Seguramente a las notas de la Iglesia contenidas en el Credo se podría añadir la de estar siempre perseguida. La historia cuenta millones de mártires.
En 1976 el cardenal Karol Wojtyla predicó los ejercicios espirituales al beato Papa Pablo VI y a sus más directos colaboradores. Se publicaron, éstos, bajo el título “Signo de contradicción”. El futuro san Juan Pablo II, en la conclusión del libro, sentenciará: el programa de la época es la persecución religiosa. ¡Perseguir a la religión! Expresión breve, pero que merecería inscribirse con letras de oro en piedra inmortal, ya que logra aportarnos una clave muy importante para la intelección de la historia reciente. En efecto: el siglo XX es “el siglo de los mártires”.
Esta centuria ha sido un auténtico océano de rubíes martiriales. Paralelamente a esto, Sor Lucía, vidente de Fátima, ha afirmado que la Virgen de Fátima se refirió a tantísimos mártires. A esto habría que añadirle los muchos mártires del siglo XXI.
Así pues, el tema de los mártires se encuentra ahora sobre el tapete, ya que, de hecho, es parte esencial del actual camino de la Iglesia. Llega a formar parte destacada de nuestro propio “hoy” actual, de nuestra vida, de su contexto. De aquí que forme parte sobresaliente de la mirada católica sobre el mundo en el que estamos.
Las muertes martiriales no han de verse como disminuciones. El grano de trigo, sino muere, no produce fruto. La purpúrea sangre martirial de esos mansos y blancos corderos, los mártires, resulta de gran fecundidad. Todos los bienes sobrenaturales nos han llegado a través de la muerte martirial de Cristo. La Iglesia de Roma descansa sobre dos columnas martiriales, san Pedro y san Pablo. Ya Tertuliano afirmó que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. El Papa san León Magno, decía: “Las persecuciones no son en detrimento, sino en provecho de la Iglesia, y el campo del Señor se viste siempre con una cosecha más rica al nacer multiplicados los granos que caen uno a uno”. De los mártires puede pues esperarse gran cosecha.
A través de los mártires pasa muy especialmente la providencia divina. El triunfo del mártir es en realidad la victoria de Cristo. A los mártires los hace hoy muy providenciales el hecho de que su testimonio religioso ayuda al católico actual a no claudicar ante las actuales y frecuentes envestidas contra la religión; le ayuda también a permanecer firme como portador de la verdad ante las corrientes relativistas y las partidarias de la post-verdad,… Además, como ha subrayado, con fuerza, el Santo Padre Francisco, los mártires sostienen a la Iglesia, la hacen ir adelante, son grandísima fuerza para la Iglesia.
Que los mártires nos sean hoy tan providenciales nos ayuda a entender el enorme empeño de los últimos Santos Padres en procurar tantas beatificaciones y canonizaciones de mártires, así como esta tesis del Papa Benedicto XVI: “hoy es más necesario que nunca volver a proponer el ejemplo de los mártires cristianos (…)”.
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