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Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador
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Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador



9 de marzo de 2024Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador

Santo Evangelio según San Lucas 18, 9-14. Sábado III de Cuaresma.

Por: David Mauricio Sánchez Mejía, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


Amén.





Cristo, Rey nuestro.


¡Venga tu Reino!





Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)





Gracias, Señor, por tu amor por mí, porque me permites cada día levantarme, ver la luz del sol y la sonrisa en el rostro de aquellos que amo. Aumenta mi fe para descubrirte en todo lo que me sucede. Aumenta mi esperanza para confiar en ti en los momentos difíciles. Aumenta mi amor para ser tu testigo fiel ante mis hermanos, los hombres





Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14





En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’. Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».





Palabra del Señor.






Medita lo que Dios te dice en el Evangelio





Jesús no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Quiere ayudarlo a regresar a la gracia y a la comunión con Dios y sus hermanos los hombres. Al final de la parábola, sin embargo, hay uno justificado y otro no.





Dios desea ardientemente envolvernos en su misericordia y restaurar aquello que hemos perdido por culpa del pecado. Sólo basta con decir como el publicano:»Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador», para que el Señor nos tienda la mano y comience a guiarnos en nuestro caminar.





Su amor llega al punto de dar la vida por nosotros, por cada uno de nosotros, y quiere que lo aceptemos libremente, reconociendo que tenemos necesidad de Él.





A este punto se borra la diferencia entre el justo y el pecador. Todos, todos, necesitamos a Dios, su amor y su misericordia.





«Considero necesario dar un paso importante: no podemos analizar, reflexionar, y menos todavía rezar, sobre la realidad como si nosotros estuviésemos en orillas o senderos diversos, como si estuviésemos fuera de la historia. Todos tenemos necesidad de convertirnos, todos tenemos necesidad de ponernos delante del Señor y renovar siempre de nuevo la alianza con Él y decir junto con el publicano: Dios mío, ten piedad de mí que soy pecador. Con este punto de partida, quedamos incluidos en la misma «parte» -no separados, incluidos en la misma parte- y nos ponemos ante el Señor con una actitud de humildad y de escucha. Justamente, mirar a nuestras familias con la delicadeza con la que las mira Dios nos ayuda a poner nuestra conciencia en su misma dirección».


(Homilía de S.S. Francisco, 16 de junio de 2016).






Diálogo con Cristo





Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.





Propósito





Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.





Hoy procuraré hablar siempre bien de los demás y, si es posible, tendré un gesto de bondad con alguien.





Despedida





Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.


Amén.





¡Cristo, Rey nuestro!


¡Venga tu Reino!





Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.


Ruega por nosotros.





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


Amén.



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