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El testimonio de vida
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El testimonio de vida

En medio de nuestros desafíos cotidianos, a veces nos detenemos repentinamente y nos dejamos sumergir por las preguntas fundamentales de la vida: ¿cuál es el propósito y sentido de nuestra existencia? ¿Cuál es el valor último de nuestro agitado caminar en este mundo? En el sendero de la vida, labrado con alegrías y con sufrimientos, a veces pasamos por alto estas preguntas sin reflexionar mucho al respecto.

Sin embargo, en ocasiones las respuestas aparecen ante los ojos de nuestra alma. Se manifiestan en los encuentros personales con los demás que nos marcan y dan forma a nuestra experiencia de vida, y que constantemente recordamos en conversaciones con nuestros seres queridos.

Esas respuestas nos vienen de Dios. Las gracias del Espíritu Santo generan en ellas los frutos del autoconocimiento en Alegría y Esperanza, Gaudium et Spes. La asiduidad en la oración y en la Eucaristía, constancia de nuestra fe, nos revela los tesoros profundos de la dignidad y valor de todas las personas. La fe, regalo insustituible de Dios, revela en nuestra conciencia el derecho y el deber de compartir la visión salvífica del Señor a través de ella tenemos la oportunidad de acompañar a todos aquellos que se encuentran inmersos en una búsqueda constante y auténtica de sentido en sus vidas, aunque aún no profesen la verdadera fe. A ellos podemos y debemos ofrecerles una perspectiva espiritualmente enriquecedora de la vida.

La perspectiva de la fe se comparte a través de nuestro testimonio personal en el amor. Cuando somos coherentes con los principios que profesamos en la liturgia y en nuestra vida de oración, transmitimos a los demás la verdad del valor inmenso del hombre y de la mujer, imago Dei. Compartirles nuestras experiencias auténticas de Fe en Jesucristo, contarles cómo hemos experimentado la Gracia y la transformación personal en el Dios Uno y Trino, puede despertar en ellos la curiosidad y el deseo de explorar su propio viaje espiritual, y así, el día menos pensado, encontrarán a Jesús. Como buenos apóstoles, habremos puesto al Señor en su camino.

Tengamos la certeza de que cada uno de nosotros puede, desde nuestras muy particulares circunstancias, ayudar a los demás a descubrir la dignidad y el valor de la perspectiva de la Fe. Por medio de nuestras acciones y palabras, que son invitaciones constantes y elocuentes al amor, podemos convertirnos en acompañantes fehacientes en su travesía personal de sentido y propósito. El Señor nos ha dicho “vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Avancemos, pues, valientes, con nuestros corazones abiertos y nuestras mentes receptivas, testimoniando nuestra fe como un camino hacia la plenitud, la alegría y esperanza, Gaudium et Spes, con los demás.