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Una verdadera alegría
Identidad

Una verdadera alegría

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, en este pequeño momento que te estoy frente a Ti, ayúdame a tomar conciencia del gran don que me has dado en la Eucaristía, pues quiero ser más consciente de lo que has hecho por mí.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 52-59

En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».

Jesús les dijo: «Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre».

Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Un hombre pobre, destruido y perdido en la miseria es capaz de dar una sonrisa; no una sonrisa forzada o superficial, sino aquella que se escapa con naturalidad. ¿Cómo podemos explicar la alegría, cuando se vive en la miseria? Y de la misma forma, ¿cómo se puede entender la alegría de algún millonario, cuando «no» se fundamenta sobre sus bienes materiales?

Por encima de toda situación concreta, toda persona es capaz de encontrar las fuerzas para sonreír honestamente y vivir con auténtica alegría. Sea rico o pobre; inteligente o sencillo; sea de este lugar o de aquel; sea como fuese, todos pueden experimentar el sentido de la vida, el gozo, la entrega… Todos pueden recibir el alimento que, por encima de brindar fuerzas físicas, da fuerzas que sacian nuestras necesidades más profundas. Todos tienen la oportunidad de confiar en la debilidad con la esperanza de recibir una ayuda que se convierte en compañía. El pan de vida, fuente de toda alegría, hoy lo tenemos como don desinteresado. El pan bajado del cielo se nos presenta como esperanza que alcanza cualquier realidad. Éste es el pan que se nos da como verdadera comida, pues nos trasmite lo que verdaderamente necesitamos.

Aunque estemos cansados, en problemas o simplemente no podamos encontrar un sentido a lo que nos sucede, es necesario encontrar las fuerzas que se fundamentan en una realidad que sobrepasa la humanidad.

Cuando tomamos la Eucaristía, formamos parte de la eterna alegría de Dios. De esta forma, todo hombre puede encontrar una razón para sonreír, pues solo así se comprende que la fuente de toda fuerza se sostiene en una verdadera felicidad. Al recibir la Eucaristía tendremos la experiencia de recibir un don desinteresadamente. Así, podremos hacer de nuestra vida una entrega desinteresada imitando lo que Cristo ha hecho. Él confía en nosotros, solo necesita que nosotros confiemos en Él.

«Hacer memoria significa fundarse nuevamente en Jesús, en su vida; significa reafirmar un claro “no” a la tentación de vivir para uno mismo; para reafirmar que, como Jesús, existimos para el Padre; que, como Jesús, debemos vivir para servir, no para ser servidos. Recordar es repetir con la inteligencia y la voluntad que la Pascua del Señor es suficiente para la vida.»
(Discurso de S.S. Francisco, 3 de diciembre de 2018).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy haré una visita a la Eucaristía creando consciencia del gran don que Dios no ha regalado.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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