En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quisiera pedirte que me ayudes a entender cuánto me amas. Ayúdame a ver con claridad tus maravillas y todos los dones que tu amor prepara para mí. Ayúdame a que este corazón pueda ser plenamente cautivado por ti, y no quiera jamás separarse de ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 47-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recogen toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí». Entonces él les dijo: «Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas». Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En el Evangelio de hoy contemplamos una imagen que Jesús toma de la vida diaria de sus discípulos. Él quiere que entiendan lo que sucederá en el juicio final. Quizás la imagen es un poco fuerte, porque Jesús le da toda la fuerza que se merece un mensaje de semejante importancia. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario haber libremente aceptado el don de vivir en comunión con los demás y, sobre todo, con Dios.
Una decisión, cuando es plenamente tomada, termina siempre por manifestarse con las obras. Afecta nuestro actuar y la ruta por la que nos dirigimos. De hecho, la inconstancia es un buen síntoma de indecisión. Y aunque el hombre pueda a veces caer en el pecado, el que realmente ama a Dios, el que realmente lo elige, sabe levantarse y retomar el camino. Sabe reconocer aquello en lo que se ha desviado y dirigirse de nuevo hacia Él, confiando en su bondad y misericordia. Por eso, vemos en la historia cómo los grandes santos han llegado a vivir una vida tan entregada y fiel a Dios, que cualquier decisión diversa a la comunión con Él y con los demás no era una opción.
El cielo será una gran fiesta, la cual, Jesús incluso compara con un gran banquete de bodas (Mt 22), y a la cual todo hombre está amorosamente invitado. Pero es necesario corresponder a ese llamado que el Padre, con todo su cariño, nos ha hecho para vivir con Él en el amor; de lo contrario, rechazado Dios, qué le quedará al hombre sino la soledad y la desesperación.
«Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Aquel mendigo, aquel necesitado que tiende la mano es Jesús; aquel enfermo al que debo visitar es Jesús; aquel preso es Jesús; aquel hambriento es Jesús. Pensemos en esto. Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a nosotros cada día, de tantos modos y nos pide acogerlo. Que la Virgen María nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad, la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de nuestra vida, para que seamos por Él acogidos en la eternidad de su Reino de luz y de paz».
(Ángelus de S.S. Francisco, 26 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dedicar un breve tiempo para platicar con Dios sobre el cielo y pedirle, vivamente, que nunca me suelte y me ayudé a llegar a estar siempre unido con Él, allí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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