El incendio en una discoteca o en un supermercado, la fiesta masiva de jóvenes que termina en una estampida, la explosión de un camión cisterna junto a una playa, el incendio de un avión lleno de pasajeros, el vertido de miles de toneladas de petróleo en el océano…
Ante las tragedias del pasado, del presente, y las que puedan ocurrir en el futuro próximo o lejano, surge el deseo, a veces alimentado por la rabia y la desesperación de familiares y amigos, de individuar responsabilidades, de encontrar a los culpables para castigarles adecuadamente, de promover medidas concretas para que no se repitan catástrofes similares en el futuro.
La búsqueda de un culpable se alimenta desde el deseo de justicia: quien ha sido responsable, quien pudo haber hecho algo por evitar víctimas inocentes y daños enormes, ha de rendir cuentas de sus acciones y de sus omisiones, ha de resarcir a las víctimas y pagar por sus culpas.
Paradójicamente, la idea de culpa ha encontrado, y todavía encuentra, enemigos acérrimos que consideran tal concepto como superado, como peligroso, incluso como dañino para la psicología de las personas y para la buena marcha de las sociedades.
La idea de culpa se relaciona, ciertamente, con la idea de responsabilidad personal y de grupo. Pero no existirían responsabilidades allí donde, desde planteamientos filosóficos, científicos, sociológicos o de otro tipo, se niega la libertad humana, se reduce el comportamiento humano a pulsiones neuronales, se exalta la libertad hasta límites absurdos, o se vuelve a una mentalidad (para algunos primitiva, pero más viva de lo que imaginamos) según la cual los seres humanos seríamos títeres de un destino que nos supera y que determina todas y cada una de nuestras elecciones.
Por eso, frente a esos planteamientos erróneos, la búsqueda de culpables en las muchas tragedias de nuestro mundo permite abrir los ojos y redescubrir algo que el mundo antiguo tenía bastante claro: hay acciones humanas que surgen desde la libertad, que son voluntarias, y que por lo mismo pueden ser meritorias (buenas) o condenables (malas).
Sólo cuando reconocemos que existen tales acciones, sólo cuando admitimos la libertad (unida a la capacidad de pensamiento y a la lucidez que acompaña muchos de nuestros actos) tiene sentido buscar quién tuvo la culpa y trabajar por construir un mundo más responsable, más seguro y más justo.
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