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La paz, la alegría y la misión
Identidad

La paz, la alegría y la misión

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Gracias, Señor, por el don de tu Espíritu que me da la paz para mi vida, la alegría para compartirte y la misión para que pueda ayudar a mis hermanos a encontrarte. Te agradezco por todo lo que me das; continúa a concederme tu gracia para amarte más y poder comunicar la alegría de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

La paz es una de las cosas más buscada por toda la gente desde el inicio del tiempo y seguramente hasta el fin. Es algo que no se consigue fácilmente, y si no la tenemos nos atemorizamos, no nos sentimos seguros. Hoy Cristo nos muestra la forma de tener esta paz que no se acaba, que nos llena completamente, Él nos la da. Nosotros nos podemos encontrar como sus discípulos que tenían mucho miedo y se encerraron. Ante esta actitud de los que lo siguieron una vez, Cristo quiere ayudarles y les hace la invitación de entrar a la casa donde estaban porque Él no irrumpe de manera violenta en nuestra vida, sino que nos da la libertad de decirle sí o no. Abramos el corazón a Cristo para que nos done esa paz que solo Él puede dar.

Después de haber visto al Señor resucitado, pero que todavía tiene las heridas de su sufrimiento, los discípulos se dan cuenta de que no hay dolor que no se pueda «resucitar». Cristo ha vencido a la muerte y con ella todo sufrimiento y dolor, a través de su pasión. Esta buena nueva nos llena de alegría, porque confiar en el Señor nos da la gracia de superar cualquier dificultad, gracias a Él. En nuestra vida no hay solo dificultades que se pueden tocar, también hay dificultades invisibles, esto es el pecado. Cristo en su vida a ayudado a gente que estaba enferma y también a la que cargaba con el peso del pecado. Este poder no se lo queda solo para Él, sino que lo comparte con su iglesia para que todos puedan experimentar ese amor divino que siempre perdona, hasta setenta veces siete.

El Cristo resucitado nos extiende la misión de Dios que consiste en comunicar su amor misericordioso a todos los hombres. Para cumplir con esta misión Él nos necesita y si le damos nuestro sí, podrá hacer grandes cosas con nosotros; con el don del Espíritu Santo lo podemos hacer todo especialmente mostrar a las personas el amor que no se acaba. Aunque no todos podamos perdonar los pecados, como los sacerdotes, el Señor nos llama para que le ayudemos a proclamar el inmenso amor de un Dios infinitamente enamorado del hombre y la mujer de hoy.

«La historia de los discípulos, que parecía haber llegado a su final, es en definitiva renovada por la juventud del Espíritu: aquellos jóvenes que poseídos por la incertidumbre pensaban que habían llegado al final, fueron transformados por una alegría que los hizo renacer. El Espíritu Santo hizo esto. El Espíritu no es, como podría parecer, algo abstracto; es la persona más concreta, más cercana, que nos cambia la vida. ¿Cómo lo hace? Fijémonos en los apóstoles. El Espíritu no les facilitó la vida, no realizó milagros espectaculares, no eliminó problemas y adversarios, pero el Espíritu trajo a la vida de los discípulos una armonía que les faltaba, porque Él es armonía. Armonía dentro del hombre. Los discípulos necesitaban ser cambiados por dentro, en sus corazones. Su historia nos dice que incluso ver al Resucitado no es suficiente si uno no lo recibe en su corazón. No sirve de nada saber que el Resucitado está vivo si no vivimos como resucitados. Y es el Espíritu el que hace que Jesús viva y renazca en nosotros, el que nos resucita por dentro. Por eso Jesús, encontrándose con los discípulos, repite: “Paz a vosotros” y les da el Espíritu. La paz no consiste en solucionar los problemas externos —Dios no quita a los suyos las tribulaciones y persecuciones—, sino en recibir el Espíritu Santo. En eso consiste la paz, esa paz dada a los apóstoles, esa paz que no libera de los problemas sino en los problemas, es ofrecida a cada uno de nosotros».
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de junio de 2019).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Compartir con alguien quién es Dios para mí.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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