Hay ofensas que surgen entre sonrisas, o acompañadas con miradas de rabia, o desde un tono misterioso de ironía, o por sorpresa de quien menos lo esperábamos.
La reacción ante las mismas varía mucho. A veces duelen porque llegan en un mal momento. Otras veces por venir de quien pensábamos era un amigo. Otras, porque tocan un punto delicado de nuestro pasado.
Por ejemplo, para quien lucha contra su dependencia de la cerveza, recibir de un familiar una ironía amarga sobre el tema puede causar un dolor profundo, sobre todo cuando sufre tremendamente a causa de su situación.
Otras veces, las ofensas no hacen tanta mella. Como explicaba san Doroteo de Gaza, una palabra agresiva de alguien que no resulta importante para uno suele no causar graves daños.
Lo importante, cuando llega una ofensa, revestida de broma, de insulto, de antipatía o de golpe bajo, es reconocer que uno no es menos porque le insulten, como tampoco es más porque le alaben, como recordaba Tomás de Kempis.
Somos lo que somos ante Dios, añadía ese escritor. Y ante Dios tenemos, ciertamente, muchas cosas que mejorar. Pero si nos las pide y nos las recuerda es porque nos ama.
Por eso, cuando nos dejamos corregir por Dios, que indica cuáles son nuestras faltas, sentimos una inmensa alegría: vale la pena que Él mismo señale nuestros defectos y nos lleve a la conversión.
Como enseña la Carta a los Hebreos: «Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?» (Hb 12,6 7)
No ofende quien llama la atención con cariño. No será gravosa la corrección que nace desde el amor. No hay lágrimas amargas cuando alguien nos ayuda a mejorar nuestras vidas con la ternura de un afecto sincero.
Las otras ofensas, las que llegan de corazones que parecen disfrutar con nuestro dolor, las dejaremos a un lado. Hay miles de cosas importantes en las que invertir nuestro corazón y nuestro tiempo.
Bastará con algo de paciencia, un perdón sincero, y la confianza en Dios, para que pronto superemos el daño que ciertas ofensas puedan habernos hecho. Y lo ocurrido puede ser un motivo para cuidar mejor nuestras palabras sobre otros para no ofenderles y para animarlos en el camino hacia el amor.
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