva al cielo. El que camina en la caridad no puede errar ni temer, porque ella es guía, protección, camino seguro. Por esto, hermanos, ya que Cristo ha colocado la escalera de la caridad, por la que todo cristiano puede subir al cielo, aferraos a esta pura caridad, practicadla unos con otros y subid por ella cada vez más arriba (SAN FULGENCIO DE RUSPE, Sermón 3).

Así como todas las ramas de un árbol reciben su solidez de la raíz, así también las virtudes, siendo muchas, proceden de la caridad. Y no tiene verdor alguno la rama de las buenas obras si no está enraizada en la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

A esta renuncia total añade otra de más quilates, al decir:

Aunque yo entregare mi cuerpo a las llamas, no teniendo caridad, nada me aprovecha. Como si dijera: Aunque distribuyera todos mis bienes hasta no reservarme nada de ellos, todo eso es inútil sin la caridad. Y si a esta liberalidad añadiera yo el martirio del fuego, dando mi vida por Cristo, pero sigo siendo impaciente, irascible, envidioso o soberbio, o si la injuria me indigna y hace montar en cólera, si busco mi interés, si soy mal intencionado o peor sufrido, la renuncia y el martirio del hombre exterior no me reportarán ventaja alguna, porque el hombre interior quedará aún cautivo en los vicios pasados (CASIANO, Colaciones 3, 8).

La caridad es la forma, el fundamento, la raíz y la madre de todas las demás virtudes (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 24, a. 8).

El que reúne todas las demás virtudes y no tiene caridad es como el que transporta el polvo contra el viento (SAN AGUSTÍN, Sermón sobre la humildad y temor de Dios).

Aunque es algo muy grande tener una fe recta y una doctrina sana, y aunque sean muy dignas de alabanza la sobriedad, la dulzura y la pureza, todas estas virtudes, sin embargo, no valen nada sin la caridad. Y ninguna conducta es fecunda, por muy excelente que parezca, si no está engendrada por el amor […] (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 48)

Practiquemos la caridad, sin la cual todas las demás virtudes pierden su brillo (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 72 sobre la Ascensión del Señor).

Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella (que parecen no osan bullir, ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido), hácese ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión. Y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que, si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te de nada en perder esa devoción y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor, te duela a ti, y si fuera menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella como porque sabes que tu Señor quiere aquello (SANTA TERESA, Las Moradas, V, 3,11).

La caridad se compara al fundamento y a la raíz, porque de ella se sustentan y alimentan todas las demás virtudes (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 33, a. 8 ad 2).

Entrando el rey […] vio allí a un hombre que no llevaba el traje de boda (cfr. Mt 22, 11). ¿Qué debemos entender por vestido de bodas sino la caridad?, porque el Señor lo puso de manifiesto cuando vino a celebrar sus bodas con la Iglesia. Entra, pues, a las bodas sin el vestido nupcial quien cree en la Iglesia, pero no tiene caridad (SAN GREGORIO MAGNO, en Catena Aurea, vol. III, p. 66).

Todo, incluso lo que se estima como verdaderamente útil, debe relegarse a segundo término ante el bien de la paz y de la caridad (CASIANO, Colaciones, 16, 6).

¿Quien será capaz de explicar debidamente el vínculo que la caridad divina establece? ¿Quien podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? La caridad nos eleva hasta unas alturas inefables. La caridad nos une a Dios, la caridad cubre la multitud de los pecados, la caridad lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en ella; la caridad no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en la caridad hallan su perfección todos los elegidos de Dios y sin ella nada es grato a Dios (SAN CLEMENTE, Carta a los Corintios).

La fuerza de la oración esta en la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

Tú, por tanto, que deseas ser útil a las almas del prójimo, primero acude a Dios de todo corazón y pídele simplemente esto: que se digne infundir en ti aquella caridad que es el compendio de todas las virtudes, ya que ella te hará alcanzar lo que deseas (SAN VICENTE FERRER, Trat. de la vida espiritual, 13).

Aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite (SAN BERNARDO, Trat. sobre las costumbres y ministerio de los obispos, 3, 8).

Nada más precioso, nada más perfecto y sublime, nada, por decirlo así, más perenne que la caridad. Porque las profecías cesarán, como también las lenguas; la ciencia se desvanecerá; en cambio, la caridad no terminará jamás (1 Cor 13, 1). Sin ella, los carismas, aun los más preciados, la gloria misma del martirio, se disipan como el viento (CASIANO, Colaciones, 11,12).

Todo el que tiene el don de la caridad, percibe además otros dones. Mas el que no tiene el don de la caridad, pierde aun aquellos dones que parecía haber percibido. De aquí que sea necesario, hermanos míos, que en todas vuestras acciones tratéis de conservar la caridad (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

Porque de nada nos serviría una fidelidad meticulosa en todas las cosas si echáramos en olvido lo que es primero y a lo que está ordenado todo lo demás (CASIANO, Colaciones, 1, 7).

 

1.4. La caridad lo informa todo, le da sentido a todo

La caridad me hace entrar en la plenitud de Dios y de todas las cosas. Las cosas no tienen su plenitud sino en la gloria de Dios, porque lo que constituye su fondo, su esencia, el todo de ellas mismas, es lo que en ellas conduce a Dios. La tierra tiene su plenitud en la posesión de Dios, está llena de su alabanza. Esta plenitud es abrazada por la caridad, que no ama en todas las cosas sino lo que va a la gloria divina, y que de esta suerte se apodera del todo de todas las cosas: por esto la caridad es la plenitud de la ley (J. TISSOT, La vida interior, Herder, Barcelona 1963, pág. 86-87).

La obra exterior sin caridad no aprovecha; mas todo cuanto se hace con caridad, por poco y despreciable que sea, todo es fructuoso (Imitación de Cristo, I, 15, 1).

La caridad de Cristo no es solo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar el bien (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 71).

Debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto… ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

(La caridad) es el lustre del alma, la enriquece y la hace aparecer buena y hermosa. El que piensa compadecerse de la miseria de otro, empieza a abandonar el pecado (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. VI, p. 48).

Con el amor al prójimo purificas tu ojo para ver a Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 17, 8).

Si te callas, cállate por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, hazlo por amor; si perdonas, hazlo también por amor (SAN AGUSTÍN, Coment. 1 Epist. S. Juan,9).

La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto (SAN ALFONSO Ma DE LIGORIO, Práctica del amor a Jesucristo, I, 1).

 

1.5. Es universal

Que no exceptuó a hombre alguno el que mandó amar al prójimo, lo demuestra el Señor en la parábola del que se encontró medio muerto, llamando prójimo al que fue misericordioso para con él, para que comprendiésemos que prójimo es todo aquel a quien se debe prestar socorro, si lo necesita. ¿Y quién pone en duda que a nadie debe negarse este auxilio cuando el mismo Señor dice: Haced bien a los que os aborrecen? (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, I, 30).

Nuestro corazón se dilata. Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, así también la caridad tiene un poder dilatador, pues se trata de una virtud cálida y ardiente. Esta caridad es la que abría la boca de Pablo y dilataba su corazón […]. Nada encontraríamos más dilatado que el corazón de Pablo, el cual, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes con el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello se dividiera o debilitara ese amor, sino que se mantenía íntegro en cada uno de ellos. Y ello no debe admirarnos, ya que este sentimiento de amor no solo abarcaba a los creyentes, sino que en su corazón tenían también cabida los infieles de todo el mundo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2o carta a los Corintios).

Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad, no sólo para con vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que nosotros, pero están divididos de su cuerpo (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 32).

Universalidad de la caridad significa, por eso, universalidad del apostolado; traducción en obras y de verdad, por nuestra parte, del gran empeño de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4) (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

Extiende tu caridad por todas las partes del globo si quieres amar a Dios como es debido, pues los miembros de Cristo están dispersos por el mundo; si no amas la parte estás partido; si no estás en todo el cuerpo, no estás en la cabeza (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 10, 8).

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que afane a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos o injustos, sino que reparte a todos por igual, en proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, mas bien que a los malos (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria I, 1).

(Hemos de amar a todos), no porque son hermanos, sino para que lo sean; para andar siempre con amor fraterno: hacia el que ya es hermano, y hacia el enemigo para que venga a ser hermano (SAN AGUSTÍN, Coment. 1 Epístola S. Juan, 10, 7).

Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1, 1, 27).

Si quieres amar a Cristo, extiende tu caridad a toda la tierra, porque los miembros de Cristo están por todo el mundo (SAN AGUSTÍN, Coment. 1 Epist. S. Juan, 10, S).

 

1.6. La caridad tiene un orden, en cuanto a las personas y en cuanto a los bienes

El Evangelio se ha expresado sin eufemismos: Quien se irrita contra su hermano será reo de juicio. Porque, si bien según la verdad y la ley de la naturaleza hemos de tener a todo hombre por hermano nuestro, no obstante, el mismo nombre de hermano, en este pasaje, designa en primer lugar a los fieles y a aquellos que comparten nuestra vida y profesión, mas bien que a los paganos (CASIANO, Colaciones, 16, 17).

Ojalá que el Señor Jesús ordene en mí también la pequeña parcela de caridad que me ha concedido, para que, preocupándome de todo lo que le concierne, me dedique en primer lugar a hacer bien lo que es mi deber y mi tarea particular (SAN BERNARDO, Sermón 49 sobre el Cantar de los Cantares).

Esa dilectio, esa caridad, se llena de matices más entrañables cuando se refiere a los hermanos en la fe, y especialmente a los que, porque así lo ha establecido Dios, trabajan más cerca de nosotros: los padres, el marido o la mujer, los hijos y los hermanos, los amigos y los colegas, los vecinos. Si no existiese ese cariño, amor humano noble y limpio, ordenado a Dios y fundado en Él, no habría caridad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

Entre todos los hombres, hemos de hacer el bien a los que se hallan vinculados con nosotros, porque si uno no cuida de los suyos, particularmente de los de su casa, es un infiel (1 Tim 5, 8). Y entre los parientes, los más allegados a nosotros son el padre y la madre (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 249).

Confieso que con facilidad me entrego totalmente a la caridad de los que me son más íntimos y familiares… En esta caridad descanso sin preocupación alguna, porque allí siento que está Dios, a quien me entrego seguro y en quien descanso seguro […] (SAN AGUSTÍN, Carta 73).

Es, por muchas razones, una virtud más noble y de mayores quilates curar los desmayos del alma que las debilidades físicas de nuestros semejantes (CASIANO, Colaciones, 15, 8).

 

1.7. Es el camino para seguir a Dios más de cerca

La caridad es el camino para seguir a Dios más de cerca (SANTO TOMÁS, Coment. sobre la Epístola a los Efesios, 5, 1).

En la caridad descubrí el quicio de mi vocación (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos, Lisieux 1957, 227).

Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de San Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme paz. Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Aspirad a los dones más excelentes; yo quiero mostraros un camino todavía mejor. El apóstol, en efecto, hace notar como los mayores dones sin la caridad no son nada y como esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad (SANTA autobiográficos, 227-229). TERESA DE LISIEUX, Manuscritos

Piensa que tú, que aun no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 17, 7-9).

Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos; y, si descubre en su conciencia frutos de caridad, tenga por cierto que Dios está en él y procure hacerse más y más capaz de tan gran huésped, perseverando con mas generosidad en las obras de misericordia (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 10 sobre la Cuaresma).

Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia donde avanzas por este camino sino hacia el Señor tu Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aun no hemos llegado hasta el Señor, pero el prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquel que tienes a tu lado mientras caminas por este mundo y llegarás a aquel con quien deseas permanecer eternamente (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 17, 7-9).

Cuanto mas ames mas subirás (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 83).

 

1.8. La humildad, fundamento de la caridad

La morada de la caridad es la humildad (SAN AGUSTÍN, Sobre la virginidad, 51).

Estas dos virtudes, es decir, la humildad y la caridad, son tan indivisibles y tan inseparables, que quien se establece en una de ellas de la otra forzosamente se adueña, porque así como la humildad es una parte de la caridad, así la caridad es una parte de la humildad. Si nos paramos a mirar las cosas que el apóstol llamo estériles sin el bien de la caridad, observamos que esas mismas son también infructuosas si falta la verdadera humildad. Y en verdad, ¿qué fruto puede dar la ciencia con la soberbia, o la fe con la gloria humana, o la ostentación con la limosna, o el martirio con el orgullo? (SAN AMBROSIO, Epístola a Demetrio, 10).

Sufre con paciencia los defectos y la fragilidad de los otros, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás (J. PECCI, -León XIII-, Práctica de la humildad, 22).

Una de sus primeras manifestaciones se concreta en iniciar al alma en los caminos de la humildad. Cuando sinceramente nos consideramos nada; cuando comprendemos que, sin el auxilio divino, la más débil y flaca de las criaturas sería mejor que nosotros; cuando nos vemos capaces de todos los errores y de todos los horrores; cuando nos sabemos pecadores aunque peleemos con empeño para apartarnos de tantas infidelidades, ¿cómo vamos a pensar mal de los demás? ¿Como se podrá alimentar en el corazón el fanatismo, la intolerancia, la altanería? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 233).

Entre soberbios hay siempre contiendas (Prov 13, 10); pues quien tiene un elevado concepto de sí mismo y menosprecia al prójimo no puede soportar los fallos de este (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 221).

Nada tiene de extraño que la soberbia engendre divisiones y el amor unidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 46 sobre los pastores 1).

 

1.9. Es «el distintivo» del cristiano

Esta es, pues, la señal del cumplimiento de la ley divina, el amor al prójimo: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros (Jn 13, 35). No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta, que os améis unos a otros (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 218).

El bienaventurado San Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Efeso y apenas podía ir a la iglesia, sino en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta, no solía hacer otra exhortación que ésta: Hijitos, amaos unos a otros. Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron: Maestro, ¿por que siempre nos dices esto? Y les respondió con una frase digna de Juan: Porque este es el precepto del Señor y su solo cumplimiento es más que suficiente (SAN JERÓNIMO, Coment. sobre la Epístola a los Gálatas, 3, 6).

La práctica de la caridad es lo que nos caracteriza delante de los demás: «Ved como se aman, dicen, dispuestos a morir los unos por los otros». Porque ellos están más bien dispuestos a matarse. En cuanto al nombre de hermanos con que nosotros nos llamamos, ellos se forman una idea falsa, ya que entre ellos los nombres de parentesco son únicamente expresiones mentirosas de afecto. Por derecho de la naturaleza, nuestra madre común, también nosotros somos vuestros hermanos…, pero, ¡con cuánta mayor razón son considerados y llamados hermanos los que reconocen a Dios como a único Padre, los que beben del mismo Espíritu de santidad, y los que, salidos del mismo seno de la ignorancia, han quedado maravillados ante la misma luz de la verdad! (TERTULIANO, Apologético, 39).

Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna […]. La caridad fraterna es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración (B. BAUR, En la intimidad con Dios, p. 246).

 

1.10. La caridad es lo que más nos asemeja a Dios

Nada emparenta más al hombre con Dios como la facultad de hacer el bien […] Que tu voluntad de dar supla lo que falta de riqueza a tu don. Si no tienes nada, ofrece tus lágrimas. Es un gran consuelo para los desgraciados que la piedad brote del corazón, y una compasión sincera endulza el sufrimiento […] (SAN GREGORIO NACIANCENO, Sobre el amor a los pobres, 27).

Nada puede hacerte tan imitador de Cristo como la preocupación por los demás. Aunque ayunes, aunque duermas en el suelo, aunque -por así decir- te mates, si no te preocupas del prójimo poca cosa hiciste, aun distas mucho de Su imagen (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la Epístola a los Corintios).

 

1.11. La caridad se alimenta en la oración

Si mirásemos a nuestro alrededor, encontraríamos quizá razones para pensar que la caridad es una virtud ilusoria. Pero, considerando las cosas con sentido sobrenatural, descubrirás también la raíz de esa esterilidad: la ausencia de un trato intenso y continuo, de tú a Tú, con Nuestro Señor Jesucristo; y el desconocimiento de la obra del Espíritu Santo en el alma, cuyo primer fruto es precisamente la caridad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 236).

La diferencia entre la caridad y la devoción es la misma que hay entre el fuego y la llama… Así que la devoción solo añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 1, 1).

Pero vosotros os preguntáis y os decís: ¿Cuándo vamos a poder poseer semejante caridad? No desesperes tan pronto: quizás ha nacido ya, pero no ha alcanzado aun su perfección; aliméntala, no sea que se ahogue (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1 Epístola de Juan, 5, 12).

 

1.11. La caridad atrae la misericordia divina

Tanto se complace Dios en nuestros actos de bondad para con los demás, que ofrece su misericordia solamente a quienes son misericordiosos (SAN HILARIO, en Catena Aurea, vol. I, p. 248).

Vea Dios Todopoderoso nuestra caridad con el prójimo, para que tenga piedad y compasión por nuestros pecados. Recordad las palabras que se nos han dicho: Perdonad y se os perdonara (Lc 6, 37) (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

 

1.12. Es falsa caridad la «compasión» por el prójimo que separa de Dios

El que ama con verdad a su prójimo, debe obrar con él de modo que también ame a Dios con todo su corazón (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1, 22).

Tanto los predicadores del Señor como los fieles, deben estar en la Iglesia de tal manera que compadezcan al prójimo con caridad, pero no se separen de la vía del Señor por falsa compasión (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

Debemos tener para el prójimo una separación discreta, de manera que le amemos por lo que es, y le rechacemos en cuanto sea un obstáculo en el camino que nos conduce a Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

En resumen, debemos amar a nuestros prójimos, debemos tener caridad con todos, tanto parientes como extraños, pero jamás ella nos ha de apartar del amor de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 37 sobre los Evang.).

 

1.13. Caridad y salvación

De una persona caritativa, por miserable que ella sea, podemos afirmar que se pueden concebir grandes esperanzas de que se salvará (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Esta es la idea invariable del Señor: que quienes ahora gozan en servir a sus prójimos, sean alimentados después en la mesa sacratísima del Señor con los manjares de la vida eterna (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI p. 447).

Es de notar que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 204).

Quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado (SAN POLICARPO, Carta a los Filipenses, 3, 1).

El amor conduce a la felicidad. Solo a los que lo tienen se les promete la bienaventuranza eterna. Y sin el todo lo demás resulta insuficiente (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c. 204).

 

1.14. Cualquier detalle de caridad, en cualquiera de sus formas, es largamente recompensado por Dios

¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da queremos recibir, y cuando nos pide no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre es Cristo quien pasa necesidad, como dijo el mismo: Tuve hambre y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es el quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo (SAN CESAREO DE ARLES, Sermón 25).

La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen (SAN BASILIO MAGNO, Hom. sobre la caridad, 3, 6).

Quien da socorros temporales a los que tienen dones espirituales es cooperador también de estos dones espirituales (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

 

1.15. Acercar las almas a Dios, la mejor muestra de caridad

Quizá no tenga pan con que socorrer al necesitado; pero quien tiene lengua dispone de un bien mayor que puede distribuir; pues vale más el reanimar con el alimento de la palabra al alma que ha de vivir para siempre, que saciar con el pan terreno el cuerpo que ha de morir. Por lo tanto, hermanos, no neguéis al prójimo la limosna de vuestra palabra (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 4 sobre los Evang.).

El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 124).

Ansí me acaece que, cuando en la vida de los santos leemos que convirtieron almas, mucha más devoción me hace y más ternura y más envidia que todos los martirios que padecen (por ser esta la inclinación que Dios me ha dado), pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración la ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podamos hacer (SANTA TERESA, Fundaciones, 1, 7).

Todos los hombres son lámparas que pueden encenderse y apagarse. Y las lámparas, cuando son sabias, lucen y dan calor espiritual. Los siervos de Dios son lámparas buenas por el óleo de su misericordia, no por sus fuerzas. Porque aquella gracia gratuita de Dios es el aceite de las lámparas (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 23, 3).

 

1.16. Algunos detalles y muestras de caridad

Solo la caridad puede llevar la duda a la mejor parte (SAN AGUSTÍN, Sermón 1).

Nunca hables mal de tu hermano, aunque tengas sobrados motivos. -Ve primero al Sagrario, y luego ve al Sacerdote, tu padre, y desahoga también tu pena con él. Y con nadie más (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 444).

Es ciertamente mas fácil enfadarse que tener paciencia, amenazar a un niño más que persuadirlo; diría incluso que es más cómodo para nuestra impaciencia y nuestro orgullo castigar a los que nos resisten que corregirlos, soportándolos con firmeza y bondad […]. Las enfermedades del alma exigen ser tratadas con un cuidado tan grande como las del cuerpo. No hay nada más peligroso que un remedio dado a despropósito y contratiempo. Un médico prudente espera a que el enfermo esté en condiciones de soportar el remedio y para ello acecha el momento favorable (SAN JUAN BOSCO, Carta 2395. Epistolario, vol. 4 pp. 201-205).

Empieza por tener paz en ti mismo, y así podrás dar paz a los demás (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. I, p. 254).

La caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la limosna).

Es menester endulzar la ira que nuestro hermano haya concebido contra nosotros -aun sin motivo-, como si fuese nuestra (CASIANO, Colaciones, 16, 7).

No tengas enemigos. Ten solamente amigos: amigos… de la derecha -si te hicieron o quisieron hacerte bien- y… de la izquierda – si te han perjudicado o intentaron perjudicarte- (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 838).

El saludo es cierta especie de oración (SANTO TOMÁS en Catena Aurea, vol. 1, p. 334).

Quien ha dicho que no debes airarte contra tu hermano, ha dicho también que no debes menospreciar su tristeza, viendo indiferente su aflicción (CASIANO, Colaciones, 16, 6).

Cuando oigas hablar mal, suspende el juicio, si puedes hacerlo con justicia; si no, excusa la intención del acusado; si ni aún esto pudieres, muestra compasión de él, y muda la conversación, teniendo presente y recordando a los demás que los que no caen en faltas deben esta gracia a Dios solo; procura hacer con suavidad que el maldiciente entre en sí, y di alguna otra cosa buena de la persona ofendida, si la sabes (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 29).

La caridad es la mejor medicina de todas las enfermedades, pero en particular de ésta (de la murmuración) (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 28).

Quien lleva vida libre de crímenes y delitos, labra su propio bien; si además pone a salvo su honor practica una obra de misericordia con el prójimo, pues si la buena vida es personalmente necesaria, el buen nombre lo es para los demás (SAN AGUSTÍN, Del bien de la viudez, 12).

Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón (SAN ISIDORO, Trat. de los oficios eclesiásticos, 5, 1617).

[…] aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean -nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría…-, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 20).

Ama todavía poco a su prójimo el que no comparte con él, cuando se encuentra en necesidad, aun las cosas que tiene como necesarias (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

Muchas veces la paciencia fingida provoca más ira que los insultos verbales, y un silencio malicioso es peor que las palabras desabridas (CASIANO, Colaciones, 16, 18).

No queramos juzgar. -Cada uno ve las cosas desde su punto de vista… y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento sus ojos, muchas veces. Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta… -¡Qué poco valen los juicios de los hombres! -No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 451).

Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte (SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 40).

Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 36).

Pues no solo es malo injuriar a las claras, sino hacerlo a lo disimulado y encubierto. Nuestro Juez, en su examen imparcial, escudriñará no tanto las modalidades exteriores de la injuria, cuanto lo esencial de ella (CASIANO, Colaciones, 16, 18).

¡Qué insensatez también creernos a veces muy pacientes porque no respondemos verbalmente a las provocaciones que se nos hacen! Y, no obstante, por un silencio lacerante, un movimiento, un gesto sombrío, una sonrisa maliciosa, nos burlamos de nuestros hermanos tácitamente y les excitamos mucho más a la ira con esa máscara impasible de lo que podrían hacerlo furiosas invectivas (CASIANO, Colaciones 16, 18).

Los peores son, sin duda alguna, los que de boca aman y con el corazón destrozan (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1.c., p. 220).

Si entre los que te rodean hay alguno que te parece despreciable, obrarás sabia y prudentemente si en vez de publicar y censurar sus defectos te fijas en las buenas cualidades naturales y sobrenaturales de que Dios le ha dotado, y que le hacen digno de respeto y honor (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 37).

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria 1, 1).

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia, y también en el recto uso de las cosas (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, centuria 1, 1).

 

1.17. Estar dispuestos siempre al perdón con prontitud y generosidad

Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 19).

Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano? (Mt 18, 21). No encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar con prontitud y siempre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 6).

Sentirse turbado o afligido por las palabras del hermano, proviene bien de que uno no se encuentra en buena disposición, o bien de que tiene rencores al hermano en cuestión (SAN DOROTEO ABAD, Sobre la acusación de si mismo, 7).

Y perdónanos nuestras deudas… El bien que pedimos a Dios con contrición, concedámoslo al prójimo desde el primer instante de nuestra conversión (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 10, 11).

Tú estás seguro, has pesado bien los pros y los contras, estás seguro de que es el quien ha pecado contra ti y no tu contra él. «Sí – dices-, estoy seguro». Que tu conciencia descanse tranquila en esta certeza. No vayas a buscar a tu hermano que ha pecado contra ti, para pedirle perdón; te basta con estar presto a perdonar de corazón. Si estás dispuesto a perdonar, ya has perdonado. Te queda todavía pedir a Dios por tu hermano (SAN AGUSTÍN, Sermón 211, Sobre la caridad fraterna).

 

1.18. Ahogar el mal en abundancia de bien

Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (cfr. Rom. 12, 21) (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 182).

 

1.19. Caridad en los detalles de la vida ordinaria

Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria (CONC VAT. II, Const. Gaudium et spes, 38).

Las palabras de la lección sagrada (parábola del mal rico y del pobre Lázaro) deben enseñarnos a cumplir los preceptos de la caridad. Todos los días, si lo buscamos, hallamos a Lázaro y, aunque no lo busquemos, le tenemos a la vista… No perdáis el tiempo de la misericordia (SAN GREGORÍO MAGNO, Hom. 40 sobre los Evang.).

 

1.20. Medios para fomentar la caridad

[…] y crece la caridad con ser comunicada (SANTA TERESA, Vida, 7, 8). Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en el (1 Io 4,16). Y Dios difunde su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cfr. Rom 5, 5). Por consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de si mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vinculo de perfección y plenitud de la ley (cfr. Col 3, 14; Rom 3, 10), rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 42).

 

1.21. La virginidad, estímulo de la caridad

No es fecunda la virginidad tan solo por las obras exteriores a que pueden dedicarse por completo y con facilidad quienes la abrazan; lo es también por las formas más perfectas de caridad hacia el prójimo, cuales son las ardientes oraciones y los graves sufrimientos voluntarios y generosamente soportados por tal finalidad (PÍO XII, Sacra virginitas, 25-III-1954).

La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cfr. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren a solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene mas fácilmente indiviso (cfr. 1 Cor 7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 42).

 

1.22. Caridad con nuestros enemigos, con quienes no nos aprecian o no se comportan correctamente con nosotros

Si se ha de amar también a los enemigos -me refiero a los que nos colocan entre sus enemigos: yo no me siento enemigo de nadie ni de nada-, habrá que amar con mas razón a los que solamente están lejos, a los que nos caen menos simpáticos, a los que, por su lengua, por su cultura o por su educación, parecen lo opuesto a ti o a mi (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 230).

¿Qué razón tienes para no amar? ¿Que el otro respondió a tus favores con injurias? ¿Que quiso derrama r tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, esas son razones que te han de mover a amar más aun. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Como? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segundo, porque ese precisamente necesita de más ayuda y de más intenso cuidado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 60, 3).

Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Dios, y por esto debemos compadecerlos y amarlos en vez de odiarlos y aborrecerlos. Más aun, debemos orar por ellos y no dejarnos vencer del mal, sino vencer el mal con el bien (SAN ANTONIO MARIA ZACARÍAS, Sermón a sus hermanos de religión).

No dejéis de hacer el bien a todas horas. Era tanto como decirles: no dejéis de practicar la caridad, incluso con los negligentes y que acaso menosprecian lo que acabo de escribiros. Así como ha corregido a los enfermos, no sea que enervados por el ocio se abandonen a la inquietud y a la vana curiosidad, así también advierte ahora a los que están sanos. Y les dice que no deben rehusar sus deberes de caridad a quienes no quieran convertirse a la sana doctrina […]. No quiere que cesen de hacerles el bien y sostenerles, ya consolando, ya reprendiendo segur las circunstancias, haciéndoles objeto de la benevolencia y caridad acostumbradas (CASIANO, Instituciones, 10, 15).

Lo sé. Hay personas que vienen todos los días, se hincan de rodillas, golpean el suelo con sus frentes, y hasta a veces inundan su  cara de lágrimas, y en esta actitud tan humilde, en esta emoción tan viva, dicen: «Señor, véngame, mata a mi enemigo». ¡Bien! Ruega para que mate a tu enemigo y al mismo tiempo salve a tu hermano; que muera el odio y que salve el alma. Ruega para que Dios te vengue; perezca el que te perseguía para dejar lugar a que te sea devuelto tu hermano en la caridad (SAN AGUSTÍN, Sermón 211, Sobre la caridad fraterna).

Hay una cosa decisiva que pone a prueba la caridad: amar a aquel mismo que nos es contrario (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 2 sobre los Evang.).

 

1.23. Caridad y amor humano

Estas seis cosas, entre otras muchas, se encierran en la palabra amor: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar (Fr. LUIS DE GRANADA, Sobre las virtudes teologales, 1. c., p. 401).

Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: a mí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 229).

«La caridad es benigna», no solo sabe «ver» al «otro», sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad […]. Y cuán frecuentemente, sin embargo, nos cerramos en el caparazón de nuestro «yo», no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al «otro», de darle algo de nuestro propio «yo», sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombre, mujer, «para los demás», a ejemplo de Cristo (JUAN PABLO II, Hom. 3-II-1980).

 

1.24. Todos tenemos necesidad de ayuda

A menudo restringimos la caridad a su vertiente activa: a las obras que realizamos en servicio del prójimo. Pero también es caridad ese modo de contar con los demás que consiste en aceptar su ayuda,  en proporcionarles la ventaja de ser acreedores a nuestra gratitud. Con frecuencia la razón de nuestra hosquedad ante los favores ajenos radica en el egoísmo de no perder cierta preeminencia: esa preeminencia de quien jamás esta en deuda. Pero el no deber nada es situación que solo se conserva al precio de tampoco recibir nada: y semejante penuria es un precio demasiado alto para tan menguada satisfacción. (J. M. PEROSANZ, La hora sexta, pp. 173-174).

El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo… Y el que cae ciego, solo no se levantará; y si se levantare solo, encaminará por donde no conviene (SAN JUAN DE LA CRUZ, Avisos y sentencias, 7 y 11).

c -El hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada. -Piensa un rato y decídete a vivir la fraternidad que siempre te recomiendo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 460).

 

1.25. Corazón grande para dar

En el alma bien dispuesta hay siempre un vivo, firme y decidido propósito de perdonar, sufrir, ayudar y una actitud que mueve siempre a realizar actos de caridad. Si en el alma ha arraigado este deseo de amar y este ideal de amar desinteresadamente, tendrá con ello la prueba más convincente de que sus comuniones, confesiones, meditaciones y toda su vida de oración están en orden y son sinceras y fecundas (B. BAUR, En la intimidad con Dios, p. 247).

Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los necesitados, como dijo el mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra (SAN CESAREO DE ARLES, Sermón 25).

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Solo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien; pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna (SAN BASILIO MAGNO, Hom. sobre la caridad).

Si todavía no te sientes en disposición de morir por tu hermano, disponte al menos a darle algo de lo que tienes. Que la caridad comience ya a conmover tus entrañas (SAN AGUSTÍN, Sobre la 1 Epístola de S. Juan, 5, 12).

[…] y queriendo no ser exteriormente vencidos, quedamos heridos en lo interior; al defender exteriormente cosas de poca importancia perdemos en el interior cosas muy grandes, porque amando lo temporal perdemos el amor verdadero. Todo aquel que nos arrebata cualquier cosa nuestra, es nuestro enemigo; pero si empezamos a tenerle odio, dentro esta lo que perdemos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

Poniendo sobre ellos sus manos, quedaban curados. Para curar no hay tiempo ni lugar determinados. En todos los lugares y tiempos se ha de aplicar la medicina (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 8).

Le buscaban las turbas. ¿Y por qué? Porque, imponiéndoles las manos, las curaba, y daba salud en cualquier tiempo y lugar que se lo pedían, enseñándonos así a prodigar la medicina al enfermo que la pide (SAN AMBROSIO, Trat. sobre la virginidad, 42).

[…] hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad: todos los demás consuelos apenas sirven para distraer un momento, y dejar más tarde amargura y desesperación (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 167).

 

1.26. Evitar las singularidades indebidas al vivir la caridad fraterna

No ames a una persona más que a otra, que erraras, porque aquel es digno de más amor, que Dios ama más, y no sabes tú a cuál Dios ama más (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cautelas, 6, 1. c., p. 1272).

Nunca anheles ser amado de manera singular. Puesto que el amor depende de la voluntad, y la voluntad está inclinada hacia el bien por naturaleza, ser amado, y ser amado como bueno, es una misma cosa; ahora bien, el afán de ser estimado por encima de los demás es inconciliable con una sincera humildad (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 26).

Que en esta casa que son pocas todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense de estas particularidades por amor del Señor, por santas que sean, que aun entre hermanos acaece ponzoña; ningún provecho en ello veo; y si son deudos es muy peor (SANTA TERESA, Camino de perfección, 4, 7).

 

1.27. Procurar hacer bien lo que nos parece que los demás hacen mal

Procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos porque no los tendréis vosotros (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 30).

Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en que pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás (SAN AGUSTÍN, Sermón 19).

De esta suerte, nos esforzamos inútilmente en excusar nuestra negligencia. Y en lugar de atribuir la agitación que nos aqueja a nuestra impaciencia, pretendemos buscar la causa en la imperfección de nuestros hermanos. Pero es un hecho incuestionable que, atribuyendo a los demás la responsabilidad de nuestros defectos, no llegaremos nunca, por ese medio, al final de nuestra carrera, que es la paciencia y la perfección (CASIANO, Instituciones, 8, 16).

Siempre sientan mucho cualquier falta […], y encomendarla mucho a Dios y procurar hacer vos con gran perfección la virtud contraria de la falta que os parece que hay en la otra (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).

 

1.28. Omisiones en la caridad

El que tiene, pues, talento, procure no ser perro mudo; quien tiene abundancia de bienes, no descuide la caridad; el que experiencia de mundo, dirija a su prójimo; el que es elocuente, interceda ante el rico por el pobre; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere, aunque haya sido por el más pequeño (SAN GREGORIO MAGNO, en Catena Aurea, vol. III, p. 236).

¿Tienes dinero? Pues no seas tardo en socorrer con él a los que lo necesitan. ¿Puedes defender los derechos de alguien? Pues no digas entonces que no tienes dinero… ¿Puedes ayudar con tu trabajo? Hazlo. ¿Eres médico? Cuida de los enfermos… ¿Puedes ayudar con tu consejo? Mejor todavía, ya que librará a tu hermano no del hambre, sino del peligro de la muerte… Si ves a un amigo dominado por la avaricia, compadécete de él, y si se ahoga apaga su fuego. ¿Que no te hace caso? Haz lo que puedas, no seas perezoso (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles).

No era atormentado (el mal rico) por sus riquezas, sino porque no había sido compasivo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 250).

 

1.29. Caridad con las almas del Purgatorio

Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia (SAN AGUSTÍN, Enquiridio, 109-110).

 

1.30. El amor verdadero

Tales almas son siempre aficionadas a dar mucho más que no a recibir, y aún con el mismo Criador les acaece esto. Y esta afición santa merece nombre de amor, que esotras aficiones bajas tiénenle usurpado el nombre (SANTA TERESA, Camino de perfección, 6, 7).

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que amemos, sino que elijamos a quién amar (SAN AGUSTÍN, Sermón 34).

El amor es la explicación de todo. Un amor que se abre al otro en su individualidad irrepetible y le dice la palabra decisiva: «quiero que tú seas». Si no se comienza por esta aceptación del otro, como quiera que se presente, reconociendo en él una imagen real, aunque empañada, de Cristo, no se puede decir que se ama verdaderamente (JUAN PABLO II, Aloc. 13-IV-1980).

El amor ilumina el corazón (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1.c., p. 205).

No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (SAN AGUSTÍN, Sermón 311).

Es también característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos lo vil y caduco, nos convertimos en viles e inseguros: Se hicieron despreciables como las cosas que amaban (Os 9, 10). Pero si amamos a Dios, nos divinizamos, porque el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (1 Cor 6, 17) (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 202).

Hay más amistad en amar que en ser amado (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 27, a. 1).

Todo amor, desde el momento en que es auténtico, puro y desinteresado, lleva en sí mismo su justificación Amar gratuitamente es un derecho inalienable de la persona, incluso -habría que decir sobre todo- cuando el Amado es Dios mismo (JUAN PABLO II, Aloc. 2- VI-1980).

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma (SAN BERNARDO, Sermón 83).  

Esto es en verdad el amor: obedecer y creer al que se ama (SAN AGUSTÍN, Hom. sobre S. Juan, 74).

 

1.31. Conocer y amar

El conocimiento es causa del amor por la misma razón por la que lo es el bien, que no puede ser amado si no es conocido (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 27, a. 2).

El amor es más unitivo que el conocimiento (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 28, a. l).

 

1.32. El privilegio del hombre es poder amar

El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo […] (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 48).

El amor reviste de gran dignidad al hombre (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 207).

 

1.33. «Nuestro corazón está hecho para amar»

Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria. El verdadero amor de Dios -la limpieza de vida, por tanto- se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 183).

Mi peso es el amor (SAN AGUSTIN, Confesiones, 13).

 

1.34. El amor a Dios hace posible y fortalece el amor humano

No es el amor pasional y sensible, sino la caridad que viene de Dios, la que afianza las buenas relaciones entre los casados (SAN AGUSTÍN, Sermón 51).

El Señor, por un don especial de su gracia y de su caridad, se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor (humano). Tal amor, que junta al mismo tiempo lo divino y lo humano, conduce a los esposos a un libre y mutuo don de sí mismos, demostrado en la ternura de obras y afectos, y penetra toda su vida. De ahí que sea algo muy superior a la mera inclinación erótica que, cultivada en forma egoísta, desaparece pronto y miserablemente (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 49).

El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable; pero quien está unido a Cristo jamás se apartará de ese amor (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 60).

 

1.35. Amor saca amor

Amor saca amor (SANTA TERESA, Vida, 22, 14). 157

Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor (SAN JUAN DE LA CRUZ, Carta a la M. M. a de la Encarnación, en Vida, BAC, Madrid 1950, p. 1322).

De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante (SAN BERNARDO, Sermón 83, sobre el Cantar de los Cantares).

 

1.36. El amor pide correspondencia

Esto es lo primero en la intención del amante: que sea correspondido por el amado. A esto tienden, en efecto, todos los esfuerzos del amante, a atraer hacia sí el amor del amado, y si esto no ocurre, es preciso que el amor se disuelva (SANTO TOMÁS, Suma contra los Gentiles, III, 151).

Dice Aristóteles que «amar es querer el bien para alguien», y siendo esto así, el movimiento del amor tiene dos términos: el bien que se quiere para alguien […] y ese alguien para quien se quiere aquel bien (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 26, a. 4).

Nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la 2a Epístola a los Corintios, 14).

El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece. Aguas torrenciales (esto es, abundantes tribulaciones) no pudieron apagar el amor (Cant 8, 7). Y así los santos, que soportan por Dios contrariedades, se afianzan en su amor con ello; es como un artista, que se encariña más con la obra que más sudores le cuesta (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 212).

Todo lo duro que puede haber en los mandamientos lo hace llevadero el amor… ¿Qué no hace el amor…? Ved cómo trabajan los que aman: no sienten lo que padecen, redoblan sus esfuerzos a tenor de las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).

No es posible separar el amor del dolor ni el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en sus dolores y se regocija en su amor doliente (SAN PABLO DELA CRUZ, Carta 1).

[…] el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez «desde fuera», esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles (JUAN PABLO II, Hom. 3-II-1980).

 

1.37. Felicidad y amor

No puede llamarse feliz quien no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1).

El amor conduce a la felicidad. Sólo a los que lo tienen se les promete la bienaventuranza eterna. Y sin él, todo lo demás resulta insuficiente (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 204).

El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive en caridad (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 205).

 

1.38. El amor no conoce límite

Cuanto más amo, me siento todavía más deudor (SAN AGUSTÍN, Epístola 192).

La fuerza del amor no mide las posibilidades. Ignora las fronteras. El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El amor no se resigna ante la imposibilidad, no se intimida ante ninguna dificultad (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 147).

Todo amor auténtico vuelve a proponer en cierta medida la valoración primigenia de Dios, repitiendo con el Creador, en referencia a cada individuo humano concreto, que su existencia es «algo muy bueno» (Gen 1, 31). ¿Cómo no recordar, a este respecto, la insistencia con que San Pablo retorna sobre la dimensión universal de la caridad? El afirma que se ha hecho esclavo de todos (cfr. 1 Cor 9, 19), que se ha hecho todo para todos (ibid. 9, 22), que se esfuerza por «agradar a todos en todo» (ibid. 10, 33); y exhorta: «mientras hay tiempo», hagamos bien a todos» (Gal 6, IO) (JUAN PABLO II, Aloc. 13-IV-1980).

 

1.39. Amor y esperanza

El que alguien nos ame hace que nosotros esperemos en él; pero el amor a él es causado por la esperanza que en él tenemos (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 40, a. 7).

El amor a Dios es el amor por excelencia. Es, como he dicho, amor sin interés propio; todo lo que desea y quiere es ver al alma que ama rica de los bienes del cielo. Esta sí es voluntad, y no estos quereres desastrados de por acá, y aún no digo de los malos, que de ésos Dios nos libre (SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, I).

¡No hay más amor que el Amor! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 417).

La humildad, necesaria para amar. Cuanto más vacíos estamos de la hinchazón de la soberbia más llenos estamos de amor (SAN AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 8).

 

1.40. El amor se manifiesta en las obras

El amor se manifiesta mejor con hechos que con palabras (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre Jesucristo).

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración «Jesús, te amo», oyó esta respuesta del cielo: «Obras son amores y no buenas razones». Piensa si acaso tú no mereces también ese cariñoso reproche (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 933).

 

1.41. La recompensa del amor es poder amar más

La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo del amor El amor sólo con amor se paga (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).

 

1.42. Hacerlo todo por amor

Este breve mandato se te ha dado de una vez para siempre: Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1a Epístola de S. Juan, 7).

 

1.43. Sólo el amor construye

Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo: Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Jn 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven. Germen y principio de la única revolución que no traiciona al hombre. Sólo el amor verdadero construye (JUAN PABLO II, Aloc. 1-VII-1980).

Cada uno de los hombres -y toda la humanidad- vive «entre» el amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos (JUAN PABLO II, Hom. 3-II-1980).

 

2. Unidad

2.1. «La caridad es madre de la unidad»

No están todos los herejes por toda la tierra, pero hay herejes en toda la superficie de la tierra. Hay una secta en África, otra herejía en Oriente, otra en Egipto, otra en Mesopotamia. En países diversos hay diversas herejías, pero todas tienen por madre la soberbia, como nuestra única madre católica engendró a todos los fieles cristianos repartidos por el mundo. No es extraño, pues, que la soberbia engendre división, mientras la caridad es madre de la unidad (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

El templo del Rey tiene unidad; el templo del Rey no está arruinado, ni agrietado, ni dividido. El cemento de las piedras vivas es la caridad (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 44).

Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Magnesios, 5, 6).

Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» El respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Y le pregunta aún por tercera vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es Único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

Cuando nuestras ideas nos separan de los demás, cuando nos llevan a romper la comunión, la unidad con nuestros hermanos, es señal clara de que no estamos obrando según el espíritu de Dios (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).

Colaborad mutuamente unos con Otros, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a S. Policarpo de Esmirna).

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, 1).

Siervo soy de la Iglesia y principalmente de sus miembros más débiles, ya que somos miembros del mismo cuerpo (SAN CIPRIANO, Sobre el trabajo de los monjes, 29).

 

2.2. Unidad de la Iglesia

Hemos sido agregados al mismo Cuerpo de Cristo, mediante la fe y el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es el mismo Espíritu el que nos justifica y el que anima nuestra vida cristiana: Sólo hay un cuerpo y un Espíritu, como también habéis sido llamados con una misma esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo (Ef 4, 4-5). Esta es la única fuente que conduce y requiere, tanto hoy como en el alba de la Iglesia, «la unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Lumen gentium, 13). La estructura misma de la Iglesia, con su jerarquía y sus sacramentos, no hace más que traducir y realizar esta unidad esencial recibida de Cristo-Cabeza. Finalmente, esta unidad interior en la Iglesia de Cristo, constituye «para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación» (Lumen gentium, 9) (JUAN PABLO II, Aloc. 30-XII-1980).

Todo el coro innumerable de los pastores se reduce al cuerpo de un solo Pastor (SAN AGUSTÍN, Sermón 16).

En la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio -Iglesia purgante-, o con los que gozan ya -Iglesia triunfante- de la visión beatífica, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí y, al mismo tiempo, trasciende la historia. La Iglesia, que nació bajo el manto de Santa María, y continúa -en la tierra y en el cielo- alabándola como Madre (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Hom. El fin sobrenatural de la Iglesia, 28-V-1972).

Yo estoy en la Iglesia católica, cuyos miembros son todas las iglesias, que, por las Escrituras canónicas, sabemos deben su origen, y también su firmeza, a los trabajos de los apóstoles; según la ayuda que me diere el Señor, no abandonaré su comunión ni en África ni en ninguna parte (SAN Agustín, Contra el donatista Cresconio, 3).

Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: La multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único (SAN HILARIO, Trat. sobre el Salmo 132).

Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los de Filadelfia, 1).

La unidad de misión y de sacerdocio exigen que el presbítero no se sienta una «pieza suelta», sino que experimente vitalmente una peculiar comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios llamados a participar de esa misma tarea (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 46-47).

Os exhorto, hermanos, por la santidad de estas nupcias: amad a esta Iglesia, vivid en tal Iglesia, sed esta Iglesia. Amad al buen Pastor, hombre tan bueno que a nadie engaña y quiere que todos se salven. Rogad también por las ovejas dispersas; vengan también ellas, reconozcan ellas, amen también ellas, para que haya un solo rebaño y un solo Pastor (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 139).

 

2.3. Unidad, fortaleza y eficacia

Recibimos nosotros el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, si vivimos unidos en caridad y nos gloriamos del nombre de católicos y de la fe. Creamos, hermanos: en la proporción en que ama cada uno a la Iglesia, recibe el Espíritu Santo (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 32).

En tu empresa de apostolado no temas a los enemigos de fuera, por grande que sea su poder. Este es el enemigo imponente: tu falta de «filiación» y tu falta de «fraternidad» (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 955).

¿Ves? Un hilo y otros y muchos, bien trenzados, forman esa maroma capaz de alzar pesos enormes. -Tú y tus hermanos, unidas vuestras voluntades para cumplir la de Dios, seréis capaces de superar todos los obstáculos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 480).

[…] El (vínculo) de la caridad crece con el tiempo, adquiere nuevas formas por su duración y escapa a la guadaña de la muerte, que lo siega todo, excepto la caridad. La caridad es tan fuerte como la muerte y más dura que el hierro. Este es nuestro lazo, éstas son nuestras cadenas, las cuales, cuanto más nos unan y estrechen, mayor ventaja y libertad nos darán. Su fuerza no es sino suavidad, su violencia no es sino dulzura; nada hay tan blando como esto, y nada como esto tan firme (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 1, 1. c., p. 635).

 

2.4. Unidad de vida

La espiritualidad no puede ser nunca entendida como un conjunto de prácticas piadosas y ascéticas yuxtapuestas de cualquier modo al conjunto de derechos y deberes determinados por la propia condición; por el contrario, las propias circunstancias, en cuanto respondan al querer de Dios, han de ser asumidas y vitalizadas sobrenaturalmente por un determinado modo de desarrollar la vida espiritual, desarrollo que ha de alcanzarse precisamente en y a través de aquellas circunstancias (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, 113).

No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 126).

Nosotros somos en todo y siempre iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos (ATENÁGORAS, Legación 35).

«Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?», me preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 380).

 

2.5. La Sagrada Eucaristía, fuente de unidad

Este gran sacramento que nos confiere la participación en la vida de Cristo nos une también los unos a los otros, a todos los demás miembros de la Iglesia, a todos los bautizados sin diferencia de edad o de continente. Aunque los que pertenecemos a la Iglesia nos hallemos dispersos por todo el mundo, aunque hablemos diferentes lenguas, tengamos diferentes entornos culturales y seamos ciudadanos de diferentes naciones, porque el pan es uno, somos muchos en un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan (1 Cor 10, 17) (JUAN PABLO II, Hom. Pakistán, 16-II-1981).

 

2.6. María, «Madre de la unidad»

La experiencia del cenáculo no reflejaría la hora de gracia de la efusión del Espíritu, si no tuviese la gracia y la alegría de la presencia de María. Con María, la Madre de Jesús (Hech 1, 14), se lee en el gran momento de Pentecostés […]. Ella, Madre del amor y de la unidad, nos une profundamente para que, como la primera comunidad nacida del Cenáculo, seamos un solo corazón y una sola alma. Ella, «Madre de la unidad», en cuyo seno el Hijo de Dios se unió a la humanidad, inaugurando místicamente la unión esponsalicia del Señor con todos los hombres, nos ayude para ser «uno» y para convertirnos en instrumentos de unidad entre nuestros fieles y entre todos los hombres (JUAN PABLO II, Hom. 24-III-1980).

 

3. Corrección fraterna

3.1. Una gran ayuda espiritual

La corrección es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas, que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron (SAN GREGORIO MAGNO, Regla pastoral, 2, 4).

Cuando en nuestra vida personal o en la de los otros advirtamos algo que no va, algo que necesita del auxilio espiritual y humano que podemos y debemos prestar los hijos de Dios, una manifestación clara de prudencia consistirá en poner el remedio oportuno, a fondo, con caridad y con fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones o con retrasos se resuelven los problemas (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 157).

Aprovecha mas la corrección amiga que la acusación violenta; aquella inspira compunción, ésta excita la indignación (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).

 

3.2. Responsabilidad de hacer la corrección fraterna

Callar cuando puedes y debes reprender es consentir; y sabemos que está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten (SAN BERNARDO, Sermón 9, en la natividad de San Juan).

Si lo dejas estar, peor eres tú; el ha cometido un pecado y con el pecado se ha herido a sí mismo; ¿no te importan las heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que el faltando (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

Y ninguno diga: yo no sirvo para amonestar, no soy idóneo para exhortar. Haz lo que puedas, para que no se te pida cuenta en los tormentos de lo recibido y mal guardado (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 4 sobre los Evang.).

Y, ¿quién tiene celo por la casa de Dios? Aquel que pone empeño en corregir todo lo censurable que en ella observa […]. ¿Ves a tu hermano en peligro? Detenlo, adviérteselo, siéntelo de corazón, si es que te come el celo de la casa de Dios (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, l0).

 

3.3. Modo de hacerla

Ni la corrección ha de ser tan rígida que desanime, ni ha de haber connivencia que facilite el pecar (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).  

Por consiguiente, si un hermano falta en alguna cosa y es necesario corregirle, se le corregirá ciertamente. No obstante, hay que hacerlo de suerte que al querer aplicar el remedio al doliente – cuya fiebre no es grave por ventura-, no caiga aquel, por efecto de la ira, en la enfermedad más temible de la ceguera (CASIANO, Instituciones, 8).

No prohíbe el Señor la reprensión y corrección de las faltas de los demás, sino el menosprecio y el olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los del prójimo. Conviene, pues, en primer lugar examinar con sumo cuidado nuestros defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 421).

Aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean -nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría…-, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 20).

Imita en esto a los buenos médicos, que no curan de un modo solo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 29).

Debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto […]. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras excelentemente (SAN AGUSTÍN, Sermón 82).

Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquella falta que vamos a reprender; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

 

3.4. Humildad para recibirla

La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios (SAN CIRILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 52).

 

3.5. Seguir el consejo recibido en la corrección fraterna

No habiendo cosa más provechosa para el progreso espiritual que el ser advertido de los propios defectos, es muy conveniente y necesario que los que te hayan hecho alguna vez esta caridad se sientan estimulados por ti a hacértela en cualquier ocasión. Después que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerles ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; el verdadero humilde tiene a honra someterse a todos por amor de Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que El se haya servido (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 41).

 

3.6. Eficacia de la corrección fraterna

¿Acaso no debemos reprender y corregir al hermano, para que no vaya hacia la muerte? Suele a veces ocurrir que, en un primer momento, se contrista, se resiste y protesta, dolido por la corrección; después, sin embargo, en el silencio de Dios, sin temor del juicio de los hombres, puede que llegue a considerar por que ha sido corregido, y empiece a temer ofender a Dios si no se corrige, y considere la necesidad de volver a hacer aquello por lo que ha sido corregido justamente. Así, cuando crece su odio hacia el pecado cometido, crece más su amor al hermano, que es enemigo de su pecado (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 10).

 

3.7. Corrección fraterna entre los sacerdotes

[…] fraternidad que es fecunda en sus consecuencias prácticas, desde la ayuda mutua en el ministerio hasta la solicitud -discreta y eficaz- por todos los hermanos en el sacerdocio, especialmente por aquellos que, en un momento determinado, pueden experimentar alguna dificultad, sabiendo advertir a los demás, con una caridad noble y llena de delicadeza, que dice la verdad a la cara -corrección fraterna de honda raigambre evangélica-, todo aquello que pueda ayudarles a mejorar su vida y cumplir mas eficazmente su misión (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 47-48).

 

4. Escándalo

4.1. «Dicho o hecho menos recto, que es ocasión para otros de ruina espiritual»

En la vida espiritual se puede llegar a la ruina espiritual por un dicho o hecho de otro, en cuanto que con su amonestación, solicitación o ejemplo lleva a otro a pecar. Y esto es con toda propiedad el escándalo […]. Y por eso se dice que es «un dicho o un hecho menos recto que es ocasión de ruina» (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 43, a. 1).

Si no eres malo, y lo parece, eres tonto. -Y esa tontería -piedra de escándalo- es peor que la maldad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 370).

Procuremos, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres; y no sólo preocuparnos de tener la conciencia tranquila, sino también […] procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano mas cebil, no sea que comiendo hierba limpia y bebiendo un agua pura pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más cebiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada (SAN AGUSTÍN, Sermón 47, sobre las ovejas, 12-14).

 

4.2. Gravedad del escándalo  

Más le valiera que se atara una piedra de molino… Habla el Señor como era costumbre en Palestina, porque los mayores crímenes entre los judíos se castigaban así, atando una piedra al cuello y arrojando al fondo del mar; y en realidad sería mucho mejor que un inocente sufriera esta pena que, aunque tan terrible, al fin es temporal, que dar la muerte eterna al alma de un hermano (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 265).

Muchos no temen a Dios, pero delante de los demás guardan el debido respeto, y por esto faltan menos. Pero cuando alguno obra con imprudencia delante de los demás, lleva entonces el vicio a su cima (TEOFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 294).

El que vive mal en presencia del pueblo, en cuanto de el depende, mata a aquel que contempla el mal ejemplo de su vida (SAN AGUSTÍN, Sermón sobre los pastores, 46, 9).

Por el castigo del que escandaliza se puede conocer el premio del que salva. Si la salvación de una sola alma no fuese para Él de tanta importancia, no amenazarla con un castigo tan grande a quienes escandalizan (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 266).

 

4.3. Pecado contra la caridad

¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido, que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros (SAN CLEMENTE, Carta a los Corintios, 46).

 

4.4. Escándalo farisaico

Queda tranquilo si asentaste una opinión ortodoxa, aunque la malicia del que te escuchó le lleve a escandalizarse. -Porque su escándalo es farisaico (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 349).

Siempre que podamos, sin pecar, debemos evitar el escándalo de nuestros prójimos; pero si el escándalo proviene de la verdad, más vale permitir el escándalo que abandonar la verdad (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 265).

 

4.5. Espectáculos que son ocasión de escándalo

Ya es un gran daño pasar allí inútilmente el tiempo y ser escándalo para los otros (habla de la asistencia a espectáculos inconvenientes) […], y, ¿cómo podrá decirse que tú no sufres daños, cuando contribuyes a los que se producen? […]. Porque si no hubiera espectadores, tampoco habría quienes se dedicaran a esas infamias (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 37).

No me vengas con que todo es una representación. Si, una representación que ha convertido a muchos en adúlteros y trastornado muchas familias […]. Si el hecho es un mal, su representación, también tiene que serlo. Y nada digo todavía de cuantos adúlteros producen los que representan esos dramas de adulterio, y cuán insolentes y desvergonzados hacen a los que tales espectáculos contemplan. Nada hay, en efecto, más deshonesto, nada más procaz, que un ojo capaz de soportar esa vista […]. Mejor fuera embadurnarte los ojos con barro y con cieno que no contemplar esa iniquidad (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 6).

 

 

 

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