Si se hiciera una encuesta nos encontraríamos con que hay mucha gente que cree en Dios, pero también con otros que dicen no creer o que «pasan». No vamos a decir que unos sean mejores y otros peores, porque puede haber creyentes cuya vida deje bastante que desear y no creyentes que son excelentes personas. Pero eso no quiere decir que resulte indiferente la existencia o no-existencia de Dios.
Desde niño tuve la suerte de considerar a Dios como un ser cercano, como alguien de la familia, como alguien real; algo tan normal como tener padres o hermanos o amigos. Y esa experiencia de Dios es siempre muy gratificante. Te inspira confianza, seguridad, te da ánimo. Aunque eso no significa que desaparezcan los problemas o las pruebas en la vida. Por eso me da mucha pena cuando me encuentro con gente sin fe. Es mucho lo que pierden. Porque en el fondo vivir sin fe equivale también a vivir sin esperanza. Si Dios no existe se supone que tampoco habrá vida más allá de la muerte, que la vida no tiene sentido.
Entiendo que cualquier ser humano pueda tener dudas sobre Dios o que diga que no entiende nada. Pero de ahí a negar su existencia hay un abismo. ¿No parece demasiado atrevimiento que un hombre afirme categóricamente que Dios no existe? Concedamos que pueda decir que no encuentra pruebas para demostrar su existencia, pero tampoco de su no-existencia.
Nadie nace ateo ni agnóstico. Incluso los ateos más destacados han sido en alguna etapa de su vida creyentes. ¿Puede depender la existencia de Dios de su cambio de ideas? ¿o de su estado de ánimo? Si Dios existe no depende de que yo crea o deje de creer. Yo no puedo inventarlo ni destruirlo.
Pero tampoco puedo pretender ser más que Él, ni pedirle cuentas, ni querer abarcar sus planes. Hay quien deja de creer porque las cosas no le salen como él quisiera, porque no nos concede todo lo que le pedimos o porque se hace presente el sufrimiento. Si Dios atendiera todos nuestros caprichos o deseos, si nada en la vida nos hiciera sufrir, poco mérito tendría creer en Él; nos quitaría la oportunidad de demostrarle que lo queremos de verdad. Supongamos que alguien nos da un millón de pesetas y nosotros en consecuencia le manifestamos nuestro agradecimiento. Eso no tendría ningún mérito. Pero si nosotros entregáramos parte de nuestros bienes a alguien que no nos va a dar nada a cambio, eso sí sería meritorio.
Me duele pensar que haya gente pasa de Dios, pero tampoco es mérito de uno el creer, por eso deseo vivamente que todos tengan esa suerte, que Dios les dé ese don y que les ayude a abrirse a él. En todo caso, sepan que aunque para ellos Dios les resulte indiferente, ellos no son indiferentes para Dios.
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