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Los 10 Mandamientos… Siguen de moda
Identidad

Los 10 Mandamientos… Siguen de moda

Siendo este tema fundamental e importante, es de gran actualidad. Su gran actualidad me la ha sugerido el asunto de los Derechos Humanos, tan de moda, que ocupa y preocupa hoy día a todos, peritos y profanos. Hasta se ha llegado a establecer ya una Comisión especial encargada de tutelar, defender y exigir, la inviolabilidad del «derecho» humano.

Esto conduce insensiblemente a entender que si nos agrada la afirmación de los derechos personales, pronto advertimos que, a «mis» derechos, corresponden automáticamente los «derechos» de «otros», en nombre de la dignidad de la persona, que ostentan tan legítimamente como yo. Pero apenas afirmemos el «derecho propio» tenemos que reconocer el «derecho ajeno». Porque el que quiera el respeto a su derecho, se impone el respeto al derecho ajeno.

Un paso muy simple y natural damos del reconocimiento del «derecho» a la existencia de la «obligación». Al conjunto de principios que tutela los derechos e impone las obligaciones del hombre lo llamamos LEY. Se impone, por tanto, la existencia de una ley humana.

¿Tendremos que reconocer qué Dios también tiene derechos? ¿Y si Él tiene derechos, no establece eso deberes y obligaciones hacia Él? ¡Con razón debe haber una LEY DE DIOS! ¿Habrá una «Comisión» establecida para tutelar, defender y exigir el cumplimiento de la LEY de Dios?

Claro que sí. La ha establecido Él mismo, con triple instancia: en la conciencia, en Su Revelación y en su Iglesia.

Manzonio, el gran escritor italiano, con frase inmortal afirmó que, Cuando Jesucristo dijo a sus apóstoles: «enseñen a todo el mundo, enseñándole a observar todo lo que les he mandado» encomendó expresamente a la Iglesia que se adueñara de la moral.

PRIMER MANDAMIENTO

«Amarás a Dios, sobre todas las cosas».

«No tendrás otros dioses delante de mí» (Ex.20,3) «Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deut. 6,5) (Lc. 1 0, 27)

Estas son las tres formulaciones que encontramos en la Biblia: sea en el Antiguo Testamento, como en el Evangelio; y luego, en la forma concreta del Catecismo de la Iglesia.

La primera formulación nos lleva a reconocer a Dios como Unico Dios verdadero a quien se debe exclusivamente todo honor y gloria. Excluye enfáticamente la adoración y el culto de los ídolos. Las otras formulaciones indican claramente el «Amor» como la obligación primaria del hombre hacia Dios. Un amor completo, total, íntegro del hombre, con todas sus facultades y fuerzas.

Tanto la primera como las segundas, en cierto modo coinciden al combinar la preeminencia absoluta de Dios con la preferencia fundamental del hombre.

Si el derecho de Dios proviene de su suprema excelencia, la correspondiente obligación del hombre funda su primaria urgencia.

Filosóficamente, el máximo ser es el máximo Bien; a Él debe tender irresistiblemente el amor del hombre. Con su primer amor y con su máximo amor: ante todas y sobre todas las cosas.

En el orden natural, el Ser de Dios se afirma en nuestra propia existencia, como Creador; en nuestro origen, como Principio; y en nuestro destino, como Fin. O sea que el hombre le debe todo su ser; le debe todo su actuar; le debe toda su aspiración. Todo su ser. Todo su hacer. Todo su querer.

Según la enseñanza divina, el Salmista inspirado exclama: «Alaba alma mía a Yahvé. A Yahvé, mientras viva he de alabar. Mientras exista, salmodiaré para mi Dios» (Sal. 1 45) Y Jesús, con palabra fuerte, exige: «Dad a Dios lo que es de Dios» (Mt.22:21).

Se entiende así mejor la frase de San Agustín: «A Dios vamos, no con los pasos, sino con el corazón«.

La primera obligación es la correspondiente al primer derecho. El hombre debe – más bien, «se debe»- a Aquel cuyo primer derecho viene de haberlo hecho. El ser – hombre lo debe al SER SUPREMO. Por eso todo el ser – del -hombre clama por su Señor, por su Dueño. «Res clamat Domino» sostiene el Derecho Universal: «la cosa grita por su dueño».

Aún cuando, en forma libre y voluntaria, no lo admita o reconozca, la naturaleza ontológica de su estructura humana se lo exige, se lo reclama.

Se humaniza más, quien actúa más de acuerdo a su naturaleza. Por eso, la religión representa lo más inalienable, de Dios y del hombre. El mayor honor del hombre, es honrar a Dios!

No tendrás otros dioses

Ni «otro» que no será Verdadero.

Ni «muchos» que serán falsos.

Siento que destruyen la Lógica, la Ontología y la Etica más fundamental, tantos y tantos hoy que, comodina, irracional, despectivamente sueltan la frase: «cada quien, su Dios». Tristemente advierto la pobreza intelectual de quien no ha llegado a la idea real del hombre mismo y de lo que es Dios. Con este mandamiento Dios ha querido salvarnos del aberrante error metafísico y del trágico desfalco ético de «inventar» cada uno, su dios, de fabricarlo a su capricho y de componerlo a su medida. A nadie es lícito tener «su dios». A todos obliga encontrar al SOLO -TU UNICO -VERDADERO- DIOS.

La libertad religiosa, no consiste en aceptar la autenticidad de todas las religiones, sino en respetar el derecho de buscar, con conciencia recta y sincera, al DIOS REAL. El hombre tiene su razón y su naturaleza para buscarlo, Dios ha enviado a Su Hijo – Su Palabra – para hallarlo.

Peor es, por otro lado, sustituir a DIOS, con idolos. Los Griegos, en su Politeísmo, adoraron sus «vicios». Nuestros aborígenes, en su mitología, las fuerzas maravillosas u ocultas de la naturaleza. Los modernos han puesto en lugar de Dios, las tres concupiscencias, que bien ha señalado el Documento de PUEBLA como los «ídolos» actuales» «Placer», «Poder» y «Tener»

Estos llegan a tomar el lugar de Dios a tal grado que, han originado las religiones laicas del materialismo, de la política y del consumismo, porque el hombre de hoy les consagra «todo su pensamiento, toda su alma y todo su ser» Y no es eso sino el drama terrible de una religión sin DIOS o de un dios, creado por el hombre!

El «amor a Dios» ha de ser no solo afectivo sino efectivo. Es decir, no de palabras, sino de obras. o sea, no de jactancia, sino de obediencia.

La prueba más clara del amor ha de ser la obediencia. El cumplimiento de los deseos, de los mandatos, de la palabra del amado. Según aquella sentenciada Jesucristo: «El que me ama, guardará mi palabra» (Jn. 14,23) «No es el que me dice: ¡Señor, Señor! que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre. (Mt. 7:21)

Hay muchos tipos de obediencia. Limitémonos a 3:

  1. OBEDIENCIA SERVIL. Es la de aquel que cumple el mandamiento, en vista de la recompensa. Más que amor al amado, tiene amor a sí mismo: más que complacer, busca obtener; más que agradar, trata de ganar. Su móvil es la retribución, no la sumisión; lo lleva más el interés, que la obediencia. Al fin y al cabo es obediencia, aunque imperfecta.
  2. OBEDIENCIA EXACTA. Es la de los militares. Tan estricta, a veces, que se observa aún sin analizar razones. Es el cumplimiento, por el cumplimiento; el deber, por el deber. Es una «orden» que no admite discusión. Tan estricta otras veces, que se cumple al pie de la letra, sin pasar ni un milímetro más allá de lo mandado; sin sobrepasarse, aún cuando parezca necesario. Esta también es obediencia, pero fría y sin amor.
  3. OBEDIENCIA GENEROSA. Es la que nos enseñó Jesucristo. La que vino a inaugurar con su Evangelio. Con sus palabras: «Yo hago siempre lo que a ÉL agrada…» (Jn 8:29) Sobretodo con su esplendoroso ejemplo: Desde la cuna hasta la cruz; donde pudo decir: «Todo está cumplido» (Jn.l 9:30) Por ello San Pablo comenta que» «Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filip.2:8).
    Esa es la obediencia que no solo consiste en aceptar, sino en dar no sólo en cumplir, sino en agradar; no solo en el lazo obligado, sino en el abrazo soñado. Es la obediencia, que agrega el amor.

Actualmente, hasta en los anuncios comerciales se recomiendan los productos porque son «hechos con amor» es decir, con excelencia, con calidad. De la mejor calidad, demos nuestra obediencia al PADRE, como el Salmista: «¡Señor! me deleitaré en tus mandamientos, porque los amo …» (Sal. l18:47)

«Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…»

Así sintetizamos la expresión tradicional del gran mandamiento: «Amar a Dios, con toda tu alma, con todo tu ser»

Nuestro amor a Dios puede ser, de palabra o de obra, la primera es la Oración; la segunda es la Devoción.

1.- LA ORACION: Esta misma es interior o vocal, según que la dice tan sólo el corazón – el santuario del amor o la pronuncian los labios. El gran maestro de oración, que es San Agustín, advierte: «cuando ores, rima con tu corazón, lo que pronuncia tu boca» y en otro texto añade: «La lengua calla, pero el deseo ora siempre. Si deseas siempre, oras siempre» Y ya encendido el corazón, ¡qué hermoso y necesario, qué sublime y confortante es hablar a Dios o hablar con Dios! Los Apóstoles, fascinados por la figura de Jesús, comunicándose con Su Padre, le dijeron: «Señor, enséñanos a orar» y en eso mostró ser EL MAESTRO porque nos compuso la oración perfecta: el PADRE NUESTRO.

Y de nuevo S. Agustín indica: «Sabe vivir rectamente, quien sabe orar rectamente» y, con nota alegre y estimulante, dijo: «el que canta ora doblemente». Orar es, amar a Dios.

2.- LA ACCION: Siempre me ha conmovido la respuesta de aquella religiosa (la beata Teresa de Calcuta) que acompañando a un insigne visitante al pabellón de leprosos, éste le comentó al ver a uno de los más repugnantes: – Yo, ni aunque me pagaran una fortuna, atendería a un leproso! -¿Y usted, Hermana, cuánto gana por hacerlo? Y la religiosa repuso: – Yo tampoco lo haría si me pagaran. ¡Lo hago por amor a Dios! Sublime respuesta que nos hace tocar el vivo amor que el ser humano alcanza por Dios…

«La medida del amor a Dios es amarlo sin medida» nos dice San Bernardo. La que, según Jesús en el Evangelio, ha de ser «…bien llena, copeteada, rebosante» (Lc.6:38). ¡Qué admirables y ejemplares acciones humanas contemplamos cuando las inspiramos en el «amor a Dios». Quizá la nueva evangelización consista en inspirar nuevamente a los cristianos a hacer las cosas por amor a Dios. Expresión que parece desaparecida y que iluminaría tanto al mundo si la volviéramos a practicar. Sería como una «buena nueva». Lo mejor de todo, es que, empezaremos a amar a Dios cuando nos demos cuenta de cómo y cuál es el AMOR que Dios nos tiene. «Amemos a Dios … porque Él nos amó primero» nos dirá San Juan (1 Jn. 4,10).

 

 

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