Luz es su nombre
Desde su nacimiento Jesús es identificado como luz. Su vida puede leerse como la Biografía de la Luz. La función de la luz es iluminar, llevar claridad a todos los ambientes donde hay oscuridad (ausencia de luz). Cuando es presentado en el templo es reconocido como luz que iluminará al pueblo, incluso como el sol que nace de lo alto. Su ministerio en el mundo es iluminar; ilumina la interpretación de la ley, ilumina la religiosidad del pueblo, ilumina con sus dichos y hechos, con su libertad. Ilumina ante la ignorancia, devuelve la luz a tantos ciegos que la han perdido y que viven en la oscuridad, ilumina respecto de lo que es verdaderamente la vida del hombre. De hecho, Él mismo dijo de sí que era la Luz del mundo. ¡Sí, Él es la luz!
Relámpago de luz
Cuando Jesús se encamina, con clama y paso decidido hacia su muerte, les ofrece a los discípulos una experiencia de luz: la transfiguración. Puesto que para los discípulos resulta complejo comprender la locura de la muerte de Jesús, nota su tristeza, desequilibrio y resistencia ante la inminente muerte, por eso les ofrece una experiencia que les anticipa su gloria, es “un relámpago de luz antes de que llegue la muerte, una especie de anticipo de la resurrección” (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, pág. 663). Este es sólo un hecho, pero todo en la vida de Jesús es destellos de luz incandescente.
Él es la luz, le pertenece, sale de Él
En la experiencia que narran los sinópticos sobre la transfiguración de Jesús, narran una luz indescriptible, una especie de sol que lo envuelve, una blancura difícil de conseguir, palabras que quieren expresar la presencia divina. Todas esas palabras con la intención de comunicar que Jesús adquirió un estado superior a uno terrestre solamente. Revestido de gloria porque Él es la gloria, la luz. Pues la luz no está sobre Él, Él es, a Él le pertenece: radica en Él, sale de Él, Él la comunica.
Deja su luz para el mundo
Jesús dijo que los suyos serían luz del mundo. Con esa imagen expresa que en el mundo hay mucha oscuridad, tinieblas que invaden con su espesa penumbra, pero sus discípulos no deben contagiarse de esa oscuridad. Por el contrario, tendrán que combatirla pues la naturaleza de un cristiano es ser luz en el mundo. Nos ha encendido como lámparas para colocarnos encima, donde podamos irradiar la luz que permita distinguir con claridad lo inhumano. Así pues, en las distintas áreas del mundo, en los diversos ambientes en los que nos podamos encontrar, los cristianos no podemos dejar que la oscuridad nos envuelva, pues somos herederos de la luz, y lo menos que podemos hacer es dejar que su luz irradie a través de nosotros en favor de los demás. ¡Qué bella imagen la de la luz!
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