Las obras de misericordia que la Iglesia Católica contempla para realizar con más empeño en este Año Jubilar, no son inventos del Papa Francisco. Un cristiano medianamente formado sabe que su origen es bíblico, por eso, para despejar cualquier duda, basta consultar en el Evangelio de San Mateo capítulo 25 versículos del 34 al 40.
Es por eso que el Papa Francisco ha insistido en que este Año Jubilar de la Misericordia hagamos presente a Cristo en los hermanos necesitados. Las obras de misericordia corporales y espirituales son acciones concretas con las que podemos hacer palpable la acción de Dios y “ganar puntos” para alcanzar el cielo, porque no basta con creer, hay que trabajar para que la gracia de Dios llegue a nuestras vidas y nos transforme, porque “no todo el que dice ‘Señor, Señor’, entrará al Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”. (Mt 7,21)
Brevemente comentaré las siete obras de misericordia espirituales, que se llevan a cabo con la ayuda del Espíritu Santo y son:
Enseñar al que no sabe: se refiere no solamente a quien no tiene conocimiento en ciencias y materias humanas, sino también compartir las enseñanzas que Cristo el Señor ha dejado para alcanzar la salvación. Es muy importante esmerarnos en alcanzar el conocimiento de la doctrina cristiana para fortalecer nuestra fe y avivar el amor a Dios y sus creaturas, por eso hay que compartir con los hermanos nuestro saber y experiencias cristianas.
Dar buen consejo al que lo necesita: para esto, hay que invocar constantemente al Espíritu Santo, quien inspira adecuadamente lo que se debe decir, pues es muy fácil hacer recomendaciones insanas o desviadas de la moral, por ello se debe tener una conciencia recta y bien formada, pues no todo lo que se aconseja es lo que Cristo quisiera para nosotros. No podemos creer que es correcto aconsejar a una mujer someterse a un aborto o a alguien a que infrinja la ley, sólo porque “todo mundo lo hace”, es por esto, una de las obras más difíciles de realizar sin la ayuda y gracia de Dios.
Corregir al que se equivoca: en este caso, creo que a todos nos gusta hacer ver las fallas en los demás, sin embargo, cuando alguien señala nuestros errores, la historia cambia. Corregir y aceptar correcciones es una manera eficaz de practicar la humildad.
Perdonar al que nos ofende: aquí sentimos que el estómago da un vuelco, pues cuando se trata de olvidar las ofensas el orgullo y la soberbia se hacen presentes. Porque no sólo hay que pedir la gracia divina para dejar atrás lo malo que se cometa contra nosotros, también hay que rogar a Dios fortaleza y valentía para solicitar el perdón a quienes ofendemos. Basta recordar el Padre nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esa es la medida.
Consolar al triste: quien ha sufrido una pérdida, ya sea por la muerte de un familiar, un despido laboral, la destrucción de sus bienes o todo lo que pueda causar sufrimiento a nuestros hermanos, requiere de nuestra solidaridad y disposición para que el que llora pronto alcance consuelo. Ojo: no resignación, porque el que se resigna deja de luchar y pierde toda esperanza; el consuelo conlleva la certeza de que el mal es pasajero y traerá consigo algo bueno, porque Dios no nos abandona cuando ocurre la desgracia, que es inevitable porque es parte de la vida; Él nos sostiene y envía ayudas constantes para que entendamos que las sacudidas son necesarias para nuestro crecimiento y purificación y quizá, para ayudar a nuestro prójimo. Porque, como dice la escritura: “Los caminos de Dios son inescrutables”.
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo: ¡ay!, qué difícil nos resulta la convivencia con personas duras y antipáticas, por eso es una obra de misericordia que más reditúa para el bien de quien lo realiza. Basta recordar a la gran Santa Teresita del Niño Jesús, que soportaba estoicamente los desaires y groserías de una de las religiosas mayores con quienes vivía y a quien cuidaba con tanto cariño como si no le molestara lo que le hacía. Esta obra se debe aplicar con todos, especialmente con nuestra familia, pues son muy comunes los roces entre los que convivimos a diario.
Rogar a Dios por los vivos y los difuntos: Pedir por la gente que amamos es sencillo, sin embargo no siempre lo hacemos. Hay que orar unos por otros, incluyendo a los que nos caen mal y a los que se nos han adelantado en el camino.
Mucho hay por hacer, tenemos todo el año para practicar y hacer que estas obras se vuelvan parte permanente de nuestras vidas. ¿Qué esperamos para comenzar?
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