En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor Jesús, ven a mi corazón. Déjame sentir tu presencia y tu consuelo. Y también, te pido humildemente que me dejes entrar en tu corazón resucitado para llenarme de tu amor y de tu alegría.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según sanMarcos 16, 9-15
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Cristo ha resucitado! ¡Venció a la muerte! ¡Él vive! ¿Acaso puede haber una alegría más grande que ésta? La alegría de la Resurrección es más grande que cuando tu equipo de futbol gana el campeonato, es más grande que cuando terminan los exámenes finales sabiendo que pasaste todas las materias, es más grande que cuando te llaman para decirte que te han contratado. Ante la Resurrección todas las alegrías parecen pequeñas. ¿Cuál alegría podría parecerse a esta? ¿Probablemente cuando una mamá recibe en sus brazos por primera vez a su bebé? ¿Probablemente cuando alguien se cura de cáncer? ¿O cuando un seminarista se ordena sacerdote? Sin duda, todo esto es motivo de gran alegría, pero la alegría de Cristo Resucitado es más grande. ¡El Señor nos dice que hemos ganado el campeonato de la vida, que hemos vencido en la batalla! Ahora compartimos la alegría del Señor resucitado. Él vence a la muerte y a la enfermedad.
¿Por qué tenerle miedo a la enfermedad y a la muerte? Cristo te llama para algo más grande, para algo que llena el corazón, que lo sacia, que lo pide todo y lo da todo. El Señor te dice: ¡Ánimo! ¡No tengas miedo! ¡Ve y anuncia el Evangelio por nuevos caminos para llevar esta alegría a todos los hombres! Jesús te invita, también en tiempos de cuarentena, a compartir esta alegría. Él te acompaña, Él que es el Señor de la vida, Él te da su gracia y eso basta.
«No estamos solos, somos Iglesia, somos un pueblo. Tenemos hermanos y hermanas a nuestro lado con quienes recorremos el camino de la vida y de nuestra propia vocación. Una comunidad de hermanos unidos por el Señor que nos atrae y nos aglutina, asumiendo lo que somos como personas y sin dejar que seamos nosotros mismos. De Dios reciben la fuerza y la alegría para mantenerse fieles y para marcar la diferencia, siguiendo el camino que nos indica: “Ámense unos a otros”. Es hermoso ver una comunidad que camina unida y donde sus miembros se aman; es la mayor evangelización. Aunque se peleen, aunque discutan, porque en toda buena familia que se ama, se pelea, se discute. Pero después hay armonía y hay paz. El mundo, como también la Iglesia, necesita palpar este amor fraternal a pesar de la diversidad y la interculturalidad, que es una de las riquezas que obtienen ustedes».
(Discurso de S.S. Francisco, 22 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Preparar un detalle de caridad y amor que sabes va a alegrar el día a alguien.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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